Todo aniversario es histórico,
pues todos tienen que ver con acontecimientos que implican cambio, evolución y,
desde luego, memoria, esa memoria histórica que, de una manera u otra,
cualquier persona conserva, por más que haya quien se empeñe, como ahora mismo
ocurre a nuestro alrededor, en echar tierra por encima de ciertos hitos del
pasado que, como todos los componentes de éste, nunca hay que dejar
arrinconados, nos gusten más o nos gusten menos o, simplemente, no nos gusten
nada.
Algunos de esos hitos del pasado
se nos echan encima cada año por el mes de abril. Así, en nuestro país, la
proclamación de la Segunda República, ocurrida un martes 14 de abril, dos días
después de unas elecciones municipales que
a muchos, en principio, pudieron parecer inocuas pero que acabaron con el
reinado de Alfonso XIII, aquel rey que en ese día marchó al exilio pensando
volver pronto a España, expectativa que el tiempo se encargó de demostrar fallida.
Otro de esos hitos anualmente se manifiesta con el comienzo del mes; en efecto,
el 1 de abril de 1939 acababa oficialmente la Guerra Civil española por
excelencia – hubo otras antes -, una guerra que se alargó durante casi tres
años tras el fracaso de un golpe que – con apoyos civiles – un sector del ejército
protagonizó en la Península el 18 de julio de 1936 después de varios meses de
intensa preparación. A este aniversario, el 75º ya, me refiero en las
siguientes líneas.
En Campo de Criptana, en
relación con los graves sucesos acaecidos
en Madrid unos días antes, el 8 de marzo de 1939 se reunió el
Ayuntamiento en sesión extraordinaria, cuyo único punto del orden del día era
el cese de los consejeros pertenecientes al Partido Comunista. El nuevo alcalde
fue el socialista Juan Antonio Navarro; a propuesta suya se acordó por
unanimidad enviar un telegrama de adhesión al Consejo Nacional de Defensa,
constituido en Madrid el 5 de marzo a raíz del golpe de Estado dirigido por el
coronel Casado contra el gobierno republicano de Juan Negrín.
En la que parece ser la última
sesión plenaria celebrada - el día 11- por el ayuntamiento criptanense
republicano antes de finalizar la guerra participaron, además de Navarro,
Francisco Escribano, Manuel Rey, José Antonio Olmedo, Amaro Torres, Domingo
Flores, Julián Vela, José María Bustamante, Alfonso Cruz y Antíoco Alarcos.
Duró apenas media hora y en ella el alcalde aseguró haber aceptado el cargo con
la idea de que hubiera “la mayor armonía
posible entre todos” pues hora era “de
dejarnos de rencillas” y de emplear todas las energías cada uno en el
desempeño de su puesto; su propósito, afirmó, era “la pacificación de los espiritus”.
Deseos, después de todo, sin
futuro pues a finales de mes se producía la ocupación del pueblo por tropas
franquistas. El nuevo régimen se estrenó oficialmente en la sesión
extraordinaria de 1 de abril de 1939. A las cinco de la tarde de ese día en la
sala capitular del Ayuntamiento el teniente coronel Enrique Segura Rubio,
comandante militar de la villa, ante las personas que lo acompañaban y el
público allí congregado, dando cumplimiento a lo ordenado por el coronel jefe
de la 84 División y de las tropas de ocupación de la provincia de Ciudad Real,
nombró alcalde a José Vicente Moreno Olmedo, que en su intervención afirmó que
obraría “en beneficio de España y del
Caudillo, para bien de la Patria”.
La Junta Gestora del
Ayuntamiento estaría desde ese momento constituida, además del alcalde, por
Ángel Granero Salcedo, Alfonso Cereceda Morán, Juan Miguel Irisarry Ramírez,
Julián de la Guía, Ricardo Rasines, Ignacio Muñoz, Francisco Perucho, Wenceslao
Ramírez, José Antonio Nieto, Abundio Escudero, Jesús Alarcos, Juan José
Manzaneque, Antonio Bustamante y Antonio Ortiz Muro. El alcalde señaló que “en la España de Franco se habla poco y se
trabaja mucho”, por lo que los concejales y él mismo – seguía diciendo - “en estrecha compenetración, habremos de
dedicarnos nada mas que á laborar por la España de Franco, para hacerla una,
grande y libre”.
La guerra aún está presente en
el paisaje de Campo de Criptana, por ejemplo en su cementerio, tal como
muestran las imágenes que acompañan a este escrito: la tumba del primer
asesinado – un eclesiástico - a los
pocos días de producirse la sublevación militar; el conocido como monumento a
los caídos (los del bando vencedor), levantado mediante aportaciones económicas
como la del Ayuntamiento, que el 6 de junio de 1939 acordó colaborar con 1.000
pesetas para construir “un mausoleo en
este Cementerio católico a las víctimas de la barbarie roja”, y, por
último, la tumba que alberga los restos de algunos de los vencidos republicanos
y que debieron esperar a la llegada de la democracia para poder ser recordados
materialmente.
Acababa la guerra y se iniciaba
la paz. Ha estallado la paz tituló José Mª Gironella
(1917-2003), una de sus novelas relacionadas con la guerra civil. Pero no todos
los españoles entendieron así lo ocurrido a partir de abril de 1939. Parte de
nuestros antepasados comprobaron en ellos mismos y en sus familias que empezaba
la victoria, la de una parte, la que se había impuesto militarmente en el
conflicto y la que iba a imponer su particular forma de ver y hacer las cosas a
lo largo y ancho del país basándose en la Ley
de Responsabilidades Políticas (1939) y en la Ley para la Represión de la Masonería y el Comunismo (1940), entre
otras. Una inmensa prisión es el título de una obra
colectiva publicada en 2003 por la editorial Crítica dedicada al estudio de “los campos de concentración y las prisiones
durante la guerra civil y el franquismo”, según reza el subtítulo.
Con la documentación – escasa -
disponible en el Archivo Histórico Municipal de nuestra villa se sabe que
superaban el centenar las personas que se encontraban detenidas en las dos
cárceles existentes en Campo de Criptana en los primeros meses tras la
finalización de la guerra. La tradición oral nos habla de su trabajo forzoso en
la construcción de los muros del campo de fútbol, obra en la que se utilizó
piedra procedente de lo que había quedado de la destruida iglesia parroquial. A
ese número habría que añadir el de quienes fueron a parar a otras cárceles como
las de Alcázar de San Juan, Manzanares, etc., etc. De todas ellas, varias
decenas, un número similar al de aquéllas objeto de la represión republicana
durante la guerra, fueron condenadas a muerte.
También hubo criptanenses que
protagonizaron el exilio, especialmente hacia tierras francesas. De ellos se
conocen los nombres de dos que acabarían encontrando la muerte, en el
transcurso de la Segunda Guerra Mundial, en el campo de trabajo y exterminio
nazi austríaco de Gussen, un anejo del también tristemente célebre campo de
Mauthausen: Ángel Sepúlveda Beamud, en 1941 y Mario Sánchez Ortiz, en 1942.
En fin, no olvidemos…, para que nada semejante a todo
lo anterior nos pueda ocurrir.
FRANCISCO ESCRIBANO
SÁNCHEZ-ALARCOS
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