lunes, 20 de marzo de 2017

LA COFRADÍA DE LA VERACRUZ DE CAMPO DE CRIPTANA (VI)


Retablo del altar mayor de
la destruida iglesia parroquial de
Campo de Criptana (siglo XVI),
obra de Pedro Martínez de Castañeda
Al final del capítulo anterior me aproximaba al origen en el tiempo de la ermita de la Veracruz. En 1604 los visitadores santiaguistas la describen y aportan datos sobre lo que había en ella. El techo – decían – era de madera, sin dar más detalles; en su interior la techumbre, pues, sería adintelada o, tal vez, a dos aguas. El edificio – de planta rectangular - tenía, hacia el norte una pequeña puerta que daba a un patio empedrado.

Describen los visitadores el retablo del altar mayor de entonces, de talla y dorado en parte,  de la siguiente forma:
En la calle central:
En un primer cuerpo, en relieve, la escena del Calvario (el Crucificado, la Virgen y San Juan).
En el siguiente cuerpo, una tabla pintada con la última Cena.
Y, completando la calle central, la escena de la Resurrección.
Rodeando la calle central, cuatro pinturas en tabla sobre la Pasión.

No parece ser ese el retablo conocido por las fotografías existentes anteriores a 1936, sino que debió ser modificado o sustituido por otro realizado en el siglo XVIII o en el XIX.

Parte superior de la portada,
con relieves distribuidos simétricamente,
característica del Renacimiento
La escena del Calvario,
en la portada de la ermita
Sobre la portada, hay quien ha apuntado que su autor habría sido el mismo escultor que realizó el retablo mayor de la desaparecida iglesia parroquial, es decir, Pedro Martínez de Castañeda, natural del pueblo salmantino de Peñaranda de Bracamonte. Y puede ser, en primer lugar por la cronología, pues por esos años, en torno a 1571-1573, él estuvo en Campo de Criptana trabajando en dicho retablo, y también por el estilo: discípulo de Alonso Berruguete, en su obra se aprecian esos rasgos miguelangelescos que Berruguete asimiló; es más, comparando las fotografías aquí reproducidas del retablo parroquial y de los relieves de la portada, concretamente la escena del Calvario de retablo y portada, encontramos bastante similitud, especialmente en alguna de las figuras. Y si no hubiera sido él el autor directo, podría haber sido algún discípulo suyo, entre ellos el criptanense Francisco Hernández, que trabajó con él en el retablo parroquial. Pero hay un detalle que puede resultar decisivo en cuanto a la autoría: en efecto,  se cuenta con lo que parece la letra P mayúscula grabada en la base de uno de los relieves que podría ser la inicial de su nombre propio, Pedro, como marca de autor.

En el centro, la escena
del Calvario en el retablo
del desaparecido templo parroquial


Detalle del Calvario de
la portada de la ermita, con una figura
casi idéntica a la del retablo parroquial




























La letra P, grabada en la base
de un relieve de la portada de la ermita
La cubierta interior, con el tiempo - ¿siglo XVII, siglo XVIII? - fue abovedada y había una cornisa que recorría los muros. La ermita a lo largo de los años tuvo bastantes intervenciones, cosa lógica en un edificio de siglos. Por citar sólo algunas:

En 1829 se levantó un pilar contrafuerte en la fachada de Mediodía, dado que el muro se inclinaba peligrosamente.
En enero de 1852 se abordó la manera de allegar dinero para hacer una obra muy necesaria pues el edificio se encontraba en un estado calificado de ruinoso. No se pudo reunir la cantidad necesaria y de momento el proyecto quedó aparcado.
    En febrero de 1862 otra vez se acuerda reparar la ermita; esta vez la gente fue más generosa y la empresa sí se puso llevar a cabo. La Junta Directiva en ese año estaba así formada:
Párroco:   Francisco Ansaldo Llamas
Mayordomos:   Francisco Vicente Salcedo y Gregorio Perucho
Vocales:  José Mª Salcedo, Juan Manuel Alarcón, Juan José Villacañas y José María Rubio
Alcaldes:   Nicanor Pizarro y Juan Antonio Palomino
Capellán:   Aurelio Bardón
Visitador:  Norberto Pizarro
Secretario:  Pedro Antonio Luján
Se pidió permiso para hacer la obra al Gobernador Eclesiástico, al que informó favorablemente el párroco, que, por cierto, hacía hincapié en que la Iglesia no prescindía de la propiedad de la ermita; literalmente señalaba “que [a la Cofradía] se [le] concedió unicamente para las funciones y juntas de espresada Cofradía”.

Interior de la
ermita de Santa Ana,
edificada en 1575
El pliego de condiciones de la obra era similar al de diez años antes, pero algo más preciso en ciertos detalles; por ejemplo, el cielo raso o cubierta interior sería como la de la ermita de Santa Ana, es decir, adintelada, con vigas de madera en resalte. Se presentaron a la subasta los constructores Rafael Castiblanque, Teodoro Millán  y Eduardo Pizarro; a este último se le adjudicó la obra por un importe que al final, tras algunas modificaciones acordadas con la Junta, quedó en 10.000 reales.

Interior de la ermita de la Veracruz,
con la cubierta adintelada
y vigas de madera en resalte,
similar a la cubierta de la ermita de Santa Ana
Posteriormente, en 1877, se reparó el testero de la puerta de saliente, y en 1891-1892 se pavimentaron la nave de la ermita y la sacristía. Más adelante, las cuentas de 1923 recogen, en la relación de gastos, los de la instalación del agua corriente, que supuso un coste de 60,20 pesetas. Por lo demás, la ermita se blanqueaba o enjalbegaba todos los años y con frecuencia había que ir haciendo alguna que otra reparación.

La guerra civil tuvo consecuencias nefastas en todos los sentidos para el templo. El 19 de agosto de  la ermita fue saqueada. Fueron destrozados retablos e imágenes, entre ellas - relatan los informes de posguerra - un antiguo Cristo de la Columna y un Descendimiento “de gran mérito artístico”, y la ermita fue convertida después en almacén de muebles incautados.

En más de una ocasión a lo largo de este y otros capítulos anteriores he mencionado las cuentas de la Cofradía. La norma o costumbre era que el mayordomo de los caudales rindiera cuentas anualmente, el 4 de mayo, del periodo que abarcaba desde ese día del año anterior hasta el 3 de mayo del año en que se presentaban.

Desde 1838 hasta 1841 no se presentaron pues decía el mayordomo, Francisco Vicente Salcedo, que había estado “agoviado de la revolucion que nos afligia”, frase con la que, sin duda, se refería a la inestabilidad producida por una de las guerras civiles que hubo en España en el siglo XIX, o sea, la primera guerra carlista, planteada tras la muerte de Fernando VII en 1833 y finalizada en 1840; seguía el mayordomo aclarando que desde entonces hasta 1852 la presentación de las cuentas no había sido permitida por la “delicadeza de la Junta”, expresión que entiendo tiene que ver con la adversa situación económica experimentada por la Cofradía tras ser decretada en 1841 la ya citada en esta serie desamortización de bienes eclesiásticos (de cofradías, etc.) durante la regencia del general Espartero, situación económica que hizo que el propio mayordomo Salcedo aportara de su bolsillo no pocos años el dinero necesario para que la Cofradía fuera atendiendo sus necesidades.

La presentación anual de las cuentas a veces tenía otro problema añadido, que no era otro que el poco control de la documentación. Así, en 1875 no se presentaron las cuentas en la fecha acostumbrada porque no se sabía dónde estaba el último libro de decretos y los dos últimos secretarios, Pedro Antonio Luján y José Martínez Borja, no los tenían.

Hasta 1893, como ya se dejó claro, la contabilidad se expresó en reales y maravedís; a partir de entonces, en pesetas. En reales, el mayor déficit anual fue en 1882, con 216 reales, pues el registrado por valor de más de 2.635 reales abarcó el periodo comprendido entre 1852 y 1863. En reales, el año de más superávit, con 698, fue el de las cuentas presentadas en 1891.

Ya en pesetas, solo hubo un año de los que se cuenta con datos, 1908, en el que se registró déficit, apenas algo más de 10 pesetas. En relación con los superávits, había diferencias notables de unos años a otros; hubo alguno, el 1927, en el que el saldo positivo alcanzó más de 551 pesetas, a pesar de lo cual no faltaban ocasiones en que la Junta hablaba de situación económica angustiosa, como sucedió en 1911.

Algunos aspectos curiosos que muestran las cuentas son los siguientes:
En gastos es habitual el del obsequio al clero y a la Banda de Música en la Función de la Cruz, el 3 de mayo, a base de bizcochos, vino y peladillas. La Banda de Bernardo Gómez, es decir, la Filarmónica Beethoven, por ejemplo en la anualidad 1904-1905 cobró 40 pesetas por tocar en misa, procesión y hoguera de la Cruz; en 1905-1906 dio 15 pesetas de limosna, en 1908-1909 no cobró nada.

Por primera vez en la anualidad 1896-1897 aparece el pago de palmas para llevarlas los miembros de la Junta en la procesión del Domingo de Ramos: 5 pesetas.

Por primera vez figura el gasto de cohetes en la fiesta de la Cruz en 1903-1904.

En ingresos, por primera vez aparece en 1898-1899 la rifa de un cerdo, rifa que después se hizo en bastantes años. A veces se rifaba, como en 1906-1907, una imagen del Cristo de la Columna, o de la Virgen del Carmen, como en 1919-1920. En 1908-1909 se rifaron unos cuadros regalados por Carmen Baíllo Melgarejo.

Por primera vez en ingresos en 1901-1902 se contabilizan las aportaciones hechas por otras cofradías existentes en la parroquia.

De los años posteriores a 1940, en los ingresos, además de subastas, cuotas de los hermanos, asistencia de la Cruz a entierros, andas para muertos y donativos, se incluye lo recaudado en sesiones de cine, elaboración de churros los días 2 y 3 de mayo en las fiestas de la Cruz, y las acostumbradas rifas, ya sea la de un cerdo o, alguna vez, la de 200 kg de harina, como en 1944-1945.

La Guerra Civil está presente literalmente en las cuentas de 1944 a 1945: 50 pesetas en gastos se dieron como limosna para las víctimas de la guerra.

Otra fuente de ingresos era la venta de estampas: en las cuentas de 1927-1928 es cuando por primera vez se incluyen gastos e ingresos por estampas del Cristo de la Columna y del Descendimiento.

Las sanciones a cofrades, aunque pocas veces, no faltan; en 1896-1897 en ingresos figura una multa de 1,25 pesetas al secretario, Jacinto Cuadra, por no asistir con tunicela [una pequeña túnica como la que llevaban los subdiáconos] a la procesión del Jueves Santo.

También hay un momento en que se comienza a confeccionar túnicas para su alquiler a quienes no las tenían. Se cobraba 2 pesetas por túnica, lo que  aparece por primera vez en la anualidad 1931-1932, en la que se compraron 44 varas de “pañete” para túnicas al comerciante Santiago Luján.

      FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS







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