Así
es. El 13 de enero de 1937 Campo de Criptana fue bombardeado por la aviación de
una parte de España, aquélla que se había sublevado el 18 de julio de 1936
contra el gobierno legítimo del Estado de la Segunda República.
Hace
unos años entrevisté a una persona, ya fallecida, que por entonces era un
adolescente. Recordaba que aquel 13 de enero era ya de noche, hacia las
diecinueve horas, cuando se dejaron oír los motores de los aviones y muy poco
después el estruendo de las bombas, que produjeron – imagino – el lógico
estupor entre la población criptanense. Otros testimonios me aseguraron a lo
largo de los años que una niebla espesa envolvía a la localidad.
Efectos de un bombardeo en el transcurso de la Guerra Civil española |
¿Motivo
del ataque? La tradición oral insiste en que aquel grupo de bombarderos tenía
como objetivo un convoy de vehículos llenos de suministros que, estacionado
cerca de la estación de ferrocarril, estaba a la espera de que éstos fueran
cargados para su transporte.
El
caso es que parte de la zona oriental del casco urbano sufrió directamente los
efectos del bombardeo, con el resultado de tres personas muertas - según me
indicó la persona citada -, que habrían sido dos si se sigue lo expuesto por
cierta bibliografía; también hubo destrozos en parte de los inmuebles de dicha
zona, en el entorno de la calle Guindalera.
Muchas
veces he oído contar a mis mayores que la familia de mi madre vivía en la calle
Blasco Ibáñez (General Mola la denominaron durante la dictadura franquista y
algunos años de la presente etapa democrática) y que toda ella pasó mucho
miedo, más aún cuando una de las bombas cayó en la conocida como “bodega de Juanito”, situada a pocos
metros del domicilio familiar y con su entrada principal por la calle
Concepción. Por suerte, la bomba no llegó a hacer explosión.
Igualmente,
en innumerables ocasiones he escuchado lo ocurrido con mi abuelo materno, cuya
inquietud y desasosiego ante el suceso también son fáciles de imaginar. Agricultor,
se encontraba en su modesta casa de labor en el campo (cocedero, o “cocero” hablando coloquialmente) situada
en la parte meridional del término municipal a unos cuantos kilómetros de
distancia de la localidad. En medio del frío nocturno, junto a otro agricultor,
pudo ver el horizonte iluminado por efecto del ataque aéreo, y en un momento
determinado comunicó a su colega la determinación que acababa de tomar: “Me voy al pueblo, que una de esas bombas ha
caído cerca de mi casa”. Desde luego, no le falló su intuición.
Me
gustaría enumerar todos los detalles de aquel trágico suceso, pero
desgraciadamente no cuento con más información por el momento; eso sí, lo
traigo a colación y lo evoco porque, como todo lo que es pasado, aquella
guerra, pese a algunas erróneas opiniones, no debe ser olvidada: será el mejor
medio para que no vuelva a repetirse.
FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS
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