domingo, 24 de mayo de 2020

EN TORNO AL PRIMER CENTENARIO DEL COLEGIO NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO - APUNTES PARA EL CONOCIMIENTO DE LA ENSEÑANZA PRIMARIA EN CAMPO DE CRIPTANA ( y II)


En las primeras décadas del siglo XIX en Campo de Criptana se contaba con dos escuelas; en 1821 había una para niños, con diversas enseñanzas o materias de estudio, y otra para niñas, “para labor”. Un maestro para ellos y una maestra para ellas. El maestro cobraba 1.650 reales anuales; en diciembre ese año tenía a su cargo 68 niños. La maestra percibía 500 reales al año, con 24 niñas que atender. El maestro y la maestra además cobraban algo a su alumnado, pero tenían que enseñar gratuitamente a los niños y niñas de familias pobres. Y por cierto, no cobraban con puntualidad.


El maestro era Josef Marcos Aguilera y la maestra María Manuela Liébana. Ambos ya estaban en 1803. Las dos escuelas eran dotadas con los recursos municipales del caudal de Propios; los fondos que se les dedicaba se consideraban escasos. Eran Aguilera y Liébana, puede decirse, los maestros “oficiales” del pueblo; había, además, quienes daban clases por su cuenta en 1803: Nicolás Muñoz Bardón, zapatero de oficio, y Juan Manuel Martínez Meco, que lo hacían en su casa y a domicilio. Y no fueron los únicos que, al menos, lo intentaban. Además desde el 1 de marzo de 1816 se abrió una escuela caritativa en el Convento para niños de hasta 10-12 años pertenecientes a familias pobres, cosa que permitía la ley. El maestro Marcos se quejaba porque decía que los frailes también tenían alumnos de pago.

Por un decreto municipal de 11 de octubre de 1851 se sabe que la escuela de niñas desde 1840 estaba a cargo de Dª Mª Antonia Marcos Alberca, cuya dotación era  de 100 ducados (1.100 reales); ella - se decía en ese decreto - estaba satisfecha y contenta, sensaciones que el Ayuntamiento y todo el vecindario compartían con la maestra. Sin embargo, no todo era de color de rosa. En un decreto de 8 de noviembre de 1851 se señalaba que desde Ciudad Real se insistía en que la escuela de niñas debía declararse vacante pues la maestra no tenía título. Por otra parte, un tanto de espectáculo acompañaba al hecho educativo: en el decreto municipal de 22 de noviembre de ese año se decía que a los exámenes públicos asistían los concejales, para así dar realce al acto. Y como otros aspectos de la vida municipal se contaba con la institución correspondiente: en efecto, había una Comisión Local de Instrucción primaria, cuyo presidente era el alcalde.



Novedad fue la escuela nocturna para adultos. El 10 de febrero de 1851 quedó establecida, con el horario diario de 8 a 10 de la noche. Sus profesores serían el cura párroco y el propio maestro. Este cobraría el equivalente a una cuarta parte de su sueldo normal, y el párroco un tercio de esa cuarta parte. Ahora bien, la novedad, en principio, duró poco: el 17 de mayo el Ayuntamiento acordó suprimirla puesto que no asistían alumnos. Sin embargo, a petición de la Comisión Provincial de Instrucción Primaria hecha el 18 de febrero de 1856, se tomó el acuerdo de abrirla de nuevo. Junto a las escuelas públicas también hubo privadas, que solían contar con subvención procedente del Ayuntamiento; así, se sabe que en 1861 había una.


Portada de la obra
del maestro Manzanares (1879)
En las décadas siguientes, al compás del incremento del número de habitantes del pueblo, aumentaron las escuelas. En 1890, por ejemplo, había cuatro escuelas elementales, dos para niños y dos para niñas, aparte de otra para adultos y la de Arenales. Eran por entonces directores de esas cuatro José Mª López Manzanares, José Mª Martínez Borja, Dionisia Pérez Carrascosa y Mª Mota. En esa década funcionaban también dos escuelas privadas, la de Vicente Ramón López Manzanares - del que se conservan unas “Nociones de Analogía y Sintaxis de Gramática Castellana, basadas en la doctrina de la Gramática de la Real Academia Española para la enseñanza elemental”, fechadas  a 31 de agosto de 1879 - y la de Felicidad López Fernández. Otros docentes de esos años eran José Mª Martínez, Sixto Carreras Alarcón, Mª del Rosario Pozo, Mª A. Gómez y Petra Rivera. Pero el analfabetismo era condición de muchos de los habitantes, y más de las mujeres, a las que en las aulas se las enseñaba sobre todo a coser, aparte de las consabidas nociones de doctrina cristiana.


Domingo Miras y el maestro Manzanares
en la escuela del Convento (1909)
(Fuente: aulatercerciclo.blogspot.com)
Ya para el siglo XX nos recuerda Villajos Lucas en  sus “Memorias ...” (2008) que, además de las “labores” (como guarderías de ahora), existían las Escuelas Nacionales ubicadas en dependencias del antiguo Convento cuyo director era Domingo Miras, destinado en este pueblo desde 1907, y en las que también había escuelas de adultos con horario de 7 a 9 de la noche; además menciona la existencia de clases particulares impartidas por algunos docentes en sus propios domicilios en dicho horario, así como que en 1918 fue abierta una escuela gratuita en la llamada “Casa de la Culebra” (donde ahora está la Casa de Cultura) en la que daban clases el sacerdote Especioso Perucho y el sacristán de la iglesia parroquial.


Patio de la escuela del Convento
(Fuente: aulatercerciclo.blogspot.com)
Más adelante, en enero de 1928, coincidiendo en el tiempo con la Dictadura Militar encabezada por el general Primo de Rivera e implantada en septiembre de 1923, se inauguraron en nuestra localidad las “Escuelas de la calle la Virgen”, tal como tradicional y popularmente se las denominó mientras el edificio existió (en su solar tenemos hoy la Escuela de Educación Infantil “Los Quijotes). El periódico ciudadrealeño de la tarde VIDA MANCHEGA del día 20 de ese mes,  conservado en el expediente nº 16 de 1928 del Archivo Histórico Municipal de Campo de Criptana, las describía como edificio de dos plantas “... entre las cuales hay ocho aulas para niñas y una gran Biblioteca escolar en la que se encuentran obras de gran importancia cultural...“ . La bendición del edificio corrió a cargo del párroco, D. Juan José Sánchez Ruiz del Valle, que en su alocución posterior felicitó al Ayuntamiento de 1921, que había iniciado las obras, y al de aquel momento por terminarlas. El costo de la obra fue de 100.000 pesetas, que corrieron a cargo del municipio, “ sin haber recibido subvención de ninguna clase “. El nombre oficial fue “Grupos Escolares Reina Victoria Eugenia; ya en tiempos de la Segunda República su nombre original fue  sustituido por el de un maestro, Juan José Escribano.

Portada de VIDA MANCHEGA
del 20 de enero de 1928, con la inauguración
de las escuelas de calle de la Virgen

(Fuente:  Expediente nº 16 de 1928.
Archivo Histórico Municipal de Campo de Criptana)

Para entonces, además de otros ya citados, ejercían en el pueblo Deogracias Estavillo Villaumbrosa, Ángel Maldonado Arteaga, Juan José Escribano de la Torre, Eusebio Picazo Escribano, José Ruiz González y desde 1929 Joaquín Miras Azor. En España ya desde la etapa del Gobierno provisional de la Segunda República (1931), y como señal de su interés por la educación, los mayores esfuerzos se centraron en la enseñanza primaria. Durante el primer bienio, con los gobiernos de Manuel Azaña, se crearon más de 10.000 escuelas y se incorporó a 7.000 nuevos maestros, sector al que se le aumentó el sueldo. Campo de Criptana vio entonces el nacimiento de un nuevo complejo escolar, el que se conoció durante décadas como las “Escuelas del Pozo Hondo”.

En el verano de 1931 los maestros de la Escuela Graduada (Joaquín Miras, Rafael Gómez, Julio Casarrubios, Ángel Maldonado, Eusebio F. Picazo y Deogracias Estavillo pedían que urgentemente se habilitasen los nuevos locales recién construidos para edificio escolar. La inauguración tuvo lugar el 28 de noviembre de 1931. El día siguiente se reunieron Francisco Escribano Luna - maestro nacional de Arenales de la Moscarda - Domingo Miras - el maestro-director de la Escuela Graduada de Niños - y Martín Alberca, el concejal autorizado por el alcalde Antíoco Alarcos. Por el contenido de ese encuentro se sabe que la Escuela estaba dotada “… con material abundante y moderno que adquirió el Municipio…”, y que había quedado algún material sobrante de la anterior escuela (la de la calle Convento), material del cual se seleccionaría para la escuela de Arenales pupitres, mesas, sillones, tinteros, etc. Formalmente fue en la sesión de 2 de diciembre en la que el Ayuntamiento, dentro del apartado de “Obras públicas”, se dio por enterado tras la lectura del escrito remitido por el director de la Escuela en el que decía que la misma ya había quedado instalada en su nuevo edificio.

Los maestros Domingo Miras Reche y Joaquín Miras Azor
con alumnos de las Escuelas del Pozo Hondo.
Curso 1931-32.
(Fuente: aulatercerciclo.blopgspot.com) 

De no haberse producido la guerra civil a partir de julio de 1936 Campo de Criptana habría tenido además otros dos grupos escolares de diez secciones cada uno, uno en la zona norte y otro en la zona sur, cuya construcción tenía un presupuesto de más de 405.000 pesetas. Según el contenido de una proposición hecha al Ayuntamiento por el alcalde, Leovigildo Romeral, el 29 de junio de 1936,  el Ministerio de Instrucción Pública había concedido una subvención de 384.000 pesetas para construir los dos grupos escolares mencionados.

Maestros en los años treinta, aparte de otros ya relacionados, fueron Aurelio Miras Azor, Salomé Plaza Plaza, Carmen López-Manzanares Rodríguez-Manzaneque, Visitación Martínez Villar, Teresa de la Mano Martín, Emilia Grigelmo García, Saturnina Zanón Calduch, Rafael Gómez Seco, Bernardo Fernández Villar, Eduardo Viñas Cañizares, Carmen Contreras López-Atochero, Elisa (¿Eloísa?) Gómez Hernández, Julia Amador Domenech, Adoración Sánchez Ballesta, Carmen Clemente Ávila, Víctor López Pacheco, Enrique Fernández Conde, Jesús Sánchez de León, Juana Mª Morales Pavón, Victoria Acevedo Moraleda, Félix (¿Felisa?) Jiménez Heras, Sebastiana Fernández Gil, Sacramento López Salazar, Arturo Vicente Hernando (desde septiembre de 1936) y Casilda Barcina Zamora, que tomó posesión en febrero de 1939.

Volviendo al centro protagonista del centenario que este año cumple, es la página web del propio Colegio Nuestra Señora del Rosario en la que puede leerse que fue fundado en 1920 y se alude a Dª Dolores Pérez de Bustos como colaboradora “al dejar vivienda para la educación cristiana de la villa”. Documentación de julio de 1936 conservada en el Archivo Histórico Municipal de Campo de Criptana precisa que los apellidos de Dolores eran Bustos y Castilla, así como que la casa, con el número 23 de la calle Cervantes, estaba situada entre las de José Vicente Moreno Olmedo y Mª Ángeles Jiménez Plaza, y tenía salida por la parte trasera a la calle Fernández Calzuelas. 

En el transcurso de los años treinta los acontecimientos que marcaron la vida española afectaron a la vida del Colegio. Conviene saber que durante la Segunda República (1931-1936(39), la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas, aprobada por las Cortes el 2 de junio de 1933 y reglamentada por un decreto de 27 de julio, disponía el cierre de los colegios religiosos de enseñanza primaria el 31 de diciembre, pero esta ley no se puso en práctica durante los poco más de dos años en que gobernaron las derechas. Tras el triunfo electoral de la coalición del Frente Popular en febrero de 1936 se trató de reponer la legislación de la etapa del bienio de izquierdas (1931-1933); así, una Orden Circular de 29 de febrero del Ministerio de Instrucción Pública requería información acerca de cuántos colegios de congregaciones religiosas podrían ser sustituidos por escuelas nacionales y cuáles no. De hecho, por iniciativa de bastantes ayuntamientos se comenzó a clausurar colegios sin mediar trámite administrativo alguno. Finalmente el 20 de mayo el Gobierno dispuso el cierre de todos los colegios religiosos. Parece que se llegó a plantear en las negociaciones entre Iglesia y Estado que colegios pertenecientes a instituciones religiosas siguieran funcionando como centros privados, lo que explicaría que, según publicaba el 10 de junio de 1936 el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real [1], hubiera una solicitud firmada por Dª Carmen Torrijos Martínez-Raposo (recuérdese a esta persona más adelante) y presentada ante el organismo educativo correspondiente de Ciudad Real  a principios de ese mes para que se autorizara el funcionamiento legal de un colegio privado de Primera Enseñanza denominado “Cervantes” instalado en el nº 2 de la calle Fernández Calzuelas. Carmen, en realidad, era - entiendo - una de las monjas, y con el nuevo colegio se trataba de adaptarse a la nueva situación creada por la decisión citada del Gobierno.
Se autorizara o no, al mes siguiente estalló la guerra civil y todo cambió.
Ya al poco de iniciarse la guerra el colegio conocido siempre como “el de las monjas” fue incautado con todas sus pertenencias. El acta de ocupación lleva la fecha de 30 de julio de 1936 y está firmada por el alcalde accidental José Mª Bustamante Galindo.

La incautación se hizo en virtud de lo dispuesto en el artículo 1º del decreto del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes de fecha 27 de julio de 1936 (Gaceta del 28 de julio). En el inventario del material “científico y pedagógico” figuraban:

3 mesas de profesores, sencillas
44 pupitres “bipersonales diversas tallas
10 bancos de pino, con respaldo, para párvulos
4 encerados
4 papeleras “Alambre
3 pianos
1 diccionario ilustrado “Lafuente
6 Aritméticas de 2º grado, de F.T.D.
1 Dibujo lineal “Giró
1 Geometría “Seig y Barral
8 Programas grado preparatorio y elemental de “Porcel y Riera

El edificio quedó desalojado y a disposición del Estado. Una vez cerrado, el alcalde se hizo cargo de las llaves del edificio, que disponía de:

Cocina con vajilla completa.
Comedor con 1 mesa general, 8 sillas y 1 aparador.
Otro comedor, con mesa, 7 sillas, etc.
Cinco dormitorios: 2 de 1 cama cada uno, 2 de 2 camas cada uno, y 1 con 5 camas.
Cuatro aulas:
1 con 21 pupitres y 2 mesas de profesoras
1 con 8 pupitres y 1 mesa de profesora
1 con 15 pupitres y 1 mesa de profesor
1 con 14 pupitres y 1 mesa de profesora
Capilla, que tenía 4 bancos, 2 reclinatorios y 1 confesionario.
Sacristía, 2 recibidores, gabinete, 2 salas, patio, cueva, sala de piano, despensa, galería, y corral (con 39 gallinas, 1 pavo, 1 pareja de conejos de cría y 2 conejos pequeños).

Con fecha 13 de agosto de 1936, el Ayuntamiento [seguía como alcalde Leovigildo Romeral] se dirigió por escrito al Gobernador Civil de Ciudad Real, a la vez presidente de la “Junta Provincial para sustitución de la enseñanza religiosa”; le recordaba que el edificio estaba ocupado, y para sustituir desde principio de septiembre la enseñanza del que había sido colegio religioso rogaba que se nombrara a dos maestras para las niñas y párvulos existentes, y añadía que el edificio tenía capacidad para “sus tres saloncitos de clase” y viviendas para las dos maestras en pisos separados y distaba 200 metros de la “Escuela nacional graduada del Oeste” [la del Pozo Hondo, inaugurada en 1931]. Aprovechó la ocasión al alcalde para referirse al director de la Escuela citada – Domingo  Miras –, del que afirmaba que, “a más de su probado amor al Régimen y competencia profesional”, tenía medio siglo de consagración a la enseñanza y treinta años de residencia en esta población.

Procesión del Santo Entierro (1956).
A la derecha, la fachada del Colegio.
(Foto de Isidro de las Heras)

La web citada nos dice que tras la guerra civil la primera autorización data de 1941, dada a favor de la hermana Carmen Torrijos – la misma que en junio de 1936 había solicitado la apertura del colegio “Cervantes” - y que como nombre del colegio figuraba, en principio,  “Nuestra Señora del Carmen”. Sería 1958 el año de su establecimiento definitivo como colegio de enseñanza primaria, percibiendo la correspondiente subvención ministerial. En 1960 se comenzaron a impartir también clases de Bachillerato Elemental y Superior libre destinadas a alumnos que posteriormente se examinaban en institutos de Valdepeñas y Alcázar de San Juan, situación que se mantuvo hasta que en octubre de 1969 fue inaugurado el Instituto de Campo de Criptana como Sección Delegada del “Miguel de Cervantes” de Alcázar. En 1973 fue concedida la subvención para la Enseñanza General Básica, implantada con la Ley de 1970, y unos años después, en 1980, se decidió la construcción de un nuevo edificio.

El Colegio que conocí y del que fui alumno durante unos cursos académicos era popularmente llamado, como anticipé, “Colegio de las Monjas”, dicho con más propiedad, “de las Religiosas Dominicas de la Anunciata”, congregación de origen catalán nacida en agosto de 1856. Hoy en día pertenece a la “Fundación Educativa Francisco Coll”, en la que se integró en 2008, y, en calidad de concertado según el marco normativo de la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha, dispone de una línea desde el Segundo Ciclo de Infantil (3 años) hasta 4º de Educación Secundaria Obligatoria (E.S.O.).

A punto de iniciar el partido de fútbol del recreo.
Curso 1960-61

Cursé en este centro la etapa de la enseñanza elemental o primaria. Así pues por él pasé durante unos cursos, concretamente hasta el verano de 1962. La entrada al colegio se hacía por la calle Torrecilla o Cervantes, en la que muchas veces se oía a las chicas cantar antes de pasar al interior aquello de “En la calle Torrecilla / hay un colegio famoso / al que van todos los chicos / a aprender a hacer el oso / pachín, pa-ra-ra pachín...”. Recuerdos tengo bastantes, unos más agradables, alguno menos. Me acuerdo de algunas hermanas que me dieron clase como la Hermana Adela o la Hermana Rosa, y a otras que no fueron mis profesoras, como la Hermana Mercedes, la Hermana Carmen - y su piano” - o la Madre Rosario; el patio de recreo, en el que jugar al fútbol era el entretenimiento más habitual, y desde luego no olvido aquellas tardes del mes de mayo en las que nos congregábamos en el patio central para rezar y cantar las llamadas “Flores a María”, celebración en medio de la cual algún compañero, vencido por el sueño, quedaba tendido en el suelo.

Una de aquellas fotos "oficiales" que nos hacían (1959)

Tras todas estas notas traídas a colación en relación con la efeméride que las ha motivado y con la enseñanza primaria en nuestro pueblo, solo cabe felicitar al Colegio como institución por el cumplimiento de su centenario, a todos los alumnos y alumnas que por él han pasado a lo largo de los años y a todas las personas que en la actualidad son parte activa del  mismo.
¡ FELICIDADES !
     FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS



[1] En el blog de José Manuel Cañas Reíllo, Criptana en el tiempo, artículo El Colegio Cervantes (Campo de Criptana, 1936), publicado el 2 de febrero de 2017.

viernes, 22 de mayo de 2020

EN TORNO AL PRIMER CENTENARIO DEL COLEGIO DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO - APUNTES PARA EL CONOCIMIENTO DE LA ENSEÑANZA PRIMARIA EN CAMPO DE CRIPTANA (I)




A principios de febrero del corriente año fue presentado, con asistencia de las autoridades locales, el programa de actos para conmemorar los cien años del centro educativo mencionado en el título, programa que, pese a las consecuencias de los problemas sanitarios que estamos viviendo, ojalá llegue a buen término y con todo el esplendor posible en febrero de 2021. Se trató, en su arranque, de una institución dedicada a la enseñanza elemental o primaria, condición que me lleva a exponer, aunque sea de forma muy sucinta, algunas notas encaminadas a describir el contexto histórico de ese nivel de educación en nuestro pueblo y en nuestro país desde la Edad Moderna.
Fachada principal del Colegio
(Fuente: elsemanaldelamancha.com)

Desde antiguo en muchos núcleos de población la enseñanza más o menos institucionalizada fue una actividad usual, por más que el nivel o calidad de la misma fuese muy dispar entre unos lugares y otros. Campo de Criptana, que contaba con alrededor de 4.500 habitantes ya en la segunda mitad del siglo XVI, seguro que contaba por entonces y ya antes con algún que otro docente  – no pocas veces personas sin título y con conocimientos harto sumarios - a pesar de que la parquedad de las fuentes documentales nos impida conocer detalles sobre ello.

En nuestro pueblo, al fin y al cabo un núcleo rural en aquella España del llamado Siglo de Oro, la situación de la enseñanza debía diferir poco de  su contexto español y, por lo tanto, moverse dentro de unos parámetros de clara deficiencia. Se conoce de principios del siglo XVII la petición elevada por la autoridad municipal criptanense al Rey, a través del Consejo de las Órdenes Militares, en el sentido de que se le concediese licencia para contratar a un maestro al que se le pagaría 3.000 maravedís anuales procedentes de los fondos de sus bienes de Propios; se aducía que la villa tenía más de 1.500 vecinos – es decir, cabezas de familia o unidades contribuyentes, por tanto no habitantes, que eran bastantes más según se ha apuntado más arriba - y que en ella no había ningún maestro que enseñara, con el cuidado que convenía, a leer, escribir y contar. Con fecha 23 de septiembre de 1603, desde Valladolid, Felipe III dio su visto bueno a la solicitud formulada.


Que durante la época de los Austrias, y posteriormente también, hubiera en una localidad maestro o maestros no garantizaba gran cosa en orden al nivel cultural de la mayor parte de sus habitantes pues un buen porcentaje de lo que se conoce como “población en edad escolar” no frecuentaba ningún tipo de escuela y, en consecuencia, el analfabetismo estaba muy extendido.
En los siglos XVI y XVII lo que con terminología de hoy llamaríamos enseñanza primaria tenía como objetivo enseñar a leer, a escribir y las más elementales operaciones de Aritmética, aparte de la doctrina cristiana. Por entonces la instrucción no figuraba como tal en las partidas de gastos del Estado; las escuelas o eran privadas o eran subvencionadas por los municipios; estos y a veces también patronatos de diversa índole aportaban fondos para la financiación, fondos por lo general tan exiguos que los maestros debían cobrar, además del salario que tenían asignado, algunas cantidades de dinero a los padres que no eran manifiestamente pobres, gastos que, aunque pequeños, hacían que buen número de familias desistieran de llevar a sus hijos a clase. En ocasiones, también con la colaboración de los ayuntamientos, las comunidades religiosas ofrecían sus servicios en ese sentido.
La precariedad de los recursos educativos, parece ser, no mejoró mucho con el paso del tiempo. En torno a 1700 en Campo de Criptana había un maestro titular con más de treinta años en el oficio, Alfonso Ramos Pueblas, quien, por aquello de sus corta retribución, se encargaba además de llevar el control del peso en la carnicería y otras dependencias públicas. Según su propio testimonio, en abril de 1701 tenía entre 70 y 80 alumnos en su escuela, y eso porque en esa época del año solía asistir el doble de lo que era habitual; para atenderlos tenía un ayudante, circunstancia esta que ciertamente no era nada rara en la profesión.

A esas alturas del tiempo había quien pensaba que con un maestro y una escuela no había suficiente; lo cierto es que hasta hacía pocos años antes había habido dos maestros. Entre los que eran de esa opinión se encontraba Cristóbal Sánchez Escribano, que en años anteriores había ejercido como tal en el pueblo, y los propios componentes del Ayuntamiento pensaban como él, por lo que la Corporación municipal ya había solicitado en marzo de 1701 al Rey y al Consejo de Castilla que se le concediese el título correspondiente. En efecto, Cristóbal consiguió su titulación, para lo cual debió quedar claro que él, sus padres - Cristóbal Sánchez y Juana Díaz de Quirós – y demás ascendientes eran “ christianos biejos limpios de toda mala raza de moros y judíos ereges y de los nuebamente combertidos [sic], así como que tampoco habían tenido “ oficios biles [sic], sino que estuvieron emparentados con gente principal de esta villa y obtuvieron beneficios honoríficos de ella; así pues, tuvo que demostrar, como era lo normal entonces para ocupar ciertos cargos, su “limpieza de sangre”.

Al fin, Cristóbal logró su pretensión de tener su propia escuela, para lo que necesitó presentar testigos ante el Ayuntamiento de que en efecto la suya también era necesaria; efectivamente, los testigos coincidían en que tenía que haber dos maestros dado el número de familias, alrededor de 800 decía él. Por otras fuentes se sabe que eran unos 850 vecinos contribuyentes, es decir entre 3.000 y 4.000 habitantes en esos años – téngase en cuenta que el siglo XVII había sido adverso demográficamente y Campo de Criptana vio disminuir su población; el propio Cristóbal decía que había más de 120 niños en edad de ir a la escuela, a la que muchos habían dejado de asistir por haber sólo un maestro, y aseguraba que había ejercido algunos años a gusto de los vecinos aun sin estar titulado. El asunto dio lugar a un pleito, pues Alfonso Ramos se sintió perjudicado; evidentemente, se tendrían que repartir los alumnos y eso haría descender sus ingresos previstos.

Carlos III,
obra de Andrés de la Calleja (1705-1785)
No cambió mucho el panorama a lo largo del siglo XVIII. La enseñanza primaria era defectuosa por la escasa calidad de los maestros y de los métodos empleados. La despreocupación por parte del Estado hacia estos asuntos fue casi total hasta el reinado de Carlos III (1759-1788), ya en la segunda mitad del siglo. Aparte de otras medidas, la Real Cédula de 12 de julio de 1781 estableció por primera vez la obligatoriedad de la enseñanza elemental, lo que realmente solo se cumplió sobre el papel. Así, siguieron yendo pocos niños a las escuelas, en las que continuaba la separación por sexos: las escuelas de niños, como antes, eran propiamente las de primeras letras, pues las de niñas seguían orientándose hacia la costura y otras tareas consideradas exclusivamente femeninas. Y en todas, también como en épocas anteriores, se impartía la doctrina católica.
La condición y la consideración del maestro tampoco habían registrado variación. Su salario era considerado más como una limosna que como justa remuneración por su trabajo; el hambre del maestro de escuela y sus estrecheces económicas llegaron a hacerse proverbiales y teniendo en cuenta que su clientela era escasa – la tasa de escolarización era muy baja, como se ha indicado – no extraña que hubiera rivalidad entre ellos por aquello de la competencia, no siempre leal debido al intrusismo en la profesión.
Reglamento de 1821
La revolución liberal que fue abriéndose paso en España a raíz de las Cortes de Cádiz y de la Constitución de 1812 sentó las bases de una educación entendida como servicio público que el Estado debía sostener. La Comisión de Instrucción Pública remitió en 1814 a las Cortes un “Proyecto de decreto para el arreglo general de la enseñanza pública“, que en 1821 devino en el primer “Reglamento general de instrucción pública” del régimen liberal, a partir del cual surgieron las regulaciones posteriores desde los supuestos, ya contemplados  en la mencionada Constitución, de uniformidad y universalidad de la primera enseñanza. El Reglamento completó las normas constitucionales, estableciendo que la enseñanza sufragada por el Estado sería gratuita y declarando la libertad para la enseñanza privada. Posteriormente, durante la primera mitad del siglo XIX, menudearon las reformas. Bajo la influencia del modelo francés,  centralizador, merece la pena mencionar al menos el “Plan de Estudios de 1845”.

En esa centuria un hito destacado en relación con la enseñanza en España fue el Concordato que el 16 de marzo de 1851 firmaron el Estado y la Santa Sede, en cuyo artículo 2º se establecía que en todos los niveles y centros educativos la instrucción debía ser conforme a la doctrina de la religión católica, así como que los obispos serían los encargados de velar por la pureza de la fe y de las costumbres y sobre la educación religiosa de la juventud “aun en las escuelas públicas”.
Portada de la edición oficial
del Concordato de 1851
Poco después la “Ley de Instrucción Pública” promulgada el 9 de septiembre de 1857, la llamada “ley Moyano”, en la línea centralista del liberalismo creaba un sistema educativo para una sociedad estática y con una estructura aún preindustrial. Esta ley, cuyo esquema rigió nuestro sistema educativo durante algo más de un siglo, no discriminaba a la mujer en cuanto  a la posibilidad de acceso a la educación pero sí en el modo de plantear el contenido de esta pues había materias específicas para niñas, precisamente las que las preparaban para ser amas de casa. Así pues, los defectos seculares de la enseñanza en España continuaban, sin impedirlo el papel atribuido en ella al Estado.

Portada de la "ley Moyano" (1857)

Se trataba, en suma, de una ley discriminatoria y determinante respecto al papel social que se reservaba a los alumnos, y claramente confesional, dada la influencia que la Iglesia Católica veía reconocida en su contenido. En su artículo 11 se estipulaba que el Gobierno procuraría que los curas párrocos tuvieran repasos de Doctrina y Moral cristiana para los niños de las Escuelas elementales al menos una vez por semana, y en el 153 se dejaba claro que los gobiernos podían conceder autorización para abrir Escuelas y Colegios de 1ª y 2ª enseñanza a los institutos religiosos de ambos sexos legalmente establecidos en España cuyo objeto fuera la enseñanza pública, “dispensando á sus jefes y Profesores del título y fianza ...” exigidos en general por la propia Ley.
Avanzando en el tiempo, la Constitución de 1876, vigente hasta 1923, aparte de establecer en su artículo 11 la confesionalidad católica del Estado español, en el 12 establecía que todo español podía fundar y sostener establecimientos de instrucción o educación, siempre con arreglo a las leyes.

Constitución de 1876
(Portada de la edición oficial) 
Por último, el Real Decreto de 18 de agosto de 1885, que fijaba las reglas a que habían de someterse los centros de enseñanza libres (privados), dejaba claro (artº 17) que en lo educativo en cuanto al dogma y la moral católicos la autoridad competente era la eclesiástica, y que en ellos el Gobierno (artº 2) solo se reservaba el derecho de inspección en cuanto a la moral cristiana, las instituciones fundamentales del Estado y las condiciones higiénicas.

Hecho el repaso a la legislación fundamental que enmarca la posibilidad de nacimiento del Colegio que es el centro de estas líneas, veremos a continuación algunos datos sobre la primera enseñanza en nuestro pueblo en los siglos XIX y XX.

  FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS
                               
                                                              (continuará)