Quienes me siguen a través de mis
diferentes publicaciones saben que más de una vez me he referido a una práctica
bastante extendida entre los gobernantes municipales de aquí o de allá, de
antes y de ahora, como es la de quitar el nombre a una calle para adjudicarle
otro por motivos varios pero que, en muchas ocasiones, se trata de una
justificación puramente política.
Hago hincapié en un verbo que
acabo de utilizar, quitar, pues no estoy en contra de que un ayuntamiento
“bautice” calles, plazas, etc., pero siempre que
no sea a costa de arrebatar el nombre a una vía pública u otro espacio de un
pueblo o ciudad; en efecto, para poner nombres nuevos aprovéchense calles,
etc., que van surgiendo a medida que una población crece, así se evitarían – si
no del todo, al menos en gran parte -polémicas innecesarias.
Ahora bien, quiero dejar muy clara
mi postura en relación con todo esto: opino que lo lógico es respetar y
mantener el nombre antiguo de una calle, pero insisto en lo de “antiguo”, lo
cual nos traslada, normalmente, a varios siglos atrás; aclaro que hay calles
que a lo largo del tiempo han tenido varias denominaciones según la preferencia
de quienes ejercían el poder en cada momento, y lo que yo defiendo es la conservación
del nombre original (en Campo de Criptana calle del Monte, calle [de la Fuente]
del Caño, calle Castillo, calle Murcia, por citar sólo algunos ejemplos). Por
otra parte, siempre y en todo lugar debería seguirse el criterio de no dedicar
calles, plazas, etc., a personas, acontecimientos e instituciones que
claramente tengan que ver con sistemas políticos no democráticos y/o no
respetuosos con los derechos humanos, y si esta circunstancia ya se ha producido
la solución es clara: hay que devolverles a esas vías o espacios su antiguo
nombre.
Las reflexiones anteriores vienen
a cuento de un caso muy concreto – hay muchos más, sin duda - que he podido
conocer investigando el devenir de los años treinta del siglo XX en Campo de
Criptana y que demuestra las contradicciones en que incurren a veces los
políticos.
En la sesión que
celebró la corporación municipal criptanense el 31 de octubre de 1934, el
alcalde, Dionisio de la Torre, miembro del Partido Republicano Radical, presentó
una moción en la que señalaba que la pasión política de los primeros momentos
de la Segunda República, proclamada en 1931, pudo producir casos de injusticia
que había que reparar si se veían las cosas serenamente.
Escudo de los Baíllo, en la "casa del Conde" de la Plaza Mayor |
Se refería al cambio de
nombre de la calle Conde de Cabezuelas (hoy y desde su origen Tercia) por el de
Álvaro de Albornoz. ¿Quiénes eran uno y otro? Juan de la Cruz Baíllo de la
Beldad Marañón (1804-1890), sexto Conde de Cabezuelas, que nació y murió en
Campo de Criptana, fue senador en las legislaturas de 1872 y 1876 y tenía fama
de haber contribuido al fomento de la agricultura y de la ganadería, además de
destacar – decían sus propios descendientes- por su fervor religioso y su labor
caritativa. Fue primer contribuyente de la provincia de Ciudad Real por su
riqueza territorial y, como concienzudos estudios de relevantes historiadores
especialistas en la época de la Restauración borbónica han puesto de relieve,
formó parte de una familia, los Baíllo, que durante años y años controló
políticamente el distrito electoral de Alcázar de San Juan en aquella España
que el regeneracionista Joaquín Costa definió con los términos “oligarquía y
caciquismo”. Una vez muerto Juan de la Cruz, como se ha dicho, tuvo una calle
dedicada en su pueblo.
Álvaro de Albornoz |
Álvaro de Albornoz
(1879-1954) fue abogado, escritor y político. Desde 1909 era miembro del
Partido Republicano Radical, liderado por Alejandro Lerroux. Junto con
Marcelino Domingo fundó en 1929 el Partido Republicano Radical Socialista, para
acabar en 1934 integrado en Izquierda Republicana, el partido de Manuel Azaña.
Fue diputado en las Cortes Constituyentes de la Segunda República, durante cuyo
primer bienio fue ministro de Fomento y de Justicia. El Ayuntamiento de mayoría
republicano-socialista de Campo de
Criptana, surgido de las elecciones del 12 de abril de 1931, le dedicó
la calle, antes llamada Conde de Cabezuelas, en ese primer bienio.
Volviendo a la moción del alcalde,
éste argumentaba que se le podría haber dedicado otra calle a Albornoz sin
necesidad de quitársela al Conde y seguía manifestando que, para
“evitar que pueda interpretarse que esta
Corporación ha pretendido inferir agravio alguno a dicho señor, cuya memoria
será siempre respetable, tanto por haber sido un hijo ilustre de este pueblo,
que desempeñó elevados cargos políticos, como por haber fallecido”, su
propuesta era que el Ayuntamiento [aclaro que el de ese momento era de signo
ideológico conservador] restituyera a la calle “su antiguo nombre de Conde de las Cabezuelas”. Así fue aprobado por
unanimidad.
Calle Tercia |
Por mi parte, coincido con
la primera idea del alcalde de la Torre: para nombrar una calle no es preciso
quitar el nombre anterior. Pero no coincido con la idea en que se basa la
moción pues ahí está la contradicción: cuando el 14 de abril de 1890 el
Ayuntamiento rotuló una calle como Conde de Cabezuelas, no respetó el nombre
anterior, el original, calle Tercia, que hay que suponer que así se le llamó
siglos atrás por ser la calle que desde el centro de la población conducía al
lugar donde se ubicaba la Casa de la Tercia. En definitiva, cuando interesó no
se tuvo en cuenta el nombre anterior (es lo que hizo la Corporación de 1890),
cosa que en 1934 se defendía para que esa fuera la calle en honor del Conde.
¿Desconocían los regidores
criptanenses de 1934 el decreto municipal de abril de 1890 aprobado por sus
predecesores, o simplemente pasaron de él? Desde luego, si hubieran sido
coherentes con el criterio que defendían, no habrían devuelto el nombre de
Conde de Cabezuelas a la calle sino que habrían respetado el antiguo de Tercia
y habrían esperado la existencia de una calle nueva para dedicarla al Conde.
Y concluyendo: los
políticos, si no tienen conocimiento de ciertos hechos del pasado de su pueblo, deben buscar
asesoramiento de quien pueda iluminar sus mentes.
Casa de la Tercia, en la plaza que lleva su nombre |
FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS