En días éstos en que procede anunciar la cercanía de nuestra Feria y
Fiestas no puedo dejar de recordar que hace quince años, el 2001, me tocó “la
suerte” de ser el pregonero. El alcalde de entonces, el socialista Joaquín
Fuentes Ballesteros, pensó en mí para ejercer tal papel y ésta es una de esas
cosas a las que uno no puede negarse, si bien lo primero que piensas es “a ver
qué digo yo” y en el hecho de que no tienes más remedio que bailar un vals,
sepas o no sepas.
Una vez que te armas de valor para afrontar el reto lo primero que sigue
es planear el enfoque que quieres darle al asunto, y eso hice. Traté de ser
breve y de no caer en muchos lugares comunes que surgen en una situación así, y
al mismo tiempo me propuse aportar algunos datos de interés, hacer pensar un
poco al público oyente, así como no olvidar que estamos en tierra quijotesca
por excelencia y no pasar del contexto de aquel momento, un tiempo de euforia
económica todavía en el que nuestro pueblo aumentaba su población entre otros
motivos por la llegada de inmigrantes atraídos por la posibilidad de encontrar,
sin muchas dificultades, un trabajo, algo diferente a lo que ocurre hoy en día,
en que Campo de Criptana últimamente, y año tras año, pierde población. Por lo
demás, me importaba conseguir ser ameno en un acto en el que buena parte de
quienes asisten no tienen como primer objetivo escuchar ningún tipo de
discurso.
El resultado de mis planteamientos fue el texto que transcribo a
continuación, eliminadas, eso sí, las alusiones iniciales de tipo protocolario.
PORTADA DE LA REVISTA DEL PROGRAMA DE FERIA DEL AÑO 2001 |
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“Me resulta muy grato encontrarme aquí, ejerciendo de
pregonero, todo un honor que agradezco a nuestro alcalde. Insisto en lo de
honor y añado que es un privilegio, pues si bien todo hombre y toda mujer del
Campo de Criptana están llamados a ser anunciadores de las fiestas de su
pueblo, sólo uno o una de entre todos y todas puede serlo cada año. Privilegio,
por tanto, señor alcalde, por el que le quedo muy agradecido.
Privilegio para un pregón que puede parecer
innecesario. Podemos preguntarnos para qué sirve anunciar la fiesta si todos
–niños, jóvenes, adultos- saben perfectamente cuándo llega. ¿Para qué? La
respuesta, en mi opinión, es fácil: para cumplir el rito. La feria y su pregón
son algunos de los muchos ritos que jalonan el ciclo anual de nuestras vidas;
aunque no nos percatemos de ello, vivimos continuamente practicando ritos:
familiares, sociales, lúdicos, religiosos, y así podríamos seguir con un largo
etcétera. Dos ejemplos de los muchos que pueden extraerse de la misma feria: el
corte de la cinta para inaugurar el ferial “la noche de la pólvora”, o bien, el
que en el último de los conciertos que ofrece la Banda de Música “Filarmónica
Beethoven” ésta interpreta antes del “Himno a Criptana” el pasodoble “Limiñana”
de Bernardo Gómez, y por dos veces.
Pues bien, aquí estoy para hacer efectivo el rito. ¿De
qué manera? Con la dignidad que corresponde a un acto como éste y con el
respeto que todos ustedes me merecen. Miguel de Cervantes, en el prólogo de esa
gran obra suya que sigue siendo de obligada lectura, “El ingenioso hidalgo Don
Quijote de la Mancha”, simula atender el consejo de un amigo sobre cómo hacer
la presentación de la misma; el amigo le recomienda –cito textualmente-:
“... que leyendo
vuestra historia, el melancólico se mueva á risa,
el risueño la
acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire
de la
invencion, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de
alabarla ...”.
Por mi parte, en el pregón o presentación de nuestra
feria, no aspiro a tanto, entre otras razones porque no soy Cervantes. Me
conformo con provocar en ustedes, con la brevedad que requiere la ocasión, una
sencilla reflexión sobre el sentido de la fiesta que se aproxima y hacerles
partícipes de la emoción que ésta nos transmite a todos, aun a costa, por lo que
a mí hace y por aquello de la emoción, de no servir del todo a mi profesión,
pues el historiador, decía Cervantes, no debe tener nada de apasionado para así
poder ser puntual y verdadero.
La fiesta, toda fiesta, es cultura, forma parte de la
cultura de un pueblo, entendida esa palabra en su acepción más amplia. La
fiesta, en efecto, es inseparable de la forma de ver el mundo, de la forma de
ver la vida que tiene un pueblo.
En la sociedad agraria tradicional, la fiesta por
excelencia del verano venía a marcar el tiempo de descanso tras las labores de
recolección, significaba el reposo bien ganado tras el esfuerzo, que se veía
así recompensado. El Campo de Criptana, pueblo de economía básicamente
cerealista en otros tiempos, tenía sus fiestas en septiembre, tras el “agosto”
recolector; precisamente, una de las festividades religiosas de ese mes, la de
la Virgen de la Asunción, la llamada “Virgen de agosto”, servía como referencia
para que los agricultores, tras recoger sus cosechas de grano, devolvieran al
Pósito el que anteriormente habían recibido en préstamo para poder llevar a
cabo la siembra o, como se decía, el “empanar los campos”.
Con el correr del tiempo, el desarrollo del cultivo de
la vid, dado el momento de inicio de recogida de su fruto, y su correspondiente
preparación, obligó a ir adelantando las fechas festivas hasta dejarlas, como
lo están ahora, en el mes vacacional por excelencia, el mes de agosto.
La fiesta, por tanto, considerada como descanso en
medio de la actividad anual. En relación con esto, muchas veces hemos oído
decir que es como hacer un alto en el camino, olvidarse un tanto de los
problemas de la vida diaria para recobrar la fuerza vital que necesitamos para
seguir adelante. Desde mi punto de vista, así debe ser en parte, pero la fiesta
no debe ser motivo para dejar arrinconados por un tiempo los problemas en el
desván de nuestras vidas; en todo caso, los días de asueto, que están ahí para
divertirse, sin duda, deben servir también para reflexionar con calma sobre
todo lo que nos preocupa en el acontecer diario.
La fiesta, por otra parte, y esto es muy importante,
debe servir para abrirnos a todos, a todos los que regresan por esos días y a
todos aquellos que nos visitan. Hospitalidad, solidaridad, son los valores y
las actitudes de referencia. Y en estos tiempos que corren estos valores no han
de ser palabras huecas, que se dicen porque uno queda bien al proclamarlas.
Tenemos todos sobradas razones para ponerlas en práctica.
Vivimos tiempos en que nuestra sociedad cambia más
deprisa de lo que nos parece, tiempos en que tenemos la oportunidad de
mostrarnos a diario hospitalarios y solidarios con personas de más allá de
nuestras fronteras que han venido, buscando mejores condiciones de vida, a
vivir con nosotros. Si la fiesta forma parte de nuestra cultura, debemos
también abrir nuestros brazos para acoger y ofrecerles nuestras costumbres a
los inmigrantes que cada vez en mayor número habitan en nuestro pueblo y que
cuanto antes, en razón de su justa, necesaria y legítima integración, deberían
dejar de ser llamados así, inmigrantes. Y en este sentido sí que debería ser
fiesta todo el año: la solidaridad y la hospitalidad, de la que siempre ha
hecho gala el Campo de Criptana, son valores de obligado cumplimiento.
Y hablando de nuestra feria, permítanme cambiar el
tercio, valga la expresión taurina, y remontarme a su origen, porque no debemos
olvidar cómo comenzó todo. Hay que recordar que nuestra feria está ligada al
culto del Crucificado de Villajos, al Cristo de Villajos, Patrón del Campo de Criptana.
No es nada raro, sino todo lo contrario, que en un ámbito como el nuestro, el
espacio cultural europeo-mediterráneo, por lo demás como en otras culturas,
fiesta y religión vayan unidas.
En nuestro caso, el Ayuntamiento del Campo de Criptana
decidió, en el inicio del último tercio del siglo XVII, establecer una
festividad anual en honor de aquel Crucificado, al que las gentes de aquí y de
los pueblos de alrededor tenían una especial devoción; la fiesta se celebraba
en su ermita con gran afluencia de personas de los pueblos circundantes, y así
fue durante casi un siglo, pues a partir de 1756, con la correspondiente
licencia de la superioridad –el Consejo de las Órdenes Militares y el Prior de
Uclés-, la fiesta ya tuvo por escenario nuestra villa, para lo cual anualmente
se traía la imagen del Cristo desde su santuario, siempre el jueves anterior al
domingo de su celebración, que si se cambió de lugar fue para poner coto a los
enfrentamientos que con frecuencia se producían, a veces con gran violencia, en
el entorno de la ermita en medio del jolgorio anual, hechos en los que
destacaban por su especial protagonismo personas de Alcázar de San Juan y del
Campo de Criptana, dando así la razón a lo que decía Sancho Panza en la novela
cervantina:
“... la gente
manchega es tan colérica como honrada, y
no consiente
cosquillas de nadie ...” (Cap. X, 2ª
parte).
Hay que aclarar que ya en 1755 la imagen había sido
trasladada al pueblo, pero sin las formalidades antes indicadas. Por su parte,
el día del Cristo sufrió variaciones: en un principio era el 14 de septiembre,
festividad de la Exaltación de la Cruz, luego pasó a ser el domingo siguiente a
ésta, y más tarde, en diversos años fue adelantándose, como se ha dicho antes.
Mas por encima de los cambios, está fuera de toda duda que fue una sabia
decisión la tomada por el Ayuntamiento criptanense aquel cuatro de agosto de
1669, hace nada más y nada menos que 332 años, y digo sabia porque generación tras generación
los criptanenses la han asumido, la hemos asumido, y todo lo que rodea el
festejo, incluido el de la “Octava del Cristo”, que también tiene lugar desde
antiguo, forma parte de lo más íntimo de nuestras vidas. Por ello, sirvan estas
palabras de homenaje y de reconocimiento a los alcaldes ordinarios, Fancisco
Baíllo de la Beldad y Bartolomé Sánchez Arias, y a los regidores –hoy diríamos
concejales- Pedro Granero, Alfonso Granero de Heredia, Benito Fernández y Juan
Núñez Jurado, todos los cuales integraban el consistorio municipal que adoptó
aquel acuerdo en la fecha reseñada.
Conviene explicar el hecho de que hubiera dos alcaldes
a la vez. En aquellos siglos muchos pueblos se regían por el sistema llamado
“mitad de oficios”, consistente en que los nobles –unas pocas familias- tenían
derecho a ocupar la mitad de los cargos municipales, en tanto que la otra mitad
correspondía al pueblo llano o “pecheros”, así llamados porque pechaban o
cargaban con los impuestos; se trataba
de un sistema radicalmente injusto, alejado de la actual democracia.
Utilicé al principio la palabra brevedad y no quiero
alargarme. Es mi obligación, y lo hago con sumo gusto, invitar a todos a
pasárselo bien, a disfrutar, pero háganlo con moderación, en relación con lo
cual vienen a cuento algunos de los consejos que Don Quijote daba a Sancho
Panza antes de que el fiel escudero se dirigiese a gobernar la ensoñada Ínsula
Barataria. Por ejemplo, éste:
“Come poco, y
cena más poco, que la salud de todo
el cuerpo se
fragua en la oficina del estómago”.
O este otro:
“Sé templado en
el beber, considerando que el vino
demasiado ni
guarda secreto ni cumple palabra”
(Cap. XLIII, 2ª parte ).
Sabios consejos, desde luego. Y disfruten la fiesta en
armonía, desterrando, si acaso las hubiere, posibles envidias y rencillas.
Recuerden que, como también con acierto decía Sancho Panza, “... donde reina la envidia no puede vivir la
virtud ...” (Cap. LXVII, 1ª parte).
Disfrútenla todos, los que aquí residen y los que
vienen por estos días, y participen en los actos programados, porque al fin y
al cabo los protagonistas de la fiesta somos todos. Y durante ella inviertan en
ánimo; recuerden que la renta de júbilo de esos días debe alcanzarles hasta el
año que viene.
Y una vez cumplido mi papel en este ritual del pregón,
sólo me resta desearles felices fiestas y agradecerles la atención que me han
dispensado. Muchas gracias”.
FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS