Pósito restaurado |
Publicado por primera vez en junio de 2012
No hay duda de que el edificio del viejo
Pósito es uno de los monumentos de carácter civil más interesante y atractivo
de Campo de Criptana. Aparte de ser objeto de visita por gentes de muy diversa
procedencia, es escenario habitual de actividades institucionales, artísticas, sociales
y culturales en general.
Situado en el centro del casco
antiguo de nuestra villa, su aspecto externo presta a la localidad esa vitola
de antigüedad tan apreciada en estos tiempos en que los nuevos gustos
constructivos han acabado por reducir casi a la nada el tradicional tipismo
urbanístico. Ese aspecto es el único conocido por muchos criptanenses, los más
jóvenes, que pueden pensar que lo que ven siempre ha sido la imagen
paisajística de esa parte del pueblo.
Antes de la restauración |
Sin embargo, quienes tenemos más edad
sabemos de la degradación paulatina sufrida en otras épocas por tan emblemático
caserón. Después de su pasado y largo esplendor y tras haber servido – por
hablar sólo de parte de la segunda mitad del siglo XX - parcialmente de
vivienda y de establecimiento comercial entre otros usos que tuvo, le llegó la
hora del abandono. En los primeros años de la década de los 80 del pasado
siglo, las hierbas se iban enseñoreando de sus muros, cada vez más llenos de
pintadas y carteles publicitarios y destino de todo tipo de desperdicios. El
panorama que contemplaba cualquiera que pasaba por esa zona, tan céntrica, era
vergonzoso y deprimente.
Esta experiencia aludida es la que
nos hace apreciar en su justa medida la magnífica restauración de que fue
objeto hace ya casi dos décadas, cuya consecución se produjo tras un proceso
temporal no exento de dificultades. A lo largo de 1985 promoví una campaña de
recogida de firmas que en agosto fueron remitidas al Ayuntamiento acompañadas de un escrito en el
que se le instaba a tomar las medidas que estuviesen legalmente a su alcance
para que el edificio se restaurase y fuese dedicado permanentemente a fines
culturales. Por entonces el sistema político democrático actual llevaba pocos
años de rodaje y tal vez por ello a algún miembro de la Corporación municipal
le extrañó ese recurso a las firmas peticionarias como forma de participación
ciudadana.
Antes de la restauración |
Al mismo tiempo procuré que la
opinión pública se hiciera eco de la problemática del Pósito. En este sentido
el diario ciudadrealeño LANZA me publicó en septiembre de dicho año un escrito en el que
reivindicaba la intervención de las instituciones públicas para conseguir algo
que cada vez más criptanenses apoyaban. Pasaba el tiempo y aunque en el mismo
1985 la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha inició el expediente para
declarar el inmueble del Pósito como Bien de Interés Cultural, un obstáculo
para que el dinero público se invirtiese en su restauración era su condición de
propiedad privada.
Por mi parte yo insistía en mi idea
con mis escritos publicados en los años siguientes no sólo en LANZA sino
también en el semanario alcazareño ya desaparecido CANFALI. Por su parte, la
familia propietaria del edificio tenía su propio proyecto de futuro para el
mismo y eso de dedicarlo a fines culturales no figuraba entre sus objetivos,
tal como me hizo saber personalmente en mi propio domicilio uno de sus miembros
el mismo día (17 de agosto de 1990) en que uno de mis escritos apareció en
CANFALI.
Por fin los propietarios accedieron a
los deseos de la Corporación y por un
precio simbólico (cinco millones de pesetas), en escritura firmada a 13
de diciembre de 1991, el Ayuntamiento se convirtió en propietario, situación
que permitió la llegada de fondos públicos, incluidos los provenientes de la
Unión Europea, para la restauración, de la que se encargó una Escuela-Taller,
cuyos miembros realizaron una estupenda obra, con el arquitecto Jesús Perucho
Lizcano y el director de aquélla José Antonio Sancho Calatrava al frente.
Después de dos años y medio desde su inicio, en mayo de 1996 finalizaron los
trabajos, cuya trascendencia ahora disfrutamos.
Después de todo lo que va expuesto el
lector se hará cargo de la satisfacción que siento al ver al día de hoy al Pósito
restaurado y convertido en lo que siempre defendí y en lo que siempre soñé, un
centro de actividades culturales, una meta conseguida con el apoyo y la
colaboración de muchas personas, de las que una muestra es Andrés Escribano,
que intervino en la recogida de firmas, y meta conseguida asimismo gracias a
las decisiones de personas e instituciones que tenían, lógicamente, poder para
decidir: propietarios, políticos y técnicos.
Antes de la restauración |
Hay otra circunstancia que, con la
perspectiva del discurrir del tiempo, ha contribuido a engrosar mi satisfacción
y que paso a relatar. Hay que remontarse al 17 de agosto de 1983. Ese día la
Corporación municipal aprobó, por mayoría, sustituir el nombre de Plaza del
Pósito por la denominación de Plaza de Juan Carlos I. A través de la prensa y
también en escrito dirigido al propio Ayuntamiento, califiqué esa decisión de
lamentable error. Justifiqué mi opinión señalando que con la desaparición del
nombre de esa plaza y dejando caerse el edificio del Pósito si no se
rehabilitaba, las futuras generaciones ignorarían qué había sido esa
institución e incluso no sabrían de su existencia; es decir, apelé al hecho de
que parte de nuestra memoria histórica local quedaría así amputada. Por otra
parte, dedicar una calle a nuestro rey podría hacerse utilizando otra vía
urbana para ese fin. De momento no tuve éxito en mi petición de que aquella
decisión corporativa fuese rectificada; incluso alguno de nuestros regidores en
esos días hizo gala de obstruccionismo con tal de impedir que mi súplica fuera
debatida en el Pleno. Afortunadamente, unos años después, con un Ayuntamiento
de diferente composición política, la cordura se impuso y la rotulación de
Plaza del Pósito volvió a su lugar.
Pero no todo son alegrías. Me
explico. Un edificio como el que nos ocupa goza de protección, que también debe
ser protección visual, que se ve alterada por dos circunstancias. Una es la
instalación de contenedores soterrados en una de sus aceras, la de la fachada
occidental. Otra es el no haber puesto obstáculos (bolardos) en dicha acera y
en la meridional, por lo que con frecuencia hay automóviles estacionados sobre el
acerado, junto a muros tan respetables. En fin, la felicidad no puede ser
completa.
FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS
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