viernes, 24 de abril de 2020

EN TIEMPOS DE PANDEMIA Y CONFINAMIENTO, UNA MIRADA PARCIAL A NUESTRO PARTICULAR PASADO SANITARIO (y V)





Antes de las epidemias extendidas en el siglo XIX, los cementerios en España se encontraban ubicados en el centro de las ciudades, a veces cercanos a los propios hospitales y en ocasiones se enterraba a las personas dentro de las iglesias, caso de Campo de Criptana en su iglesia parroquial y en la del Convento de carmelitas descalzos. El traslado de los cementerios desde el centro de las poblaciones a sus afueras, ya previsto a nivel estatal antes de acabar el siglo XVIII (Real Cédula de 3 de abril de 1787), se debió precisamente a los problemas de carácter higiénico que se iban experimentado derivados de tal ubicación y al aumento paulatino, en ocasiones puntuales extraordinarias, de la cantidad de decesos. Al objetivo reformista del Estado hubo resistencia protagonizada por buena parte del clero, que quería mantener la situación tradicional heredada de generaciones y generaciones anteriores, pero tras una serie de disposiciones oficiales que insistían en los contenidos de la Real Cédula citada, el 26 de abril de 1804 una Orden Circular, que no fue la última, dejó bien clara la necesidad de disponer de nuevos cementerios extramuros de ciudades y pueblos.

En Campo de Criptana el 1 de diciembre de 1805 se inauguró oficialmente el cementerio, de propiedad eclesiástica. Estaba situado todavía entonces fuera del casco urbano, se levantaba sobre un solar delimitado actualmente por las calles Matadero Viejo y Avenida de Sara Montiel y ocupado hoy en buena parte por el supermercado “Mercadona”.


El Cementerio viejo en el Plano de 1911.
(Una de las calles que se aprecian era Eruelas, no Escuelas)


Cementerio viejo, según el levantamiento topográfico de 1885.
Estaba unido por un corredor a la Ermita
de la Soledad del Pozo Hondo (ahora de San Cristóbal)


Pasadas unas décadas ese cementerio fue sustituido una vez que se construyó y se fue adaptando el actual en el lado opuesto del pueblo, en el paraje de La Concepción. Fue el 23 de enero de 1854 cuando el regidor síndico Francisco Vicente Salcedo propuso o bien ensanchar el cementerio o bien hacer uno nuevo dado que la población superaba los 5.000 habitantes y la tierra ya no era capaz de descomponer los cadáveres al ritmo de los enterramientos que ya por entonces había, lo que producía un hedor intolerable en las cercanías, donde a la altura de ese tiempo ciertamente ya había muchas casas construidas. Sobre la disyuntiva planteada se consultó a los médicos, que unos días después fueron de la opinión de construir un camposanto nuevo.

El 30 de enero la Corporación se reunió con el párroco y dieciséis mayores contribuyentes que habían sido citados, todos los cuales tomaron el acuerdo de nombrar una comisión que habría de proponer un lugar adecuado. El 3 de febrero de nuevo se reunió el Ayuntamiento y el sitio elegido fue el situado junto a la ermita de la Concepción, a distancia – así se puntualizó – de 800 varas de la población (unos 700 metros), donde ahora está pero entonces, lógicamente, algo retirado del pueblo.

El Cementerio nuevo, en el emplazamiento actual,
según el levantamiento topográfico de 1885.
En la parte superior izquierda, la Ermita de la Concepción

En abril de 1855 ya se estaba construyendo. Victoriano Sañoso fue el constructor al que se había adjudicado en subasta la obra, que el 11 de junio ya estaba más que mediada. Su coste fue 12.000 reales. Pasaron los años y puesto que el pueblo iba creciendo el cementerio fue ampliado tres décadas después. La subasta de la obra se remató el 12 de julio de 1885 en favor de Francisco de León y Casado por la cantidad de 10.535 pesetas. El 8 de diciembre de ese año el Ayuntamiento formalizó la recepción provisional de las obras de ampliación, pero algo debió quedar incompleto y no a plena satisfacción de la Corporación pues todavía a 23 de septiembre de 1889 se le daba al contratista un plazo de 10 días para continuar las obras.

En cuanto al viejo cementerio, la parroquia criptanense, con la autorización del Obispo, acabó por vender el terreno en 1912 por la cantidad de 5.000 pesetas; el comprador debió anticipar 2.000 para proceder “... á la monda ó limpia de restos humanos ...” y trasladarlos al nuevo. Era por entonces el párroco Ramón Cano y Paños, que se obligó, según directriz marcada por su superior, a invertir el resto o parte del importe de la venta en la reparación de la cubierta y chapitel de la torre de la iglesia parroquial.


¿Fue la que muestra la imagen la obra
ordenada por el Obispo en 1912?

El cólera reapareció en Campo de Criptana en 1890. Desde mediados de año - bando de la alcaldía de 16 de junio - se fueron retomando algunas de las medidas preventivas ya conocidas y aplicadas en otras ocasiones, al conocerse que  Valencia, con la que se mantenían relaciones comerciales, estaba bajo los efectos del cólera. El 18 de agosto se comunicó al Gobernador que no había lazareto establecido pero que por precaución se enviaba a la Ermita de la Virgen a personas que llegaban procedentes de Madrid, Valencia y Toledo para que estuvieran allí dos o tres días, con la aclaración de que eran ellas quienes voluntariamente lo hacían para que no hubiera duda de que no eran transmisoras del cólera; el santuario, señalaba el Ayuntamiento, funcionaba en esos casos como hospital de observación. La autoridad provincial ordenó dos días después que a la ermita fueran solo los segadores y gentes de análogos oficios que procedieran de lugares infectados.

También, para atender los gastos que habría que hacer si se producían brotes de cólera, se organizó una suscripción voluntaria. A mediados de septiembre no había nadie infectado pero pese a las precauciones que se tomaron en ese mismo mes la epidemia se hizo visible. Hubo algunos fallecimientos de vecinos residentes en la Plaza del General Espartero – así se llamaba entonces la Plaza del Pozo Hondo - y en la calle Rodadero cuya causa, se sospechó, podría haber sido el cólera morbo aunque no hubiera total certeza. Se trató de Francisco Olivares y Pedro Manzaneque, cuyas ropas fueron quemadas para evitar el contagio. También se conoce otro caso de contagiado en ese mes, que vivía en la misma calle que el primero de ellos y que junto con su hermano y familia fue trasladado al hospital para coléricos habilitado en la ermita de San Sebastián.

A principios de noviembre se consideró felizmente superada la epidemia, intención con la que, como otras veces, se habían traído las imágenes del Cristo y de la Virgen desde sus ermitas. No llegó a haber rogativas pero como acción de gracias se ofició un “Te Deum” el sábado día 15 y una misa mayor con sermón el domingo 16. Eso sí, la problemática sanitaria parecía no tener fin; dos personas en las Cuevas de la Paz había enfermas de viruela en junio de 1891 y debieron ser aisladas para tratar de cortar el contagio.

    FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS

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