lunes, 1 de junio de 2015

OTRO CUARTO CENTENARIO, DE CONTENIDO RELIGIOSO

Ermita de la Vera Cruz
Hace exactamente cuatrocientos años, en 1615, tuvo lugar en Campo de Criptana en el ámbito religioso, un acontecimiento que, dada la mentalidad dominante por entonces, seguro que fue calificado de extraordinario: la recepción de unas afamadas reliquias. Era el 27 de diciembre y en la ermita de la “Cofradía y Hermandad de la Santa Vera Cruz” se habían reunido, junto a un numeroso público, los miembros del clero y del ayuntamiento criptanenses. Pongamos nombres a algunos de ellos. El licenciado Cipriano Martínez era el cura párroco. Dos eran los alcaldes ordinarios, a saber, Gaspar de Herriega Guerrero (la calle Monescillo le estuvo dedicada durante mucho tiempo) y Pedro Díaz del Campo, y tres los regidores (concejales si utilizamos la terminología oficial de la actualidad): Esteban Suárez, Bartolomé Sánchez de Juana y Alonso Fernández del Quintanar.

El objeto de la concentración era la celebración de una procesión solemne, para la que se contaba con la oportuna licencia, emitida por el prior del Convento de Santiago de Uclés, doctor D. Antonio Mejía; téngase presente que en esa época nuestra villa dependía de la Orden de Santiago, en cuyo partido de Uclés y provincia de Castilla estaba enclavada. Las reliquias estaban colocadas sobre unas andas que habrían de portar sobre sus hombros varios sacerdotes. ¿De qué reliquias se trataba? La documentación conservada nos los aclara: “dos cabezas de las once mil vírgenes y un relicario con cuatro huesos, tomados los dos de las dichas santas y los otros dos de San Xereón, con otras partículas de santos, todo adornado en [un] relicario con las bordaduras, perlas y piedras que en él hay con la imagen de Nuestra Señora en medio de todo ello ”.

Capitán de los tercios de Flandes
¿Y de dónde procedían tales reliquias? Habían sido enviadas al pueblo por un hijo del mismo, un militar destinado bien lejos de estos pagos, nada menos que en Flandes, en tierras de la actual Bélgica. En efecto, el criptanense Juan Ramírez, capitán y gobernador del “Saxo de Gante” y miembro del Consejo de Guerra de Felipe III, que las había hecho llegar hasta aquí por medio del alférez, también criptanense, Sebastián Sánchez Quirós. La procesión discurrió por las que se consideraban calles principales del pueblo, es decir, y como no podía ser de otra manera, por las que habitualmente lo hacía cada año la procesión “del Santísimo Sacramento en su festividad”, o lo que es lo mismo, la llamada del Corpus Christi, exactamente el mismo itinerario que ésta sigue ahora, pero entonces en sentido contrario: Plaza, Magnes (Virgen), Castillo, Convento, Pozo Hondo, Torrecilla (Cervantes) y del Hospital o de la Torre (Soledad). La solemnidad requería que acompañasen a las reliquias todas “las cofradías, cruces, estandartes e imágenes que en esta Villa hay, y con danzas y músicas”. Queda claro, lo que ahora hay quien llama toda una Magna Procesión.

Alférez
El lugar destinado para las reliquias era la iglesia parroquial – la “iglesia mayor, advocación de Santa María”  - y dentro de ella, en principio, su altar mayor. Llegada la procesión al templo tuvieron lugar “vísperas solemnes, en que asistió la mayor parte del pueblo” y a renglón seguido el alférez antes mencionado transmitió las directrices a seguir según el deseo del capitán Juan Ramírez: en “el altar y capilla que fueren puestas lo estén para siempre jamás a honra y gloria de Dios Nuestro Señor y de sus santos, para bien y devoción de los fieles cristianos, sin que de la dicha iglesia se puedan sacar, prestar ni enajenar para otra parte.

Las instrucciones del capitán no se quedaban en lo expuesto. La ubicación exacta quedaba a voluntad del clero y del ayuntamiento, pero aquél señalaba que las reliquias debían quedar bajo cuatro llaves, cuyos depositarios habrían de ser el cura párroco, cada uno de los dos alcaldes y el presbítero Esteban Sánchez Berenguillo, a la muerte del cual esta última llave quedaría en manos del “sacerdote de misa más antiguo en la dicha dignidad de sacerdote que sea natural y residente en esta Villa ”. De momento, y hasta tanto no se decidiera el lugar concreto para depósito y exposición de las reliquias, “mandaron se pongan, como en efecto se pusieron, en la sacristía de la dicha iglesia, donde estén con la custodia y guarda necesaria debajo de candados y llaves”.

La anterior iglesia parroquial, punto
de destino de las reliquias
Éste es el relato de algo que debemos contextualizar en el ambiente religioso que se respiraba en España y en nuestro pueblo en pleno Siglo de Oro, una época en que tras la celebración del Concilio de Trento la reafirmación del catolicismo frente a reformas como la luterana se plasmaba en múltiples prácticas religiosas, tales como la devoción a las reliquias de santos y santas y la frecuencia de las procesiones.


El relicario, tal como se conserva ahora
Por cierto, la voluntad del citado Gobernador no se cumplió por “siempre jamás”. El relicario despareció cuando el incendio de la iglesia parroquial, en agosto de 1936, y por casualidad se encontró hace varias décadas en unas dependencias del antiguo Convento de Carmelitas Descalzos, en cuya iglesia están actualmente, si bien ya incompletas y sin todos los elementos de adorno que antaño tuvieron; sin embargo, su valor histórico y religioso sí lo conservan, razón por la que  están expuestas al público en una hornacina en uno de los muros laterales de dicho templo, según se entra en él a la derecha muy cerca de la puerta principal. 


                                    FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS

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