jueves, 23 de abril de 2020

EN TIEMPOS DE PANDEMIA Y CONFINAMIENTO, UNA MIRADA PARCIAL A NUESTRO PARTICULAR PASADO SANITARIO (IV)


En 1854 el cólera, como se ha visto, solo amagó pero en 1855 invadió el pueblo. El 10 de septiembre se habían producido ya dos casos de enfermos por esa causa. Fue estallar la epidemia y comenzar la huida hacia lugar seguro – casas de campo, por ejemplo – por parte de quienes tenían medios para ello. Ya en la sesión municipal del 24 de septiembre se señaló que la mayor parte de propietarios de terrenos que ocupaba el ferrocarril - precisamente entre ellos algunos de los más ricos de la localidad - estaban ausentes por la invasión del cólera. Por cierto, debe aclararse que el tren empezó a circular por nuestro término el 18 de marzo de ese año.


La ermita de la Virgen de Criptana,
lazareto en 1855

Al respecto un tal Evaristo Pérez por esos días había enviado un escrito al Gobernador de la provincia en el que ponía en su conocimiento que apenas aparecer el cólera en Campo de Criptana se retiraron a sus casas de campo los poderosos. Especificaba el informante que el primero que lo hizo fue el alcalde, Francisco Vicente Salcedo, y después otros: el que hacía de 2º, Juan José Granero, el regidor José Pulpón y el Síndico 2º Ramón Pulpón, introduciendo – decía Evaristo – “con tan irreprimible conducta (...) el temor y desaliento en este desgraciado vecindario”. Continuaba en su escrito apuntando que si no hubiera sido por el nuevo alcalde                – recuérdese lo que indiqué en el capítulo anterior sobre los cambios de aquel Bienio -, Gregorio Baíllo, por los otros pocos concejales, por algunos particulares como Dionisio Leal y el cura Fidel Alarcos “... sabe Dios lo que sucedería en el pueblo”.


Como es lógico, el Gobernador pidió al Ayuntamiento un informe sobre la denuncia recibida. El 27 de octubre se le contestó lo siguiente, minimizando en parte la posible gravedad de lo ocurrido:
. Era cierto que algunas familias, entre ellas bastantes incluidas en la categoría de mayores contribuyentes, se habían retirado al campo por temor al cólera, que seguía en esa fecha dándose en el pueblo.
. También era cierto que antes de irse habían ofrecido sus casas y recursos para lo que hiciera falta, además de que habían participado en el repartimiento hecho.
. El alcalde Salcedo se había retirado al campo tras la licencia concedida por el Gobernador para restablecer su salud.
. Los otros tres citados también estaban delicados de salud y tuvieron miedo de ser afectados por el cólera, y se precisaba que estaban a distancia de un cuarto de legua del pueblo.
. Manuel Calonge, otro regidor que había caído enfermo, se había marchado a Madrid por consejo médico.
. Si el pueblo estaba atemorizado era porque nunca había sufrido calamidad semejante.
. Se habían ausentado vecinos de todas clases.
. La ausencia de algunas autoridades no había supuesto ningún perjuicio pues las instituciones seguían funcionando y además los eclesiásticos estaban colaborando.
. Había suficiente cantidad de todo lo preciso, incluidos enfermeros y enterradores.
. Y sobre el autor del escrito de denuncia – que cabe pensar que muy probablemente utilizó nombre y apellido falsos  -  decía la Corporación que era desconocido en el pueblo y que parecía haberse propuesto algo nada noble, es decir, “desconceptuar” a una serie de personas.


Dr.  Jaume Ferran i Clua
 descubridor de una vacuna anticolérica
unas décadas después

Alguna medida de carácter social tomaron las autoridades. No hay que olvidar que la pobreza, de por sí, estaba bastante extendida; por ejemplo, en agosto de 1854 el número oficial de pobres de Campo de Criptana era de 867 sobre una población total de unos 5.300 habitantes. Las difíciles condiciones de subsistencia se agravaban ante cualquier problema puntual como el que nos ocupa. Por la falta de trabajo consecuencia de los temporales (en febrero y en octubre de 1855 las lluvias fueron abundantes y persistentes) y de la epidemia, lo que derivó en el hecho de que había no pocas familias indigentes que no tenían de qué alimentarse, lo que las exponía aún más a la enfermedad, el Ayuntamiento pensó en que esas personas podrían recoger bellota del Monte Viejo, que por entonces – aunque no por mucho tiempo – era de titularidad pública y formaba parte de los bienes de Propios municipales; eso sí, no de gratis sino pagando a cambio cuatro cuartos al Ayuntamiento cada persona que hiciera esa recogida.

Dos meses se prolongó la epidemia, entre el 9 de septiembre y el 4 de noviembre, con el siguiente balance:
. Enfermaron 274 personas, de las que murieron 149 (algo más del 54%).
. Por sexos, la enfermedad había alcanzado a 109 hombres y 175 mujeres, el 39,8% y el 60,2 % del total respectivamente; el 13,5 % del conjunto eran niños y niñas.
. De los fallecidos, el 41,6 % eran hombres y el 58,4% mujeres; los niños y niñas (incluidos también en los porcentajes de hombres y mujeres)  fueron el 20,1% del total.
Una de las personas fallecidas fue D. Juan Bautista Olmedo, administrador del Hospital de San Bartolomé.
. Calles destacadas por el número de enfermos:
Villargordo, 8
Cuevas, 7
Concepción, 6
Pozo Hondo, 5
Convento, 5
Rodadero, 4
Santa Ana, 4
Rinconada de Santa Ana, 4
Cebolla (hoy, Espada), 4
San Sebastián, 4
Amargura, 4
. Calles destacadas por el número de muertes:
Villargordo, 6
Pozo Hondo, 4
Rinconada de Santa Ana, 4
Cuevas, 4
Convento, 3
Amargura, 3

Para valorar adecuadamente el número de fallecimientos conviene saber que la media anual de muertos entre los años 1846 y 1852, de los que se tienen datos completos, fue de 159 personas, lo que quiere decir que en los citados dos meses de 1855 la cifra de muertos por cólera fue muy cercana a la que venía siendo normal por el conjunto de enfermedades en un año, lo que da idea de la magnitud del desastre demográfico causado por aquella oleada epidémica, que, en relación con la cantidad de población total de Campo de Criptana, calculada por lo bajo para 1855 en torno a 5.700 habitantes, se llevó por delante al 2,6% de la población total; en definitiva, y expresado de otra forma, algo así como si en el año 2020 durante dos meses en nuestro pueblo fallecieran diariamente de media cinco o seis personas.

La antigua ermita de San Sebastián,
señalada con el nº 17 en el Plano de 1911.

En ese año parece que la ermita de San Sebastián, o su terreno aledaño, sirvió como camposanto de parte de las víctimas de la epidemia, y como lazaretos, aparte de las dependencias de las ermitas del Cristo de Villajos y de la Virgen de Criptana también se utilizó la torre de la iglesia parroquial.

La torre de la vieja iglesia parroquial

El 5 de noviembre se constató que el cólera había desaparecido de nuestra villa y por ello habían vuelto a ella los llamados peritos repartidores (las personas que eran nombradas por el Ayuntamiento para asignar a cada contribuyente incluido en los repartimientos la cuota a      pagar), que como bastantes otros vecinos habían abandonado el pueblo unos dos meses antes. Más adelante, por aquello de los gastos ocasionados por la epidemia, el 19 de noviembre el Ayuntamiento acordó dirigir un escrito al Ministro de la Gobernación en el que se le pedía dinero de los fondos destinados por el Estado para combatirla, dinero con el que se podría devolver lo tomado anteriormente de otros fondos pertenecientes al propio Ayuntamiento.

 FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS
                                                 
                                                          (continuará)

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