Ermita de la Vera Cruz |
Hace exactamente cuatrocientos años, en 1615,
tuvo lugar en Campo de Criptana en el ámbito religioso, un acontecimiento que,
dada la mentalidad dominante por entonces, seguro que fue calificado de extraordinario:
la recepción de unas afamadas reliquias. Era el 27 de diciembre y en la ermita
de la “Cofradía y Hermandad de la Santa
Vera Cruz” se habían reunido, junto a un numeroso público, los miembros del
clero y del ayuntamiento criptanenses. Pongamos nombres a algunos de ellos. El
licenciado Cipriano Martínez era el cura párroco. Dos eran los alcaldes
ordinarios, a saber, Gaspar de Herriega Guerrero (la calle Monescillo le estuvo
dedicada durante mucho tiempo) y Pedro Díaz del Campo, y tres los regidores
(concejales si utilizamos la terminología oficial de la actualidad): Esteban
Suárez, Bartolomé Sánchez de Juana y Alonso Fernández del Quintanar.
El objeto de la concentración era la
celebración de una procesión solemne, para la que se contaba con la oportuna
licencia, emitida por el prior del Convento de
Santiago de Uclés, doctor D. Antonio Mejía; téngase presente que en esa época
nuestra villa dependía de la Orden de Santiago, en cuyo partido de Uclés y
provincia de Castilla estaba enclavada. Las reliquias estaban colocadas sobre
unas andas que habrían de portar sobre sus hombros varios sacerdotes. ¿De qué
reliquias se trataba? La documentación conservada nos los aclara: “dos
cabezas de las once mil vírgenes y un relicario con cuatro huesos, tomados los
dos de las dichas santas y los otros dos de San Xereón, con otras partículas de
santos, todo adornado en [un] relicario con las bordaduras, perlas y
piedras que en él hay con la imagen de Nuestra Señora en medio de todo ello
”.
Capitán de los tercios de Flandes |
¿Y de dónde procedían tales reliquias?
Habían sido enviadas al pueblo por un hijo del mismo, un militar destinado bien
lejos de estos pagos, nada menos que en Flandes, en tierras de la actual
Bélgica. En efecto, el criptanense Juan Ramírez, capitán y gobernador del “Saxo
de Gante” y miembro del Consejo de Guerra de Felipe III, que las había hecho
llegar hasta aquí por medio del alférez, también criptanense, Sebastián Sánchez
Quirós. La procesión discurrió por las que se consideraban calles principales
del pueblo, es decir, y como no podía ser de otra manera, por las que
habitualmente lo hacía cada año la procesión “del Santísimo Sacramento en su
festividad”, o lo que es lo mismo, la llamada del Corpus Christi,
exactamente el mismo itinerario que ésta sigue ahora, pero entonces en sentido
contrario: Plaza, Magnes (Virgen), Castillo, Convento,
Pozo Hondo, Torrecilla (Cervantes) y del Hospital o de la Torre (Soledad). La solemnidad requería que acompañasen a las
reliquias todas “las cofradías, cruces, estandartes e imágenes que en esta
Villa hay, y con danzas y músicas”. Queda claro, lo que ahora hay quien
llama toda una Magna Procesión.
Alférez |
El lugar destinado para las reliquias era la
iglesia parroquial – la “iglesia mayor, advocación de Santa María” - y dentro de ella, en principio, su
altar mayor. Llegada la procesión al templo tuvieron lugar “vísperas
solemnes, en que asistió la mayor parte del pueblo” y a renglón seguido el
alférez antes mencionado transmitió las directrices a seguir según el deseo del
capitán Juan Ramírez: en “el altar y capilla que fueren puestas lo estén
para siempre jamás a honra y gloria de Dios Nuestro Señor y de sus santos, para
bien y devoción de los fieles cristianos, sin que de la dicha iglesia se puedan
sacar, prestar ni enajenar para otra parte”.
Las instrucciones del capitán no se quedaban
en lo expuesto. La ubicación exacta quedaba a voluntad del clero y del
ayuntamiento, pero aquél señalaba que las reliquias debían quedar bajo cuatro
llaves, cuyos depositarios habrían de ser el cura párroco, cada uno de los dos
alcaldes y el presbítero Esteban Sánchez Berenguillo, a la muerte del cual esta
última llave quedaría en manos del “sacerdote de misa más antiguo en la
dicha dignidad de sacerdote que sea natural y residente en esta Villa ”. De
momento, y hasta tanto no se decidiera el lugar concreto para depósito y
exposición de las reliquias, “mandaron se pongan, como en efecto se
pusieron, en la sacristía de la dicha iglesia, donde estén con la custodia y
guarda necesaria debajo de candados y llaves”.
La anterior iglesia parroquial, punto de destino de las reliquias |
Éste es el relato de algo que debemos
contextualizar en el ambiente religioso que se respiraba en España y
en nuestro pueblo en pleno Siglo de Oro, una época en que tras la celebración
del Concilio de Trento la reafirmación del catolicismo frente a reformas como
la luterana se plasmaba en múltiples prácticas religiosas, tales como la
devoción a las reliquias de santos y santas y la frecuencia de las procesiones.
El relicario, tal como se conserva ahora |
Por cierto, la voluntad del citado Gobernador no se cumplió por
“siempre jamás”. El relicario despareció cuando el incendio de la iglesia
parroquial, en agosto de 1936, y por casualidad se encontró hace varias décadas
en unas dependencias del antiguo Convento de Carmelitas Descalzos, en cuya
iglesia están actualmente, si bien ya incompletas y sin todos los elementos de adorno
que antaño tuvieron; sin embargo, su valor histórico y religioso sí lo
conservan, razón por la que están expuestas
al público en una hornacina en uno de los muros laterales de dicho templo,
según se entra en él a la derecha muy cerca de la puerta principal.
FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS
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