miércoles, 11 de octubre de 2017

CAMPO DE CRIPTANA EN LEÓN

Ayuntamiento de León,
escenario de la inauguración del Congreso
La Real Asociación Española de Cronistas Oficiales (RAECO), de la que soy miembro desde hace casi veintinueve años, ha celebrado en la ciudad de  León durante los días 6, 7 y 8 de octubre su XLIII Congreso Nacional y I Hispano-Mexicano, que ha contado con 165 participantes procedentes de 24 provincias y 11 comunidades autónomas; de esas personas, 84 hemos asistido como cronistas, entre ellos 8 mujeres.
En el Congreso ha estado presente de manera activa una delegación de cronistas mexicanos de las localidades de Santa Caterina (Nuevo León), Ojocaliente (Zacatecas), Texcoco (estado de México), Valladolid (Yucatán), Monterrey (Nuevo León), Rayones (Nuevo León), Zacatecas, Cancún (Quintana-Roo), y Chiconcuac (estado de México), pertenecientes a la Federación Nacional de Cronistas Mexicanos, a los que ha acompañado un grupo de Danzantes Matlachines, que exhibieron sus bailes por diferentes calles de la ciudad.
Cronistas ante la Basílica de San Isidoro
En las sesiones de trabajo programadas se presentaron los resúmenes de 59 comunicaciones elaboradas por otros tantos cronistas, comunicaciones que serán publicadas próximamente. Como Cronista Oficial de Campo de Criptana he asistido a este Congreso, lo que me ha permitido profundizar en el conocimiento de la ciudad de León en sus diversos aspectos – histórico, artístico, etc., etc. – y divulgar entre todos los asistentes – con la consiguiente repercusión en los medios de comunicación de muy variados lugares – fragmentos de la historia de nuestro pueblo, dado que presenté una comunicación cuyo resumen reproduzco a continuación, un resumen muy escueto pues solamente se disponía de seis minutos por cada cronista para su exposición.
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PEDRO MARTÍNEZ DE CASTAÑEDA,
UN ESCULTOR SALMANTINO
EN TIERRAS DE CASTILLA-LA MANCHA
         
A lo largo de los siglos el Sistema Central, a pesar de constituir una barrera orográfica, ha sido también lugar de paso que ha permitido el trasiego de gentes ubicadas al norte o al sur de la misma, y esto ha sido así por motivaciones muy variadas: el afán por dominar territorios en el contexto de la expansión desde antiguo de pueblos diversos, las relaciones comerciales de todo tipo y, desde luego, ocupando un lugar destacado, el proceso repoblador medieval por parte de los reinos cristianos, que en La Mancha se prolongó en el tiempo más que en otras zonas.
Mi comunicación se centra en una época más reciente, en la Edad Moderna, y pone el acento en el campo de la actividad artística pues versa sobre un artista, un escultor, nacido en el siglo XVI y muerto en el XVII.
Un artista que tras su formación en tierras castellano-leonesas desarrolló su actividad profesional, orientada a la temática religiosa principalmente, en tierras de la actual comunidad autónoma de Castilla-La Mancha, y en gran medida para realizar encargos de la sede arzobispal toledana – y no sólo de ella -, bien es cierto que no trabajó solamente para la catedral primada sino también para diversas parroquias e instituciones religiosas, pudiendo afirmarse que su clientela por excelencia estuvo integrada por diferentes sectores de la Iglesia Católica, poderosa en todos los sentidos en el ámbito de la monarquía hispánica de los Austrias.
Me estoy refiriendo al escultor Pedro Martínez de Castañeda, que creó escuela - entre sus  discípulos tuvo a algún que otro criptanense – y tuvo continuador de su actividad como escultor a uno de sus propios hijos.
Entre los lugares donde dejó muestra de su obra figura Campo de Criptana, provincia de Ciudad Real, la “villa de los molinos”, como es conocido este pueblo desde hace no pocos años, o la “tierra de gigantes”, como es denominado en los tiempos más recientes por aquello de su atribuida relación con la aventura molinera de Don Quijote y por el interés en fomentar su atractivo turístico.
Campo de Criptana era un pueblo que había ido experimentando un notable crecimiento demográfico a lo largo de ese siglo XVI, con unos 4.500 habitantes en la parte final de aquella centuria.
En su estructura social, caracterizada por la existencia de notorias desigualdades económicas que se correspondían jurídicamente con un injusto sistema estamental, los poderosos en buena parte eran del estamento nobiliario, los hidalgos – la nobleza no titulada -, cuyo número osciló en la segunda mitad del siglo XVI entre la veintena y la treintena. Otro sector poderoso era el clero secular, unos veinte individuos, número nada escaso si se tiene en cuenta la cantidad de habitantes del pueblo, lo que hay que relacionar con una nada despreciable base económica que los sustentaba, fundamentalmente agraria.
También agraria era básicamente la economía del pueblo; los sectores secundario y terciario aportaban una parte bastante menor a la riqueza criptanense, si bien hay que destacar dos actividades que en las Relaciones de Felipe II (1575) tienen una resonancia especial; una, la elaboración de harina en los molinos de viento,  “... hay en esta sierra de Criptana junto a la villa muchos molinos de viento ...” dicen esas Relaciones filipinas, que también ponían de relieve la artesanía textil criptanense al afirmar que en el pueblo se labraban “...paños diezyochenos mejores que en otras partes ...”.
Palacio de los Guzmanes,
una de las sedes del Congreso
Esa base económica es la que permitió contratar a Pedro Martínez de Castañeda, un escultor de la escuela castellana de la segunda mitad del siglo XVI, que  también llegó a dominar la pintura, nacido en 1527 en Peñaranda de Bracamonte (Salamanca) donde residió hasta los 16 años; en 1543 marchó a Salamanca, donde aprendió el oficio de escultor con Pedro de Salamanca. Dos o tres años después se fue a Valladolid, donde estuvo durante cuatro o cinco años bajo las enseñanzas pictóricas y escultóricas de Alonso Berruguete, que entonces pasaba por el apogeo de su carrera; muy probablemente colaboró con él en la realización de la silla arzobispal y en el grupo escultórico de la Transfiguración de la catedral de Toledo.
Hacia 1550 se separó de su maestro. Trabajó también, aunque muy brevemente, durante dos meses, con el escultor Gregorio Pardo en Toledo; poco tiempo para recibir de él influencias en su estilo, todo lo contrario que lo sucedido con Berruguete, que sí dejó en él una más que decisiva impronta, hasta el punto de atribuírsele a éste algunas obras suyas por parte de algunos estudiosos del arte.
La independencia adquirida como artista vino quizás favorecida por el mecenazgo prestado por Miguel Muñoz, obispo de Cuenca, ciudad donde estuvo durante dos años y medio. Dicho obispo le encargó un retablo para la iglesia parroquial de Buendía (Cuenca), desaparecido en la guerra civil (1936-1939). A partir de entonces Pedro se dedicó al arte religioso exclusivamente, concretamente a la realización de retablos para iglesias, en lo que destacó siguiendo una dirección artística marcada por la influencia de su maestro Berruguete.
Tras unos años de trabajo en varios lugares se trasladó a Campo de Criptana, donde nacería su primer hijo, Juan, que también habría de ser escultor. Allí trabajó en los primeros años del último tercio del siglo XVI; una obra suya sin ningún género de dudas fue el retablo del altar mayor de la iglesia parroquial, durante muchos años atribuido a Alonso Berruguete y hoy únicamente visible a través de fotografías pues el templo, con todo lo que en él había – imaginería, archivo, etc. -, fue incendiado en agosto de 1936, justo al mes de haberse iniciado la última guerra civil española; otras obras atribuidas al  mismo escultor tuvieron como destino la ermita que es sede de la criptanense Cofradía de la Vera Cruz, una de las dos más antiguas hermandades pasionarias de esta población, ambas fundadas en el siglo XVI.
En torno a 1570 realizó el grandioso retablo de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Entre el vecindario criptanense fue muy popular e incluso de la localidad tuvo un discípulo aventajado, Francisco Hernández, que desarrolló su actividad escultórica en tierras manchegas, trabajando también en Toledo para iglesias y monasterios.
El retablo respondía a las características estilísticas del Renacimiento (naturalismo, simetría, etc.), de acuerdo con la formación del autor de manos del célebre Alonso Berruguete, en consonancia con lo cual puede decirse que estaba presente en su obra la impronta miguelangelesca (actitudes grandiosas, perfección de las formas, movimiento contenido), dada la influencia sobre Berruguete del polifacético artista de la Toscana italiana Miguel Ángel Buonarroti.
En la presentación de mi comunicación,
acompañado por el coordinador del acto 
La portada de la ermita de la Vera Cruz quedó rematada en 1573, según certifica una inscripción grabada en la piedra de su portada. Hay quien ha apuntado la participación de Pedro Martínez de Castañeda en algún otro elemento de esta ermita, como el primitivo retablo, hace ya mucho tiempo desaparecido. Es más que posible, como digo, que  él fuese el autor de la parte escultórica de la portada, tanto por la cronología pues por entonces estaba en el pueblo – independientemente de que pudo recibir el encargo de la obra aun residiendo ya en otra población, Toledo concretamente  – como, sin duda, por sus características estilísticas que antes mencioné. En todo caso, podría plantearse como hipótesis que el autor fuese un discípulo suyo, circunstancia perfectamente factible. No obstante, hay en esta portada un elemento que puede considerarse definitivo sobre la autoría, como defienden algunos: se cuenta con la letra P mayúscula grabada en uno de los relieves situados en la parte derecha que podría ser la inicial de su nombre propio, Pedro.        
En 1574 le fue encargado a Pedro el retablo para el templo parroquial de Sonseca (Toledo), obra que culminó en 1588 y en la que colaboró su hijo Juan. Se trata del único retablo que se conserva – restaurado hoy en día – de Pedro Martínez, a pesar de resultar parcialmente destrozado durante la guerra civil. Durante esos años siguió realizando algunos trabajos en Toledo para la catedral. Se le atribuyen también, en la provincia de Toledo, un retablo de la iglesia parroquial de Carranque, un retablo – desaparecido – de Magán y otro en Marjaliza, del que sólo queda un Crucifijo.
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FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS