miércoles, 19 de agosto de 2015

LOS POLÍTICOS, EL PASADO Y LAS CALLES

Quienes me siguen a través de mis diferentes publicaciones saben que más de una vez me he referido a una práctica bastante extendida entre los gobernantes municipales de aquí o de allá, de antes y de ahora, como es la de quitar el nombre a una calle para adjudicarle otro por motivos varios pero que, en muchas ocasiones, se trata de una justificación puramente política.
Hago hincapié en un verbo que acabo de utilizar, quitar, pues no estoy en contra de que un ayuntamiento “bautice” calles, plazas, etc., pero siempre    que no sea a costa de arrebatar el nombre a una vía pública u otro espacio de un pueblo o ciudad; en efecto, para poner nombres nuevos aprovéchense calles, etc., que van surgiendo a medida que una población crece, así se evitarían – si no del todo, al menos en gran parte -polémicas innecesarias.
Ahora bien, quiero dejar muy clara mi postura en relación con todo esto: opino que lo lógico es respetar y mantener el nombre antiguo de una calle, pero insisto en lo de “antiguo”, lo cual nos traslada, normalmente, a varios siglos atrás; aclaro que hay calles que a lo largo del tiempo han tenido varias denominaciones según la preferencia de quienes ejercían el poder en cada momento, y lo que yo defiendo es la conservación del nombre original (en Campo de Criptana calle del Monte, calle [de la Fuente] del Caño, calle Castillo, calle Murcia, por citar sólo algunos ejemplos). Por otra parte, siempre y en todo lugar debería seguirse el criterio de no dedicar calles, plazas, etc., a personas, acontecimientos e instituciones que claramente tengan que ver con sistemas políticos no democráticos y/o no respetuosos con los derechos humanos, y si esta circunstancia ya se ha producido la solución es clara: hay que devolverles a esas vías o espacios su antiguo nombre.
Las reflexiones anteriores vienen a cuento de un caso muy concreto – hay muchos más, sin duda - que he podido conocer investigando el devenir de los años treinta del siglo XX en Campo de Criptana y que demuestra las contradicciones en que incurren a veces los políticos.
En la sesión que celebró la corporación municipal criptanense el 31 de octubre de 1934, el alcalde, Dionisio de la Torre, miembro del Partido Republicano Radical, presentó una moción en la que señalaba que la pasión política de los primeros momentos de la Segunda República, proclamada en 1931, pudo producir casos de injusticia que había que reparar si se veían las cosas serenamente.
Escudo de los Baíllo, en la "casa del Conde"
de la Plaza Mayor
Se refería al cambio de nombre de la calle Conde de Cabezuelas (hoy y desde su origen Tercia) por el de Álvaro de Albornoz. ¿Quiénes eran uno y otro? Juan de la Cruz Baíllo de la Beldad Marañón (1804-1890), sexto Conde de Cabezuelas, que nació y murió en Campo de Criptana, fue senador en las legislaturas de 1872 y 1876 y tenía fama de haber contribuido al fomento de la agricultura y de la ganadería, además de destacar – decían sus propios descendientes- por su fervor religioso y su labor caritativa. Fue primer contribuyente de la provincia de Ciudad Real por su riqueza territorial y, como concienzudos estudios de relevantes historiadores especialistas en la época de la Restauración borbónica han puesto de relieve, formó parte de una familia, los Baíllo, que durante años y años controló políticamente el distrito electoral de Alcázar de San Juan en aquella España que el regeneracionista Joaquín Costa definió con los términos “oligarquía y caciquismo”. Una vez muerto Juan de la Cruz, como se ha dicho, tuvo una calle dedicada en su pueblo.
Álvaro de Albornoz
Álvaro de Albornoz (1879-1954) fue abogado, escritor y político. Desde 1909 era miembro del Partido Republicano Radical, liderado por Alejandro Lerroux. Junto con Marcelino Domingo fundó en 1929 el Partido Republicano Radical Socialista, para acabar en 1934 integrado en Izquierda Republicana, el partido de Manuel Azaña. Fue diputado en las Cortes Constituyentes de la Segunda República, durante cuyo primer bienio fue ministro de Fomento y de Justicia. El Ayuntamiento de mayoría republicano-socialista de Campo de  Criptana, surgido de las elecciones del 12 de abril de 1931, le dedicó la calle, antes llamada Conde de Cabezuelas, en ese primer bienio.
Volviendo a la moción del alcalde, éste argumentaba que se le podría haber dedicado otra calle a Albornoz sin necesidad de quitársela al Conde y seguía manifestando que, para “evitar que pueda interpretarse que esta Corporación ha pretendido inferir agravio alguno a dicho señor, cuya memoria será siempre respetable, tanto por haber sido un hijo ilustre de este pueblo, que desempeñó elevados cargos políticos, como por haber fallecido”, su propuesta era que el Ayuntamiento [aclaro que el de ese momento era de signo ideológico conservador] restituyera a la calle “su antiguo nombre de Conde de las Cabezuelas”. Así fue aprobado por unanimidad.
Calle Tercia
Por mi parte, coincido con la primera idea del alcalde de la Torre: para nombrar una calle no es preciso quitar el nombre anterior. Pero no coincido con la idea en que se basa la moción pues ahí está la contradicción: cuando el 14 de abril de 1890 el Ayuntamiento rotuló una calle como Conde de Cabezuelas, no respetó el nombre anterior, el original, calle Tercia, que hay que suponer que así se le llamó siglos atrás por ser la calle que desde el centro de la población conducía al lugar donde se ubicaba la Casa de la Tercia. En definitiva, cuando interesó no se tuvo en cuenta el nombre anterior (es lo que hizo la Corporación de 1890), cosa que en 1934 se defendía para que esa fuera la calle en honor del Conde.
¿Desconocían los regidores criptanenses de 1934 el decreto municipal de abril de 1890 aprobado por sus predecesores, o simplemente pasaron de él? Desde luego, si hubieran sido coherentes con el criterio que defendían, no habrían devuelto el nombre de Conde de Cabezuelas a la calle sino que habrían respetado el antiguo de Tercia y habrían esperado la existencia de una calle nueva para dedicarla al Conde.
Y concluyendo: los políticos, si no tienen conocimiento de ciertos hechos del pasado de su pueblo, deben buscar asesoramiento de quien pueda iluminar sus mentes.


Casa de la Tercia,
en la plaza que lleva su nombre  

FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS



jueves, 6 de agosto de 2015

OCHENTA AÑOS ATRÁS. 1935: LA ÚLTIMA FERIA ANTES DEL ESTALLIDO DE LA GUERRA CIVIL


En  el verano de 1935 en España todavía gobernaba el centro-derecha después de su triunfo en las elecciones generales de noviembre de 1933, triunfo que dio inicio al periodo conocido en la historiografía de la Segunda República como Bienio radical-cedista. Gobiernos en ese tiempo hubo unos cuantos; desde mayo de 1935 el presidente era Alejandro Lerroux, y era ministro de Guerra José Mª Gil Robles, líder de la CEDA, que tenía a otros cuatro de sus miembros en aquel gabinete.
En Campo de Criptana desde septiembre de 1934 había un ayuntamiento no elegido democráticamente. El que salió de las urnas el 12 de abril de 1931 había sido suspendido y en su lugar gobernaba otra corporación designada gubernativamente.  Así pues, a 1 de enero de 1935 la Corporación municipal criptanense se componía de los  siguientes  miembros, todos nombrados “a dedo”:
Del Partido Republicano Radical de Lerroux eran 11: Dionisio de la Torre (alcalde), Aurelio López García, Santiago Luján Casarrubios, Vicente Díaz-Hellín Alberca, Francisco Iniesta Quintanar, Isidoro Abad Gutiérrez, Amadeo Badía Arnabat, Santiago Olivares Sepúlveda, Juan Bustamante Rodríguez, Ángel Morales Sánchez-Alarcos (hasta 27 de marzo de 1935) y Jesús Quintanar López-Pintor. En esa fecha el resto de concejales eran independientes: Gregorio Quirós Quirós, Julián López-Pintor, Julio Casero Palomino, Rufino Manzaneque Olivares, Francisco Lucerón Carrillejo, Francisco Lorente Alberca, Timoteo Mellado Camuñas, Alejandro Manzaneque Olmedo y Eusebio Olmedo Carramolino.
A 27 de febrero de 1935 fue aceptada la dimisión de Dionisio de la Torre en todos sus cargos. El 10 de abril se posesionaron dos nuevos concejales, nombrados por el gobernador: Juan Manuel Santos Montes y José Mª Molina Rodríguez. En sesión extraordinaria de ese día el Ayuntamiento eligió alcalde  a Juan Manuel Santos Montes.
No eran aquellos buenos momentos desde el punto de vista económico y social. La crisis mundial iniciada en Estados Unidos en 1929 también se dejó sentir en España, que no sólo se vio afectada en sus problemas por esa muy influyente causa. Una de sus consecuencias visibles, el incremento del paro, era bien notorio en el panorama diario de Campo de Criptana. A pesar de los problemas, los primeros días del mes de septiembre se identificaban con el acontecimiento tradicional de la Feria, cita anual que de ninguna manera podía faltar y, como año tras año a lo largo de siglos, el Ayuntamiento puso todo su empeño en llevarla a buen término. Sólo la contienda civil iniciada en 1936 supuso un corte en la costumbre, que se reanudaría en 1939.
La feria de 1935 tuvo lugar desde el 1 al 4 de septiembre, mes en el que desde sus inicios se celebró,  hasta 1956 inclusive. La Comisión de Festejos emanaba de la Comisión de Fomento, una de las que formaban parte del organigrama político-administrativo municipal. Aquel año la Comisión estaba presidida por Jesús Quintanar López-Pintor, concejal afiliado al Partido Republicano Radical; dos de los vocales eran Amadeo Badía y Timoteo Mellado.
Plaza de la Tercia, uno de los escenarios de la Feria
El programa de actos seguía los “usos y costumbres” tradicionales. Alternaban los actos religiosos – en honor del Cristo de Villajos”-, con “Te Deum”, misas y procesiones,  y los actos civiles, de contenido muy popular. Los escenarios de la Feria eran variados: calle Murcia y aledaños, Plaza de la Tercia y Plaza del Pozo Hondo, aparte – por supuesto – de la Plaza, entonces llamada de la Constitución.
La imagen del Cristo de Villajos
regresa a su ermita
Una Feria sin fuegos artificiales era impensable. Por aquellos años era habitual que se encargara de ellos el alcazareño Eusebio Chocano Angora (¿Angora Chocano?), que en agosto firmó el contrato con el Ayuntamiento por valor de 608 pesetas. Los gastos de comida de los operarios polvoristas también corrían por cuenta de la Comisión, que por tres cubiertos hubo de satisfacer 11,25 pesetas a Pedro Morales, encargado de la “Pensión del Sol”, situada junto a la Plaza.
El esfuerzo obtiene
recompensa en la cucaña
Entre los actos populares muy del gusto de la gente los había variados. Hubo carreras de sacos, cuyos premios en total fueron de 20 ptas. También carrera de cintas, a la que se dedicó 50 ptas. en premios. El juego de la cucaña tampoco podía faltar: un largo poste de madera convenientemente untado de grasa en cuyo final había premios para quien lograba escalarlo. Relacionado con la cucaña estaba el juego del chocolate por parejas, cuyos componentes, con los ojos vendados se daban mutuamente el dulce manjar; ese año se utilizaron dos roscas de porra de la conocida churrería de Florentino Sanz, además de dos docenas de bollos.
Cartel anunciador de la Vuelta a España de 1935
Hubo también carrera ciclista, deporte muy apreciado en todo el país (la primera edición de la Vuelta a España tuvo lugar precisamente en 1935). Se disputó el primer día de la feria. Cuatro fueron los premios en metálico concedidos, por un valor de 50, 35, 20 y 10 ptas. respectivamente, premios que recayeron en los que podemos considerar “esforzados de la ruta” Gerardo Alberca, Lorenzo Alberca, Mónico Pérez y Antonio Iniesta. Otro premio fue en especie, una cámara de bicicleta marca Michelín, cuyo beneficiario fue Manuel Angulo. Los ciclistas iban acompañados en el recorrido por algunos vehículos, uno de los cuales era el que llevaba a miembros de la Comisión de Festejos, conducido por el taxista Ramón Olivares, que cobró 30 pesetas por realizar su tarea. En caso de ocurrir algún percance, los ciclistas tenían a su disposición al practicante municipal Marino Moreno Ruescas, por cuya labor recibió 10 ptas., gratificación que tuvo que solicitar pues no estaba presupuestada.
Una carrera ciclista en 1935
El cine, sonoro y al aire libre, también estuvo presente aquel año. Por tres funciones cobró 975 pesetas Juan Garcia, arrendatario del Teatro Cervantes que también se ocupaba del cine durante  la Feria; el suministro eléctrico era un gasto aparte que importó 50 pesetas y estuvo a cargo de la empresa que tenía la concesión para el abastecimiento del pueblo, “LA LOSA, Centrales Eléctricas del Júcar y Alto Guadiana”, cuyo propietario era Julián Navarro.
Diploma acreditativo del 2º Premio obtenido
en Cuenca por la Filarmónica Beethoven
La música era uno de los “platos fuertes” de la feria. En 1935 la Banda de Música “Sociedad Filarmónica Beethoven” obtuvo el segundo premio en el Certamen de Cuenca y la Comisión de Festejos la agasajó en la medida de sus posibilidades; veamos el detalle del “homenaje”:
El tradicional dulce de los cordiales, de la confitería de Matías González: 1,5 kg, cuyo coste ascendió a la cantidad de 10,50 ptas.
Pastas variadas de Luis Marín: 3 kg, que valieron 21 ptas.
Y el refresco, elaborado con 1 arroba de vino, 1 litro de grosella y el contenido de 7,5 docenas de gaseosas, ingredientes facilitados por Julio Agudo por un valor total de 22,50 ptas.
Banda Filarmónica Beethoven
Y metidos en el campo musical, me detengo en los conciertos o veladas que asiduamente conformaban aquellos días de fiesta, si bien no eran ellos las únicas intervenciones de las Bandas, en plural porque por entonces Campo de Criptana contaba con dos. Una de ellas era la Sociedad Filarmónica Beethoven, dirigida desde 1934 por Manuel Angulo Sepúlveda, y la otra la denominada Santa Cecilia (en una ocasión es citada por la documentación disponible con el nombre de Mozart), cuyo director era Fabriciano López-Pintor. Entre ambas había un cierto “pique” y eran muy celosas de sus derechos, que procuraban no fuesen diferentes a los conseguidos por la “rival”. Testimonios de ello no faltan. Un ejemplo es el de abril de 1934 (era alcalde entonces Luis Sánchez Manjavacas), cuando la Beethoven reclamaba un contrato similar al de la Santa Cecilia, cosa que consiguió.
Banda Santa Cecilia
Para evitar conflictos el ayuntamiento procuraba que las dos Bandas alternaran en los actos oficiales, que se cotizaban a 100 pesetas por intervención y que, por otra parte, no se limitaban a los días de feria – con conciertos diarios durante ella - pues el verano era pródigo en conciertos. Sabemos que había conciertos los días de San Pedro, Santiago y Nuestra Señora de la Asunción (“la Virgen de Agosto”) y por las facturas cobradas por los tesoreros de las Bandas (Ricardo Torres, de la Santa Cecilia; Santiago Calonge, de la Beethoven), puede afirmarse que entre junio y septiembre giraba en torno a 20 el número total de ellos.

Plaza de la Constitución, con el
templo parroquial y el quiosco de la música
En conclusión, fue la de 1935 una Feria marcada por las dificultades económicas del momento – parece que no hubo corrida de toros, acontecimiento hasta cierto punto habitual en circunstancias normales -, con unos gastos que no superaron en mucho las 2.000 pesetas. Por lo demás, y por aquello de la evolución histórica del país, supuso el fin de un ciclo, interrumpido por la sublevación militar de 18 de julio de 1936, que condujo a una terrible guerra civil.

 FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS