viernes, 24 de abril de 2020

EN TIEMPOS DE PANDEMIA Y CONFINAMIENTO, UNA MIRADA PARCIAL A NUESTRO PARTICULAR PASADO SANITARIO (y V)





Antes de las epidemias extendidas en el siglo XIX, los cementerios en España se encontraban ubicados en el centro de las ciudades, a veces cercanos a los propios hospitales y en ocasiones se enterraba a las personas dentro de las iglesias, caso de Campo de Criptana en su iglesia parroquial y en la del Convento de carmelitas descalzos. El traslado de los cementerios desde el centro de las poblaciones a sus afueras, ya previsto a nivel estatal antes de acabar el siglo XVIII (Real Cédula de 3 de abril de 1787), se debió precisamente a los problemas de carácter higiénico que se iban experimentado derivados de tal ubicación y al aumento paulatino, en ocasiones puntuales extraordinarias, de la cantidad de decesos. Al objetivo reformista del Estado hubo resistencia protagonizada por buena parte del clero, que quería mantener la situación tradicional heredada de generaciones y generaciones anteriores, pero tras una serie de disposiciones oficiales que insistían en los contenidos de la Real Cédula citada, el 26 de abril de 1804 una Orden Circular, que no fue la última, dejó bien clara la necesidad de disponer de nuevos cementerios extramuros de ciudades y pueblos.

En Campo de Criptana el 1 de diciembre de 1805 se inauguró oficialmente el cementerio, de propiedad eclesiástica. Estaba situado todavía entonces fuera del casco urbano, se levantaba sobre un solar delimitado actualmente por las calles Matadero Viejo y Avenida de Sara Montiel y ocupado hoy en buena parte por el supermercado “Mercadona”.


El Cementerio viejo en el Plano de 1911.
(Una de las calles que se aprecian era Eruelas, no Escuelas)


Cementerio viejo, según el levantamiento topográfico de 1885.
Estaba unido por un corredor a la Ermita
de la Soledad del Pozo Hondo (ahora de San Cristóbal)


Pasadas unas décadas ese cementerio fue sustituido una vez que se construyó y se fue adaptando el actual en el lado opuesto del pueblo, en el paraje de La Concepción. Fue el 23 de enero de 1854 cuando el regidor síndico Francisco Vicente Salcedo propuso o bien ensanchar el cementerio o bien hacer uno nuevo dado que la población superaba los 5.000 habitantes y la tierra ya no era capaz de descomponer los cadáveres al ritmo de los enterramientos que ya por entonces había, lo que producía un hedor intolerable en las cercanías, donde a la altura de ese tiempo ciertamente ya había muchas casas construidas. Sobre la disyuntiva planteada se consultó a los médicos, que unos días después fueron de la opinión de construir un camposanto nuevo.

El 30 de enero la Corporación se reunió con el párroco y dieciséis mayores contribuyentes que habían sido citados, todos los cuales tomaron el acuerdo de nombrar una comisión que habría de proponer un lugar adecuado. El 3 de febrero de nuevo se reunió el Ayuntamiento y el sitio elegido fue el situado junto a la ermita de la Concepción, a distancia – así se puntualizó – de 800 varas de la población (unos 700 metros), donde ahora está pero entonces, lógicamente, algo retirado del pueblo.

El Cementerio nuevo, en el emplazamiento actual,
según el levantamiento topográfico de 1885.
En la parte superior izquierda, la Ermita de la Concepción

En abril de 1855 ya se estaba construyendo. Victoriano Sañoso fue el constructor al que se había adjudicado en subasta la obra, que el 11 de junio ya estaba más que mediada. Su coste fue 12.000 reales. Pasaron los años y puesto que el pueblo iba creciendo el cementerio fue ampliado tres décadas después. La subasta de la obra se remató el 12 de julio de 1885 en favor de Francisco de León y Casado por la cantidad de 10.535 pesetas. El 8 de diciembre de ese año el Ayuntamiento formalizó la recepción provisional de las obras de ampliación, pero algo debió quedar incompleto y no a plena satisfacción de la Corporación pues todavía a 23 de septiembre de 1889 se le daba al contratista un plazo de 10 días para continuar las obras.

En cuanto al viejo cementerio, la parroquia criptanense, con la autorización del Obispo, acabó por vender el terreno en 1912 por la cantidad de 5.000 pesetas; el comprador debió anticipar 2.000 para proceder “... á la monda ó limpia de restos humanos ...” y trasladarlos al nuevo. Era por entonces el párroco Ramón Cano y Paños, que se obligó, según directriz marcada por su superior, a invertir el resto o parte del importe de la venta en la reparación de la cubierta y chapitel de la torre de la iglesia parroquial.


¿Fue la que muestra la imagen la obra
ordenada por el Obispo en 1912?

El cólera reapareció en Campo de Criptana en 1890. Desde mediados de año - bando de la alcaldía de 16 de junio - se fueron retomando algunas de las medidas preventivas ya conocidas y aplicadas en otras ocasiones, al conocerse que  Valencia, con la que se mantenían relaciones comerciales, estaba bajo los efectos del cólera. El 18 de agosto se comunicó al Gobernador que no había lazareto establecido pero que por precaución se enviaba a la Ermita de la Virgen a personas que llegaban procedentes de Madrid, Valencia y Toledo para que estuvieran allí dos o tres días, con la aclaración de que eran ellas quienes voluntariamente lo hacían para que no hubiera duda de que no eran transmisoras del cólera; el santuario, señalaba el Ayuntamiento, funcionaba en esos casos como hospital de observación. La autoridad provincial ordenó dos días después que a la ermita fueran solo los segadores y gentes de análogos oficios que procedieran de lugares infectados.

También, para atender los gastos que habría que hacer si se producían brotes de cólera, se organizó una suscripción voluntaria. A mediados de septiembre no había nadie infectado pero pese a las precauciones que se tomaron en ese mismo mes la epidemia se hizo visible. Hubo algunos fallecimientos de vecinos residentes en la Plaza del General Espartero – así se llamaba entonces la Plaza del Pozo Hondo - y en la calle Rodadero cuya causa, se sospechó, podría haber sido el cólera morbo aunque no hubiera total certeza. Se trató de Francisco Olivares y Pedro Manzaneque, cuyas ropas fueron quemadas para evitar el contagio. También se conoce otro caso de contagiado en ese mes, que vivía en la misma calle que el primero de ellos y que junto con su hermano y familia fue trasladado al hospital para coléricos habilitado en la ermita de San Sebastián.

A principios de noviembre se consideró felizmente superada la epidemia, intención con la que, como otras veces, se habían traído las imágenes del Cristo y de la Virgen desde sus ermitas. No llegó a haber rogativas pero como acción de gracias se ofició un “Te Deum” el sábado día 15 y una misa mayor con sermón el domingo 16. Eso sí, la problemática sanitaria parecía no tener fin; dos personas en las Cuevas de la Paz había enfermas de viruela en junio de 1891 y debieron ser aisladas para tratar de cortar el contagio.

    FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS

jueves, 23 de abril de 2020

EN TIEMPOS DE PANDEMIA Y CONFINAMIENTO, UNA MIRADA PARCIAL A NUESTRO PARTICULAR PASADO SANITARIO (IV)


En 1854 el cólera, como se ha visto, solo amagó pero en 1855 invadió el pueblo. El 10 de septiembre se habían producido ya dos casos de enfermos por esa causa. Fue estallar la epidemia y comenzar la huida hacia lugar seguro – casas de campo, por ejemplo – por parte de quienes tenían medios para ello. Ya en la sesión municipal del 24 de septiembre se señaló que la mayor parte de propietarios de terrenos que ocupaba el ferrocarril - precisamente entre ellos algunos de los más ricos de la localidad - estaban ausentes por la invasión del cólera. Por cierto, debe aclararse que el tren empezó a circular por nuestro término el 18 de marzo de ese año.


La ermita de la Virgen de Criptana,
lazareto en 1855

Al respecto un tal Evaristo Pérez por esos días había enviado un escrito al Gobernador de la provincia en el que ponía en su conocimiento que apenas aparecer el cólera en Campo de Criptana se retiraron a sus casas de campo los poderosos. Especificaba el informante que el primero que lo hizo fue el alcalde, Francisco Vicente Salcedo, y después otros: el que hacía de 2º, Juan José Granero, el regidor José Pulpón y el Síndico 2º Ramón Pulpón, introduciendo – decía Evaristo – “con tan irreprimible conducta (...) el temor y desaliento en este desgraciado vecindario”. Continuaba en su escrito apuntando que si no hubiera sido por el nuevo alcalde                – recuérdese lo que indiqué en el capítulo anterior sobre los cambios de aquel Bienio -, Gregorio Baíllo, por los otros pocos concejales, por algunos particulares como Dionisio Leal y el cura Fidel Alarcos “... sabe Dios lo que sucedería en el pueblo”.


Como es lógico, el Gobernador pidió al Ayuntamiento un informe sobre la denuncia recibida. El 27 de octubre se le contestó lo siguiente, minimizando en parte la posible gravedad de lo ocurrido:
. Era cierto que algunas familias, entre ellas bastantes incluidas en la categoría de mayores contribuyentes, se habían retirado al campo por temor al cólera, que seguía en esa fecha dándose en el pueblo.
. También era cierto que antes de irse habían ofrecido sus casas y recursos para lo que hiciera falta, además de que habían participado en el repartimiento hecho.
. El alcalde Salcedo se había retirado al campo tras la licencia concedida por el Gobernador para restablecer su salud.
. Los otros tres citados también estaban delicados de salud y tuvieron miedo de ser afectados por el cólera, y se precisaba que estaban a distancia de un cuarto de legua del pueblo.
. Manuel Calonge, otro regidor que había caído enfermo, se había marchado a Madrid por consejo médico.
. Si el pueblo estaba atemorizado era porque nunca había sufrido calamidad semejante.
. Se habían ausentado vecinos de todas clases.
. La ausencia de algunas autoridades no había supuesto ningún perjuicio pues las instituciones seguían funcionando y además los eclesiásticos estaban colaborando.
. Había suficiente cantidad de todo lo preciso, incluidos enfermeros y enterradores.
. Y sobre el autor del escrito de denuncia – que cabe pensar que muy probablemente utilizó nombre y apellido falsos  -  decía la Corporación que era desconocido en el pueblo y que parecía haberse propuesto algo nada noble, es decir, “desconceptuar” a una serie de personas.


Dr.  Jaume Ferran i Clua
 descubridor de una vacuna anticolérica
unas décadas después

Alguna medida de carácter social tomaron las autoridades. No hay que olvidar que la pobreza, de por sí, estaba bastante extendida; por ejemplo, en agosto de 1854 el número oficial de pobres de Campo de Criptana era de 867 sobre una población total de unos 5.300 habitantes. Las difíciles condiciones de subsistencia se agravaban ante cualquier problema puntual como el que nos ocupa. Por la falta de trabajo consecuencia de los temporales (en febrero y en octubre de 1855 las lluvias fueron abundantes y persistentes) y de la epidemia, lo que derivó en el hecho de que había no pocas familias indigentes que no tenían de qué alimentarse, lo que las exponía aún más a la enfermedad, el Ayuntamiento pensó en que esas personas podrían recoger bellota del Monte Viejo, que por entonces – aunque no por mucho tiempo – era de titularidad pública y formaba parte de los bienes de Propios municipales; eso sí, no de gratis sino pagando a cambio cuatro cuartos al Ayuntamiento cada persona que hiciera esa recogida.

Dos meses se prolongó la epidemia, entre el 9 de septiembre y el 4 de noviembre, con el siguiente balance:
. Enfermaron 274 personas, de las que murieron 149 (algo más del 54%).
. Por sexos, la enfermedad había alcanzado a 109 hombres y 175 mujeres, el 39,8% y el 60,2 % del total respectivamente; el 13,5 % del conjunto eran niños y niñas.
. De los fallecidos, el 41,6 % eran hombres y el 58,4% mujeres; los niños y niñas (incluidos también en los porcentajes de hombres y mujeres)  fueron el 20,1% del total.
Una de las personas fallecidas fue D. Juan Bautista Olmedo, administrador del Hospital de San Bartolomé.
. Calles destacadas por el número de enfermos:
Villargordo, 8
Cuevas, 7
Concepción, 6
Pozo Hondo, 5
Convento, 5
Rodadero, 4
Santa Ana, 4
Rinconada de Santa Ana, 4
Cebolla (hoy, Espada), 4
San Sebastián, 4
Amargura, 4
. Calles destacadas por el número de muertes:
Villargordo, 6
Pozo Hondo, 4
Rinconada de Santa Ana, 4
Cuevas, 4
Convento, 3
Amargura, 3

Para valorar adecuadamente el número de fallecimientos conviene saber que la media anual de muertos entre los años 1846 y 1852, de los que se tienen datos completos, fue de 159 personas, lo que quiere decir que en los citados dos meses de 1855 la cifra de muertos por cólera fue muy cercana a la que venía siendo normal por el conjunto de enfermedades en un año, lo que da idea de la magnitud del desastre demográfico causado por aquella oleada epidémica, que, en relación con la cantidad de población total de Campo de Criptana, calculada por lo bajo para 1855 en torno a 5.700 habitantes, se llevó por delante al 2,6% de la población total; en definitiva, y expresado de otra forma, algo así como si en el año 2020 durante dos meses en nuestro pueblo fallecieran diariamente de media cinco o seis personas.

La antigua ermita de San Sebastián,
señalada con el nº 17 en el Plano de 1911.

En ese año parece que la ermita de San Sebastián, o su terreno aledaño, sirvió como camposanto de parte de las víctimas de la epidemia, y como lazaretos, aparte de las dependencias de las ermitas del Cristo de Villajos y de la Virgen de Criptana también se utilizó la torre de la iglesia parroquial.

La torre de la vieja iglesia parroquial

El 5 de noviembre se constató que el cólera había desaparecido de nuestra villa y por ello habían vuelto a ella los llamados peritos repartidores (las personas que eran nombradas por el Ayuntamiento para asignar a cada contribuyente incluido en los repartimientos la cuota a      pagar), que como bastantes otros vecinos habían abandonado el pueblo unos dos meses antes. Más adelante, por aquello de los gastos ocasionados por la epidemia, el 19 de noviembre el Ayuntamiento acordó dirigir un escrito al Ministro de la Gobernación en el que se le pedía dinero de los fondos destinados por el Estado para combatirla, dinero con el que se podría devolver lo tomado anteriormente de otros fondos pertenecientes al propio Ayuntamiento.

 FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS
                                                 
                                                          (continuará)

martes, 21 de abril de 2020

EN TIEMPOS DE PANDEMIA Y CONFINAMIENTO, UNA MIRADA PARCIAL A NUESTRO PARTICULAR PASADO SANITARIO (III)



No solo el cólera provocaba la creación de lazaretos. En agosto de 1846 había dos o tres vecinos que padecían viruela, de la que se habían contagiado en Tomelloso. Para acoger a ellos y a cualquier criptanense procedente de cualquier otro pueblo que padeciera la misma enfermedad se estableció un lazareto en la ermita de la Concepción, en la que se les proporcionaría cuantos auxilios y medicinas necesitasen; en el caso de no tener bienes para sufragar los gastos sobrevenidos de su estancia se utilizarían con ese fin fondos de la Junta de Beneficencia, creada en 1832. Como norma, solo los médicos podrían entrar en el lazareto y los alimentos y medicinas serían suministrados a los contagiados por las personas que esa Junta decidiese.

Ermita de la Concepción

Con motivo de la oleada de cólera de mediados de ese siglo, se fueron adoptando medidas preventivas. Algunas tenían que ver con la limpieza y la desinfección, tales como la prohibición – 28 de agosto de 1854 – de depositar basuras de todo tipo por las calles o en torno de edificios como el Pósito, y la recomendación – 1 de septiembre - de enjalbegar las fachadas y limpiar las casas. El día 6 de ese mes el Ayuntamiento ordenó que los veterinarios vigilaran el degüello de reses, y recomendó que, para purificar la atmósfera, los vecinos por la noche quemaran en las calles espliego, romero, tomillo, etc.; por otra parte, para impedir la entrada al pueblo de personas procedentes de pueblos contagiados o sospechosos de estarlo, se nombró a 66 vecinos para que, divididos en las categorías de Jefes, Cabos y Fuerza, se turnaran en la vigilancia de las puertas de la villa, situadas en la Plaza del Pozo Hondo y en las calles Cerca de los Frailes (el tramo de la calle Castillo entre las calles Convento y Concepción), Concepción, Corrales (Paloma), Monte, Convento, Tercia, Lerino, Huertas (calle Reina Cristina entre calles Tercia y Castillo) y Castillo. También se acordó establecer una casa de socorro en algunas de las dependencias del extinto Convento, habilitando para ello dos habitaciones, cada una con seis camas.

También, cómo no, se recurrió a implorar la protección divina. Ante el hecho de que en Mota del Cuervo había personas enfermas debido al cólera, el 8 de septiembre el Ayuntamiento criptanense acordó traer al pueblo las imágenes del Cristo de Villajos y de la Virgen de Criptana para hacer rogativas, que comenzaron el día 12; a las rogativas deberían asistir las cofradías y representantes de las ermitas con sus imágenes y estandartes. Además, aunque nuestra villa en esos días estaba libre de la epidemia, pero dada la cercanía de las fiestas celebradas anualmente en honor del Cristo de Villajos, que tendrían lugar en el pueblo el domingo día 17 y en su ermita el domingo 24 (la Octava), el Ayuntamiento decidió aplazarlas al 15 de octubre para evitar contagios pues afluían habitualmente muchos forasteros a disfrutar de la feria cada año.

Ermita del Cristo de Villajos (1886),
punto de concurrencia de muchos devotos
de la comarca

Entretanto se habían ido añadiendo medidas preventivas, una de las cuales tuvo como escenario las dependencias del antiguo Convento, en las que ya hacía unos años que no había frailes. En parte de ellas se habían ubicado escuelas y ocurría que las basuras de todo tipo iban a parar a un patio interior al no tener un espacio exterior descubierto – un corral – por lo que podría darse un foco insano muy perjudicial más aún cuando por entonces en parte de las citadas dependencias se estaba habilitando un hospital – la casa de socorro citada - destinado a acoger a posibles víctimas del cólera. Por ello y con el fin de poder disponer allí de un terreno adecuado para basurero en la sesión del Ayuntamiento del 23 de septiembre se dio cuenta de las gestiones que se estaban haciendo con la viuda de D. León Morán para comprarle una parte de su propiedad contigua a la actual calle Castillo y al propio Convento (donde ahora está la Casa de la Juventud), terreno, por cierto que había pertenecido al Convento y su comunidad de carmelitas descalzos y que había sido enajenado tras la desamortización de bienes de instituciones religiosas decretada en 1836 y adquirido por Dionisio López, padre de la viuda de Morán.

El terreno de los espacios 10, 11 y 12, lindante
con la calle Castillo (calle Cerca de los Frailes
en 1854 en ese sector) fue el adquirido
a la viuda de León Morán


Otra medida preventiva tomada por el Ayuntamiento, en consonancia con el deseo de la Junta de Sanidad de eliminar focos infecciosos, tuvo el objetivo de eliminar uno que había alrededor del Pósito, para lo que los contrafuertes que había  – y hay – en dos de las fachadas del edificio quedaran cerrados por sendos muros dado que había quienes tenían la mala costumbre de arrojar basuras en los espacios que había entre ellos.

El Pósito antes de su restauración.
Restos del muro construido (1854) entre
los contrafuertes
de la fachada occidental
(la puerta se abrió  en el siglo XX).
En la imagen siguiente, muro entre
los contrafuertes
de la fachada meridional 



Hacer frente al temido cólera suponía hacer un gasto extraordinario, razón por la que el 18 de septiembre de 1854 se tomó el acuerdo de pedir permiso a la Diputación provincial para coger fondos del Pósito si llegase a hacer falta. Cuatro días después, cuando el cólera no solo afectaba a Mota sino también a Villarrobledo y otras poblaciones cercanas, se propuso a la Diputación vender 60 fanegas de trigo del Pósito para disponer de dinero con que ir afrontando gastos.

A pesar de las medidas que se habían ido arbitrando, a cuyo gasto se había hecho frente vendiendo, en total, 200 fanegas del trigo almacenado en el Pósito, se puso de manifiesto el 17 de noviembre que dos personas habían enfermado de cólera, pero siendo evidente que se había evitado la propagación del mal y teniendo en cuenta que los pueblos cercanos ya estaban libres de la enfermedad, el día 24 la Corporación acordó celebrar una función religiosa como acción de gracias a nuestros Patronos.

Mas pasaron unos meses y de nuevo cambió el panorama. El 20 de mayo de 1855 el Ayuntamiento se hizo eco de la reaparición del cólera en Madrid coincidiendo con la llegada de los primeros calores, y consecuentemente se puso en marcha la maquinaria preventiva y la previsión de gastos y cómo sufragarlos. Para gastos en relación con la prevención se acordó que el dinero se allegaría de los mayores contribuyentes por territorial e industria, concretamente los que tuvieran cuota superior a 300 reales, que recobrarían su aportación a cargo de los fondos del Pósito una vez que esta institución hubiese ingresado en agosto y septiembre las cantidades procedentes de los préstamos anuales hechos a los agricultores.

El 12 de julio, cuando ya varios pueblos de la provincia de Ciudad Real, algunos muy cercanos al nuestro, estaban infectados, el Ayuntamiento acordó impedir la entrada de gentes de fuera hasta que no hubieran pasado la cuarentena, eso sí, prestándoles los auxilios que necesitasen, y también cercar la villa y poner guardias en las entradas. Al día siguiente se sabía que el cólera se había hecho presente en Alcázar y de nuevo se decidió traer desde sus ermitas las imágenes del Cristo de Villajos y de la Virgen de Criptana para practicar de nuevo rogativas durante nueve días. 


Una de tantas procesiones de rogativas
(Orellana la Vieja, Badajoz, c. 1920)

En otro orden de cosas eran esos años (1854-1856) un tiempo de cambios políticos – el llamado Bienio Progresista -, con la intervención del ejército en primer plano de la vida nacional, y el Ayuntamiento supo el día 20 que desde Granada venía tropa con destino al pueblo, el Batallón de Cazadores de Madrid, que por miedo al contagio de los criptanenses habría de acuertelarse fuera del casco urbano, concretamente en la ermita y Cerro de la Virgen Criptana; esta novedad implicaba sumar un nuevo gasto para abastecer a esa unidad de pan, leña y aceite, para lo que se decidió echar mano de las existencias dinerarias del Pósito, al que se lo devolvería más adelante la Hacienda Pública.

  FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS

                                                (continuará)





       





domingo, 19 de abril de 2020

EN TIEMPOS DE PANDEMIA Y CONFINAMIENTO, UNA MIRADA PARCIAL A NUESTRO PARTICULAR PASADO SANITARIO (II)


A partir del siglo XVIII se redujeron las mortandades de carácter catastrófico y en algunas zonas del continente desde mediados del XVII, entre otras razones por la adopción de medidas preventivas y, ya en el siglo XIX, por los avances en medicina. No obstante, no desaparecieron las epidemias, como las de peste, tifus, gripe, tos ferina (Suecia es un buen ejemplo, con 40.000 niños muertos entre 1749 y 1764), o viruela; en los años ochenta del siglo XVIII – también después- fiebres tercianas, que igualmente las hubo en Campo de Criptana, fiebre amarilla en 1800, sobre todo en el sur, cólera en 1804 en tierras andaluzas, Murcia y Alicante, paludismo en ese mismo año y de nuevo cólera (100.000 muertos en Francia entre 1830 y 1837), por no seguir el relato más allá de ese siglo.

Antoine Jean Gros :
Visita de Napoleón a los apestados en Jaffa  (1804)

El cólera se convirtió en una de las enfermedades “estrella” en el siglo XIX, en el que se constituyó en el gran enemigo para la salud humana, relevando en ese papel a la peste y a la viruela; hasta bien entrado el siglo XX fue responsable de decenas de millones de pérdidas humanas. Era un tiempo en que la revolución de los transportes incrementó los desplazamientos humanos, lo que favoreció que desde la cuenca del río Ganges, en Asia, la enfermedad penetrara en Europa.


En España unas 800.000 víctimas causó a lo largo de todo el siglo XIX. Afectó en sus diversas oleadas principalmente a la mitad oriental de la península Ibérica, particularmente a los núcleos urbanos densamente poblados de la costa y a algunos del interior también. Como en el caso de la peste, los más afectados fueron los sectores sociales menos favorecidos por su peor alimentación, sus viviendas insalubres y el hacinamiento de las propias familias.

El antes y el después de enfermar del cólera (1831).
 (En The Sick Rose, ed. de Thames y Hudson )  

Tras algún brote anterior más localizado, en nuestro país se extendió desde enero de 1833 a partir de Portugal. Este primer brote fue tratado muy discretamente por la prensa española. Por ejemplo, en la prensa madrileña la situación real se disimuló hasta que la capital sufrió el azote en 1834. Se temía que la enfermedad paralizase las actividades de comercio, y es que cualquier epidemia de cólera o de otro tipo  acarreaba una crisis económica por la alteración de las comunicaciones y de los abastecimientos y por los gastos extraordinarios que conllevaba. No es raro, por ello, que en el transcurso de esa primera oleada se alternasen el control y la libre comunicación entre el centro y el sur de España; ya una Orden de 1 de julio de ese año eliminó la incomunicación entre zonas si bien se permitía que los pueblos no infectados adoptaran medidas de precaución.

En 1855 supuso una pérdida de entre el 1,5 y el 1,6% de la población española, que por entonces era de unos 15 millones de habitantes. En esa segunda oleada se trató de evitar ocultaciones de la epidemia por parte de las autoridades locales, que en ocasiones trataban con ello de reducir los perjuicios para la economía del lugar. Y es que la epidemia alteraba la vida de ciudades y pueblos: precios al alza, escasez de algunos alimentos, acusaciones de incompetencia entre políticos, etc. El descontento social degeneró a veces en auténticos motines en algunos lugares.

Reaparecería la enfermedad durante unos años desde 1885. Pero no solamente el cólera causó estragos, pues en diferentes lugares menudearon la viruela, el sarampión y la tos ferina, entre otras enfermedades. Las ciudades y pueblos, aplicando el recurso de los cordones sanitarios, se aislaban y controlaban sus entradas; las ciudades dotadas de murallas exteriores las emplearon como "barrera de acceso". A los sospechosos de portar la enfermedad se les conducía a los lazaretos, lugares donde eran sometidos a cuarentena o aislamiento preventivo.

El cólera en España (1885)
Campo de Criptana se vio libre del cólera en la oleada de los primeros años treinta del siglo XIX. Menos mal, dicho sea en relación con los medios sanitarios de que disponía, pues aunque es cierto que contaba con un Hospital desde hacía siglos, el llamado de San Bartolomé - ocupaba el solar en el que ahora tenemos el Teatro Cervantes -, solamente servía para atender a unos pocos pobres mendicantes transeúntes, tal como reconocía el propio Ayuntamiento en agosto de 1829. Eso sí, aunque no se dieron casos de infectados se adoptaron medidas preventivas; la Junta Municipal de Sanidad decretó el 19 de septiembre de 1833 las siguientes:


- Habilitar como lazareto, en caso de tener que establecer cuarentena para personas "sospechosas" de estar infectadas por la enfermedad, las habitaciones contiguas a la ermita del Cristo de Villajos salvo las reservadas para los dos "santeros" que allí había.

- Fijar como únicos puntos de entrada al pueblo - téngase en cuenta que el casco urbano tenía menos extensión que ahora - las siguentes calles: Plazuela del Pozo Hondo, Camino de la Puente (en parte, la calle Castillo actual), Empedrada (la de la Virgen del presente, entre las calles Castillo y Mediodía) y Villargordo (Cristo de Villajos).

- Se permitía la entrada y salida a la "Fuente de Agua Dulce" (la Fuente del Caño) solo a los vecinos del pueblo y para el servicio de quienes vivían en la ribera de los Molinos.
                          
Lo anterior se completó el 29 de ese mes, día en que se decretó cercar el pueblo con tapias dejando solo cuatro puertas de entrada en las calles citadas. Se valoró en unos 3.000 reales el importe de la obra.

Casco urbano de Campo de Criptana en 1885.

Como curiosidad, bueno es saber que eran por entonces médicos en el pueblo José Martínez Borja, Bernardino Guillén, José Antonio Tardío Reguillo, Ildefonso Martínez Borja y Águedo Parra.

En cuanto al lazareto de Villajos el 27 de julio de 1834 la Junta ordenó que se ocupasen de su guardia cuatro hombres que, para evitar contagios, no deberían dejar pasar a personas procedentes de Madrid ni de otras poblaciones de esa zona donde el cólera había hecho acto de presencia; al mismo tiempo estipuló que los santeros de la ermita deberían suministrar a un precio justo alimentos y otros artículos que necesitasen las personas sometidas a cuarentena.

Otro punto importante de entrada a vigilar era el Camino de Alcázar, para lo que se dispuso un cuerpo de guardia de caballería situado en el pajar y cuartillo del Conde de Cabezuelas que había en el extremo de las "heruelas", donde habría que tener algún producto para desinfectar los documentos que se dirigían a Campo de Criptana. Hay que aclarar que el correo entraba al pueblo por ese camino pues se traía desde Madridejos, núcleo de población destacado en la ruta de Madrid a Andalucía.

Un artículo demandado por los vecinos de Alcázar era la harina producida por los molineros criptanenses, artículo que como otros procedentes de nuestro pueblo se les suministraría, según aseguraba el Alcalde Mayor. En agosto de 1834 en Campo de Criptana había en activo 26 molinos de viento. El 14 de ese mes, dada la incomunicación establecida entre los dos pueblos días antes, se tomó la decisión de que la demanda de harina por parte de los alcazareños se cubriría con la obtenida de los tres molinos situados en el paraje de El Pico, a los que libremente podrían ir las gentes del pueblo vecino; por cierto, de esos tres molinos uno pertenecía a Pedro Campaya y los propietarios de los otros dos eran de Alcázar. Además, la Junta de Sanidad  dispuso que, si de otro molino criptanense quedase excedente de harina o de trigo, ese sobrante se podría pedir a través de la propia institución, que al momento acordaría la entrega, debiéndose utilizar las mismas precauciones que en relación con los otros pueblos contagiados, entre los que se contaba Herencia; y si Alcázar necesitase agua, lo mejor sería que se tomase a las puertas de Campo de Criptana pero sin entrar en el pueblo.

En una coyuntura como aquella los médicos estaban obligados a emitir partes diarios sobre defunciones y enfermedades que las causaban. Por su parte, el Alcalde Mayor los jueves y domingos debía remitir los suyos a la instancia superior, es decir, la Subdelegación de Rentas Reales del Partido de Alcázar de San Juan. En ninguno de esos partes se reflejaba la incidencia del cólera como causa de muerte en nuestro pueblo. 

La Junta de Sanidad se preocupaba por evitar el contagio atenta a evitar lo que pudiese dar lugar al mismo. En este sentido resulta interesante una anotación datada en su libro de actas el 23 de junio de 1834, en la que se ponía de manifiesto que había varios vecinos que vivían en cuevas sin ventilación ni aseo, y con el objetivo de la prevención el 12 de julio propuso - y se llevó a cabo - que puesto que los días de precepto había una misa en la iglesia parroquial a las 11 de la mañana y otra en la iglesia del Convento a las 10, a las que concurría mucha gente, con el fin de evitar la propagación de enfermedades hubiese otras dos: una a las 3 de la tarde en el Convento y otras a las 4 en la parroquia.

El Ayuntamiento, como es natural, se tomaba bien en serio la situación por la que se atravesaba y trataba de asegurar el control de las entradas del pueblo, de las que eran directamente responsables los jefes de las guardias instaladas en cada una de sus puertas, que podrían ser multados si dejaban pasar a forasteros que no llevasen consigo la documentación de tipo sanitario exigida. Como medida  preventiva también decretó que el 5 de agosto por la noche se trasladara a la iglesia parroquial desde su ermita la imagen del Cristo de Villajos dado que hasta allí acudía mucha gente de otros pueblos, y así se evitaría tal concurrencia y el posible contagio.


Precisamente por entonces se había decretado la incomunicación de Alcázar, lo que esa localidad aceptó sin replicar, señal de que era consciente de estar contagiada su población, según comentó nuestro Alcalde Mayor al Gobernador del pueblo vecino. A principios de agosto de 1834 la situación allí se había agravado pues día hubo en que fallecieron siete personas y por vecinos procedentes de ese lugar se sabía que la mayoría había muerto por los efectos del cólera. Y como en esa época las corporaciones municipales alguna competencia tenían en materia religiosa, el Ayuntamiento criptanense decretó, a la vista de los estragos que el cólera estaba causando en Alcázar, traer al pueblo la imagen de la Virgen de Criptana el viernes 22 de agosto con el fin de hacer rogativas durante nueve días y así pedirle la preservación del pueblo del azote de aquella enfermedad.

          FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS

                                                                      (continuará)


                          
                                                                          



     

viernes, 17 de abril de 2020

EN TIEMPOS DE PANDEMIA Y CONFINAMIENTO, UNA MIRADA PARCIAL A NUESTRO PARTICULAR PASADO SANITARIO (I)




Dentro de poco entraremos en el segundo mes de una alteración profunda en nuestras vidas, tanto en nuestro país como a lo largo y ancho de nuestro mundo. Una pandemia está rigiendo, querámoslo o no, el quehacer diario de cada cual. Cuántas veces hemos oído decir, y todos hemos dicho, que nunca habíamos conocido nada igual. Y es verdad. Mas si abrimos la perspectiva hacia atrás en el tiempo comprobaremos que no son pocos en la historia de la humanidad los episodios epidémicos que han marcado la evolución de los habitantes de nuestro planeta, y desde muy antiguo, si bien voy a referirme, a modo de muestra, a algunos de ellos partiendo de la etapa final de la Edad Media y dando relevancia a lo que tiene que ver con Campo de Criptana.

Diversas epidemias de peste – bubónica, pulmonar - fueron habituales en Europa desde mediados del siglo XIV hasta principios del siglo XVIII. En no muchos años en torno a 1348 la peste negra invadió las regiones mediterráneas acabando por infectar el resto del continente. Dependiendo de las zonas, entre la mitad y los dos tercios de la población europea, que por entonces sumaba alrededor de 80 millones, murió.

Francisco José de Goya: "Corral de apestados"

En España, como en Europa, a diferencia de los siglos XVI y XVIII, en los que hubo un notable incremento demográfico, en el XVII la población se mantuvo estacionaria por una serie de factores negativos, entre ellos las hambrunas por malas cosechas y diversos periodos de mortalidad extraordinaria causados en buena parte por la presencia de epidemias     – básicamente la peste, bien conocida ya en centurias anteriores en los diferentes territorios peninsulares - en varios momentos de la centuria.

El primero, que se extendió desde el siglo anterior, concretamente desde 1597, y abarcó hasta 1602, fue el de la llamada “peste atlántica”; penetró por tierras cantábricas y afectó a casi toda España, originando alrededor de medio millón de muertos. La segunda fase, conocida como “la peste mediterránea”, fue la peor del siglo y se extendió desde 1647 hasta 1652; hubo ciudades que perdieron entre la cuarta parte y el 50% de sus habitantes, casos de Valencia y Sevilla. Entre 1676 y 1685 hubo una tercera oleada de peste, que tuvo por escenario principal las mismas regiones que la segunda, es decir, la mitad meridional y la mitad oriental; aunque fue de más duración que las dos anteriores fue menos virulenta. De cualquier forma, los más débiles económicamente fueron siempre los más fácilmente atacables.

Un hecho que debe resaltarse es cómo se veían afectados los pueblos y ciudades, para los que la declaración oficial de núcleo “apestado” resultaba muy negativa por el aislamiento que suponía y por las repercusiones negativas sobre el abastecimiento y la actividad comercial; en consecuencia mucha gente se empobrecía, si bien es cierto que también había enriquecimientos más o menos repentinos. Por su parte, las haciendas municipales quedaron, por lo general convertidas en instituciones muy depauperadas al tiempo que hacían frente a la extensión de la enfermedad como buenamente podían: limitando la circulación de las personas, incomunicando a los enfermos, destruyendo las ropas de los afectados por la peste, acentuando las medidas de vigilancia, etc., etc. Por lo demás, ni que decir tiene que en el ambiente de temor que se extendía al compás de cada episodio epidémico proliferaban fabulaciones sociales, obsesiones mentales, todo tipo de supersticiones, falsas noticias (¿nos suena algo de esto en 2020?), aparte del recurso a ciertas prácticas piadosas y la extensión de la devoción a santos protectores como San Sebastián, San Rafael o San Roque.


San Roque
De esos tres ciclos epidémicos acaecidos en el siglo XVII  dos fueron los que más afectaron a Campo de Criptana. El que más el último; concretamente a principios de los años ochenta se extendió entre nuestros antepasados una grave epidemia de tercianas que causó bastantes muertos de todas las edades, y para ahondar aún más la crisis desde agosto de 1684 solo se pudo contar con la atención del doctor D. José López Pintado pues el otro que había, el doctor Muñoz, también fue víctima de la enfermedad. Le siguió en intensidad el ataque de principios del siglo; la documentación menciona la extensión de la peste y la muerte, entre otros, de muchos niños, por lo que no extraña que se intensificaran los actos de piedad religiosa para tratar de superar la enfermedad y que se incrementara la devoción a San Sebastián como protector ante ese mal.

La oleada pestífera de mediados de siglo parece que apenas incidió en la localidad y todo se limitó a la prevención contra ella. El 20 de junio de 1649, con el fin de reunir dinero para hacer frente a los gastos, se decretó un repartimiento contributivo sobre los vecinos con el fin de cercar el pueblo e impedir el contagio, dejando solo cuatro calles abiertas al exterior. El 25 de junio de 1650 el Ayuntamiento redobló las precauciones al tener noticia de que la enfermedad ya había alcanzado la localidad de Priego de Còrdoba.

     FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS

                                                                        
                                                                 (continuará)