EL
CURA: LICENCIADO PERO PÉREZ
Cervantes
lo presenta como una persona bastante
culta: “
era hombre docto, graduado en Sigüenza “ (Capítulo I, 1ª parte); por ello, por su
cultura literaria, muchas veces discutía con Don Quijote sobre cuál había sido
el mejor caballero andante.
Se
encontraba en la casa de Don Quijote, del que era gran amigo, cuando éste
volvió vapuleado tras su primera salida. Su nombre era Pero Pérez, más
exactamente se le conocía como licenciado Pero Pérez. Cuando la sobrina de Don
Quijote señala que es necesario quemar los libros de caballerías, que habían
llevado a la locura a su tío, el cura asiente:
“
Mas yo me tengo la culpa de todo, que no avisé á vuestras mercedes de los
disparates de mi señor tio, para que lo remediaran ántes de llegar á lo que ha
llegado, y quemaran todos estos descomulgados libros (que tiene muchos), que
bien merecen ser abrasados como si fuesen de herejes. Esto digo yo tambien,
dijo el cura; y á fe que no se pase el dia de mañana sin que dellos no se haga
auto público, y sean condenados al fuego, porque no den ocasion á quien los
leyere de hacer lo que mi buen amigo debe de haber hecho “ . Poco después el
cura se reafirma en que esa resolución debe ser tomada: “ Hiciéronle á Don Quijote mil
preguntas, y á ninguna quiso responder otra cosa sino que le diesen de comer y
le dejasen dormir, que era lo que más le importaba. Hízose así, y el cura se
informó muy á la larga, del labrador, [su vecino Pedro Alonso, que lo recogió por el
campo y lo trajo a su casa] del modo que habia hallado á Don Quijote. Él se lo contó todo, con los
disparates que al hallarle y al traerle habia dicho, que fue poner más deseo en
el licenciado de hacer lo que otro dia hizo, que fue llamar á su amigo el
barbero maese Nicolas, con el cual se vino á casa de Don Quijote “ (Capítulo V, 1ª parte).
Escrutando los libros del hidalgo |
En
el escrutinio de los libros de Don Quijote está presente el cura junto con el
barbero, el ama y la sobrina. El cura no quería conservar el de las aventuras
de Amadís de Gaula: “ según he oido decir, este libro fue el primero de
caballerías que se imprimió en España, y todos los demas han tomado principio y
origen deste: y así, me parece que, como á dogmatizador de una secta tan mala,
le debemos sin excusa alguna condenar al fuego “. El barbero se opuso y de momento no lo quemaron.
Sobre
la personalidad del cura el que algo indica es el barbero, que señala que era “ buen cristiano “ y “ amigo de la verdad “ . Por otra parte, el
mismo cura expresa el artificio de su “amistad” con Cervantes al hablar de “La
Galatea”: “
Muchos años ha que es grande amigo mio ese Cervantes, y sé que es más versado
en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención, propone
algo, y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que promete,
quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega;
y entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre
“ (Capítulo VI, 1ª parte).
Fue
uno de los responsables de que la habitación de los libros de don Quijote fuese
ocultada para hacer creer a éste que ya no existía: “ Uno de los remedios que el cura
y el barbero dieron por entonces para el mal de su amigo, fué que le murasen y
tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase
(quizá quitando la causa cesaria el efecto), y que dijesen que un encantador se
los habia llevado, y el aposento y todo; y así fué hecho con mucha presteza “ (Capítulo
VII, 1ª parte).
A la puerta de la venta |
En
otro pasaje, también acompañado por el barbero, sale de la venta donde habían
manteado a Sancho y encuentra a éste, que iba camino de El Toboso a llevar una
carta de Don Quijote dirigida a Dulcinea. Entonces, con el barbero, trama un
plan para llevar al caballero a su aldea: “ habiendo bien pensado entre los dos el modo que
tendrían para conseguir lo que deseaban, vino el cura en un pensamiento muy
acomodado al gusto de Don Quijote, y para lo que ellos querian: y fué que dijo
al barbero que lo que habia pensado era, que él se vestiría en hábito de
doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese como
escudero, y que así irian adonde Don Quijote estaba, fingiendo ser ella una
doncella afligida y menesterosa; y le pediria un don, el cual él no podria
dejársele de otorgar, como valeroso caballero andante; y que el don que le
pensaba pedir era que se viniese con ella donde ella le llevase, á desfacelle
un agravio que un mal caballero le tenia fecho, y que le suplicaba ansimesmo
que no la mandase quitar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda fasta
que la hubiese fecho derecho de
aquel mal caballero; y que creyese sin duda que Don Quijote vendría en todo
cuanto le pidiese por este término, y que desta manera le sacarian de allí, y
le llevarian á su lugar, donde procurarian ver si tenia algun remedio su
extraña locura “ (Capítulo XXVI, 1ª parte).
Para
llevar a cabo ese plan “ la ventera vistió al cura de modo que no habia más que ver; púsole
una saya de paño llena de fajas de terciopelo negro de un palmo en ancho, todas
acuchilladas, y unos corpiños de terciopelo verde, guarnecidos con unos ribetes
de raso blanco, que se debieron de hacer ellos y la saya en tiempo del rey
Wamba. No consintió el cura que le tocasen, sino púsose en la cabeza un
birretillo de lienzo colchado que llevaba para dormir de noche, y ciñóse por la
frente una liga de tafetan negro, y con otra liga hizo un antifaz, con que se
cubrió muy bien las barbas y el rostro: encasquetóse su sombrero, que era tan
grande que le podia servir de quitasol, y cubriéndose su herreruelo, subió en
su mula á mujeriegas “ (Capítulo XXVII, 1ª
parte).
Al
regreso definitivo de Don Quijote y Sancho a su aldea, uno de los primeros en
encontrarse con ellos es el cura, que con el bachiller Sansón Carrasco estaba
rezando en un “pradecillo”. Ya en su casa, Don Quijote les cuenta sus últimas
peripecias y su deseo de abrazar la vida pastoril, en la que el cura habría de
ser, de acuerdo con la mente fantasiosa del hidalgo, el pastor Curiambro. El
cura, como todos los demás, se asombra de esa nueva locura de Don Quijote pero,
también como todos, dice acceder a ello para que no vuelva a marcharse del
pueblo y pudiera así curarse: “ el cura le alabó infinito su honesta y honrada resolución, y se
ofreció de nuevo á hacerle compañía todo el tiempo que le vacase de atender á
sus forzosas obligaciones “ (Capítulo LXXIII,
2ª parte). Después se despide de él y le aconseja que tenga en cuenta su salud.
Calle Licenciado Pero Pérez |
Fiel
amigo suyo, en los días en que estuvo enfermo Don Quijote antes de morir, lo
visitó muchas veces y, como todos, trataba de levantarle el ánimo. Él fue uno
de los que llamaron al médico. Pese a la insistencia del bachiller para tratar
de combatir el desánimo de Don Quijote, éste reitera su deseo de confesar y de
hacer testamento. El cura entonces adquiere bastante protagonismo: “ Yo, señores, [dice Don Quijote] siento que me voy muriendo á toda priesa; déjense
burlas aparte, y tráiganme un confesor que me confiese, y un escribano que haga
mi testamento, que en tales trances como este no se ha de burlar el hombre con
el alma (...) Hizo salir la gente el cura, y
quedóse solo con él, y confesóle “. Cuando acaba la confesión, sale el cura y se dirige a los
presentes: “ Verdaderamente se muere, y verdadermente está
cuerdo Alonso Quijano el Bueno; bien podemos entrar para que haga su testamento
“.
En
el testamento el cura, igual que el bachiller, es nombrado por Don Quijote su
albacea. Tras expirar Don Quijote es el cura quien manifiesta la necesidad de
que se certificase la muerte, con el fin de que nadie volviera a escribir sobre
él, pensando en lo que había ocurrido con la apócrifa segunda parte de la obra: “ pidió al
escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado
comúnmente Don Quijote de la Mancha, habia pasado desta presente vida, y muerto
naturalmente; y que el tal testimonio pedia para quitar la ocasión de que algun
otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente, y hiciese
inacabables historias de sus hazañas “ (Capítulo
LXXIV, 2ª parte).
FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS
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