sábado, 6 de junio de 2015

BANDERAS

                         
A raíz de la instalación de una bandera española de considerable tamaño en el centro de la rotonda situada en la antigua carretera N-420, a la altura del Centro de Salud de Campo de Criptana, la polémica se desató y proliferaron comentarios hablados y escritos de todo signo, muchos de ellos guiados por la emoción y sin el necesario clima de sosiego que es el que debe presidir el debate de cualquier tema importante, y éste de la bandera lo es. Vayamos por partes.
Edificio del Senado español
En el artículo 4 de su Título Preliminar la vigente Constitución española de 1978, aparte de decirnos cómo es nuestra bandera nacional, nos indica cuáles son los lugares y acontecimientos obligados para que ondee la bandera del Estado y las de las Comunidades Autónomas, a saber, los edificios públicos y los actos oficiales.
Por su parte, la Ley 39/1981, de 28 de octubre, por la que se regula el uso de la bandera de España y el de otras banderas y enseñas (BOE nº 271 de 12 de noviembre), especifica dónde es obligatorio el uso de la bandera española:
-          El exterior e interior de todos los edificios y establecimientos de la administración central, institucional, autonómica, provincial o insular y municipal del Estado.
-          Edificios públicos militares, acuartelamientos, buques y aeronaves, establecimientos de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas de Seguridad del Estado.
-          Locales de las misiones diplomáticas y de las oficinas consulares en el extranjero.
-          Asimismo, en los “buques, embarcaciones y artefactos flotantes españoles, cualquiera que sea su tipo, clase o actividad, con arreglo a lo que establezcan las disposiciones y usos que rigen la navegación”.
Esta ley, por tanto, no obliga a poner la bandera en el centro de una rotonda, pero tampoco lo prohíbe, de la misma manera que tampoco prohíbe que se exhiba en camisetas, pulseras o cualquier otro objeto, siempre – se sobreentiende - que se utilice con el debido respeto, sobre lo que la citada ley igualmente es tajante. Así que es legítimo el uso de la bandera española de las múltiples maneras y en los muy variados lugares en los que hoy en día la podemos encontrar. Por cierto, dicha ley, en su artículo sexto, deja bien claro que “cuando se utilice la bandera de España ocupará siempre lugar destacado, visible y de honor”; nada que oponer en este aspecto normativo a la bandera de la rotonda.
Dicho lo cual hay que dejar bien claro que no es más español ni más patriota quien más exhibe la bandera o quien más habla de ella. Tan español y tan patriota como el anterior es quien no lo hace así. En esto, como en todo en la vida, se impone el sosiego, la mesura y el respeto a las opiniones y las actitudes de los demás.
La bandera de un país, estado o nación – cada cual utilice el término que prefiera – es un símbolo de ese país, estado o nación, símbolo de una comunidad de personas que aprecian sus señas de identidad y que, lógicamente, las defienden y no pueden ver con buenos ojos que, como cualquiera de todos sus símbolos, no sea respetado o sea ultrajado. A partir de esta constatación, cada cual expresará su aprecio por los símbolos con más o menos vehemencia, pero nunca puede derivarse de ello, como antes señalaba, que fulanito o menganito sea más o menos patriota.
En relación con todo lo anterior creo que conviene referirse al nacionalismo, concepto que vemos definido en cualquier libro de texto utilizado por nuestros adolescentes como la “ideología política que sostiene el derecho de los pueblos a decidir sobre ellos mismos y a defender su soberanía”; este concepto nos conduce al de nación, que se nos presenta como “un conjunto de individuos que poseen una serie de lazos culturales propios (religión, lengua, tradiciones, pasado …) y que desean vivir en común”.
Entre los lazos compartidos por una sociedad hay que añadir los símbolos, y entre éstos, en lugar destacado, las banderas. Ahora bien,  - y voy opinando y espero que mis opiniones se respeten como yo respeto las de todos los demás - yo entiendo - extendiendo mi comentario a todo el ámbito nacional español – que, de todos los componentes del concepto  nación, hay quien pone excesivo énfasis en los símbolos – por ejemplo, la bandera – y menos en la auténtica defensa de los derechos de sus compatriotas, muchos de ellos a veces olvidados, discriminados y hasta vejados por  ideologías, mentalidades y por algunos que dicen ser muy patriotas, y es que, las personas, nuestros conciudadanos, son el elemento esencial de una nación. Banderas bien, pero ciudadanos también.

Y al final del relato, añado mi opinión clara sobre la bandera de la rotonda en concreto: me parece una exageración, poniendo por delante mi respeto a quienes aplauden la decisión tomada.
                           FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS



lunes, 1 de junio de 2015

OTRO CUARTO CENTENARIO, DE CONTENIDO RELIGIOSO

Ermita de la Vera Cruz
Hace exactamente cuatrocientos años, en 1615, tuvo lugar en Campo de Criptana en el ámbito religioso, un acontecimiento que, dada la mentalidad dominante por entonces, seguro que fue calificado de extraordinario: la recepción de unas afamadas reliquias. Era el 27 de diciembre y en la ermita de la “Cofradía y Hermandad de la Santa Vera Cruz” se habían reunido, junto a un numeroso público, los miembros del clero y del ayuntamiento criptanenses. Pongamos nombres a algunos de ellos. El licenciado Cipriano Martínez era el cura párroco. Dos eran los alcaldes ordinarios, a saber, Gaspar de Herriega Guerrero (la calle Monescillo le estuvo dedicada durante mucho tiempo) y Pedro Díaz del Campo, y tres los regidores (concejales si utilizamos la terminología oficial de la actualidad): Esteban Suárez, Bartolomé Sánchez de Juana y Alonso Fernández del Quintanar.

El objeto de la concentración era la celebración de una procesión solemne, para la que se contaba con la oportuna licencia, emitida por el prior del Convento de Santiago de Uclés, doctor D. Antonio Mejía; téngase presente que en esa época nuestra villa dependía de la Orden de Santiago, en cuyo partido de Uclés y provincia de Castilla estaba enclavada. Las reliquias estaban colocadas sobre unas andas que habrían de portar sobre sus hombros varios sacerdotes. ¿De qué reliquias se trataba? La documentación conservada nos los aclara: “dos cabezas de las once mil vírgenes y un relicario con cuatro huesos, tomados los dos de las dichas santas y los otros dos de San Xereón, con otras partículas de santos, todo adornado en [un] relicario con las bordaduras, perlas y piedras que en él hay con la imagen de Nuestra Señora en medio de todo ello ”.

Capitán de los tercios de Flandes
¿Y de dónde procedían tales reliquias? Habían sido enviadas al pueblo por un hijo del mismo, un militar destinado bien lejos de estos pagos, nada menos que en Flandes, en tierras de la actual Bélgica. En efecto, el criptanense Juan Ramírez, capitán y gobernador del “Saxo de Gante” y miembro del Consejo de Guerra de Felipe III, que las había hecho llegar hasta aquí por medio del alférez, también criptanense, Sebastián Sánchez Quirós. La procesión discurrió por las que se consideraban calles principales del pueblo, es decir, y como no podía ser de otra manera, por las que habitualmente lo hacía cada año la procesión “del Santísimo Sacramento en su festividad”, o lo que es lo mismo, la llamada del Corpus Christi, exactamente el mismo itinerario que ésta sigue ahora, pero entonces en sentido contrario: Plaza, Magnes (Virgen), Castillo, Convento, Pozo Hondo, Torrecilla (Cervantes) y del Hospital o de la Torre (Soledad). La solemnidad requería que acompañasen a las reliquias todas “las cofradías, cruces, estandartes e imágenes que en esta Villa hay, y con danzas y músicas”. Queda claro, lo que ahora hay quien llama toda una Magna Procesión.

Alférez
El lugar destinado para las reliquias era la iglesia parroquial – la “iglesia mayor, advocación de Santa María”  - y dentro de ella, en principio, su altar mayor. Llegada la procesión al templo tuvieron lugar “vísperas solemnes, en que asistió la mayor parte del pueblo” y a renglón seguido el alférez antes mencionado transmitió las directrices a seguir según el deseo del capitán Juan Ramírez: en “el altar y capilla que fueren puestas lo estén para siempre jamás a honra y gloria de Dios Nuestro Señor y de sus santos, para bien y devoción de los fieles cristianos, sin que de la dicha iglesia se puedan sacar, prestar ni enajenar para otra parte.

Las instrucciones del capitán no se quedaban en lo expuesto. La ubicación exacta quedaba a voluntad del clero y del ayuntamiento, pero aquél señalaba que las reliquias debían quedar bajo cuatro llaves, cuyos depositarios habrían de ser el cura párroco, cada uno de los dos alcaldes y el presbítero Esteban Sánchez Berenguillo, a la muerte del cual esta última llave quedaría en manos del “sacerdote de misa más antiguo en la dicha dignidad de sacerdote que sea natural y residente en esta Villa ”. De momento, y hasta tanto no se decidiera el lugar concreto para depósito y exposición de las reliquias, “mandaron se pongan, como en efecto se pusieron, en la sacristía de la dicha iglesia, donde estén con la custodia y guarda necesaria debajo de candados y llaves”.

La anterior iglesia parroquial, punto
de destino de las reliquias
Éste es el relato de algo que debemos contextualizar en el ambiente religioso que se respiraba en España y en nuestro pueblo en pleno Siglo de Oro, una época en que tras la celebración del Concilio de Trento la reafirmación del catolicismo frente a reformas como la luterana se plasmaba en múltiples prácticas religiosas, tales como la devoción a las reliquias de santos y santas y la frecuencia de las procesiones.


El relicario, tal como se conserva ahora
Por cierto, la voluntad del citado Gobernador no se cumplió por “siempre jamás”. El relicario despareció cuando el incendio de la iglesia parroquial, en agosto de 1936, y por casualidad se encontró hace varias décadas en unas dependencias del antiguo Convento de Carmelitas Descalzos, en cuya iglesia están actualmente, si bien ya incompletas y sin todos los elementos de adorno que antaño tuvieron; sin embargo, su valor histórico y religioso sí lo conservan, razón por la que  están expuestas al público en una hornacina en uno de los muros laterales de dicho templo, según se entra en él a la derecha muy cerca de la puerta principal. 


                                    FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS