viernes, 17 de abril de 2020

EN TIEMPOS DE PANDEMIA Y CONFINAMIENTO, UNA MIRADA PARCIAL A NUESTRO PARTICULAR PASADO SANITARIO (I)




Dentro de poco entraremos en el segundo mes de una alteración profunda en nuestras vidas, tanto en nuestro país como a lo largo y ancho de nuestro mundo. Una pandemia está rigiendo, querámoslo o no, el quehacer diario de cada cual. Cuántas veces hemos oído decir, y todos hemos dicho, que nunca habíamos conocido nada igual. Y es verdad. Mas si abrimos la perspectiva hacia atrás en el tiempo comprobaremos que no son pocos en la historia de la humanidad los episodios epidémicos que han marcado la evolución de los habitantes de nuestro planeta, y desde muy antiguo, si bien voy a referirme, a modo de muestra, a algunos de ellos partiendo de la etapa final de la Edad Media y dando relevancia a lo que tiene que ver con Campo de Criptana.

Diversas epidemias de peste – bubónica, pulmonar - fueron habituales en Europa desde mediados del siglo XIV hasta principios del siglo XVIII. En no muchos años en torno a 1348 la peste negra invadió las regiones mediterráneas acabando por infectar el resto del continente. Dependiendo de las zonas, entre la mitad y los dos tercios de la población europea, que por entonces sumaba alrededor de 80 millones, murió.

Francisco José de Goya: "Corral de apestados"

En España, como en Europa, a diferencia de los siglos XVI y XVIII, en los que hubo un notable incremento demográfico, en el XVII la población se mantuvo estacionaria por una serie de factores negativos, entre ellos las hambrunas por malas cosechas y diversos periodos de mortalidad extraordinaria causados en buena parte por la presencia de epidemias     – básicamente la peste, bien conocida ya en centurias anteriores en los diferentes territorios peninsulares - en varios momentos de la centuria.

El primero, que se extendió desde el siglo anterior, concretamente desde 1597, y abarcó hasta 1602, fue el de la llamada “peste atlántica”; penetró por tierras cantábricas y afectó a casi toda España, originando alrededor de medio millón de muertos. La segunda fase, conocida como “la peste mediterránea”, fue la peor del siglo y se extendió desde 1647 hasta 1652; hubo ciudades que perdieron entre la cuarta parte y el 50% de sus habitantes, casos de Valencia y Sevilla. Entre 1676 y 1685 hubo una tercera oleada de peste, que tuvo por escenario principal las mismas regiones que la segunda, es decir, la mitad meridional y la mitad oriental; aunque fue de más duración que las dos anteriores fue menos virulenta. De cualquier forma, los más débiles económicamente fueron siempre los más fácilmente atacables.

Un hecho que debe resaltarse es cómo se veían afectados los pueblos y ciudades, para los que la declaración oficial de núcleo “apestado” resultaba muy negativa por el aislamiento que suponía y por las repercusiones negativas sobre el abastecimiento y la actividad comercial; en consecuencia mucha gente se empobrecía, si bien es cierto que también había enriquecimientos más o menos repentinos. Por su parte, las haciendas municipales quedaron, por lo general convertidas en instituciones muy depauperadas al tiempo que hacían frente a la extensión de la enfermedad como buenamente podían: limitando la circulación de las personas, incomunicando a los enfermos, destruyendo las ropas de los afectados por la peste, acentuando las medidas de vigilancia, etc., etc. Por lo demás, ni que decir tiene que en el ambiente de temor que se extendía al compás de cada episodio epidémico proliferaban fabulaciones sociales, obsesiones mentales, todo tipo de supersticiones, falsas noticias (¿nos suena algo de esto en 2020?), aparte del recurso a ciertas prácticas piadosas y la extensión de la devoción a santos protectores como San Sebastián, San Rafael o San Roque.


San Roque
De esos tres ciclos epidémicos acaecidos en el siglo XVII  dos fueron los que más afectaron a Campo de Criptana. El que más el último; concretamente a principios de los años ochenta se extendió entre nuestros antepasados una grave epidemia de tercianas que causó bastantes muertos de todas las edades, y para ahondar aún más la crisis desde agosto de 1684 solo se pudo contar con la atención del doctor D. José López Pintado pues el otro que había, el doctor Muñoz, también fue víctima de la enfermedad. Le siguió en intensidad el ataque de principios del siglo; la documentación menciona la extensión de la peste y la muerte, entre otros, de muchos niños, por lo que no extraña que se intensificaran los actos de piedad religiosa para tratar de superar la enfermedad y que se incrementara la devoción a San Sebastián como protector ante ese mal.

La oleada pestífera de mediados de siglo parece que apenas incidió en la localidad y todo se limitó a la prevención contra ella. El 20 de junio de 1649, con el fin de reunir dinero para hacer frente a los gastos, se decretó un repartimiento contributivo sobre los vecinos con el fin de cercar el pueblo e impedir el contagio, dejando solo cuatro calles abiertas al exterior. El 25 de junio de 1650 el Ayuntamiento redobló las precauciones al tener noticia de que la enfermedad ya había alcanzado la localidad de Priego de Còrdoba.

     FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS

                                                                        
                                                                 (continuará)



1 comentario:

  1. Muchas gracias profesor por arrojar luz y, especialmente, por abordar este tema desde una perspectiva local.

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