YELMO DE MAMBRINO
Mambrino
era un personaje de una novela caballeresca italiana del siglo XV: un rey moro
cuyo yelmo o casco hacía invulnerable a quien lo poseía. Desde el principio de
la novela Don Quijote ya dispone de una celada; cuando decide hacerse caballero
andante, “
lo primero que hizo fué limpiar unas armas que habian sido de sus bisabuelos,
que, tomadas de orin y llenas de moho, luengos siglos habia que estaban puestas
y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vió
que tenian una gran falta, y era que no tenian celada de encaje, sino morrion
simple; mas á esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de
media celada, que encajada con el morrión hacian una apariencia de celada
entera. Es verdad que para probar si era fuerte y podia estar al riesgo de una
cuchillada, sacó su espada y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto
deshizo lo que habia hecho en una semana: y no dejó de parecerle mal la
facilidad con que la habia hecho pedazos; y por asegurarse deste peligro, la
tornó á hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal
manera que él quedó satisfecho de su fortaleza; y sin querer hacer nueva
experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje “ (Capítulo I, 1ª parte).
Cuando
se enfrenta al vizcaíno, éste de un golpe con su espada “ le acertó en el hombro
izquierdo (...) llevándole de camino gran parte
de la celada con la mitad de la oreja, que todo ello con espantosa ruina vino
al suelo “ (Capítulo IX, 1ª parte).
Don
Quijote casi enloquece al comprobar el desaguisado de su celada: “ cuando Don Quijote llegó á ver
rota su celada, pensó perder el juicio; y puesta la mano en la espada y alzando
los ojos al cielo, dijo: Yo hago
juramento al Criador de todas las cosas, y á los santos cuatro evangelios,
donde más largamente están escritos, de hacer la vida que hizo el grande
marques de Mantua cuando juró de vengar la muerte de su sobrino Valdovinos, que
fué de no comer pan á manteles, ni con su mujer folgar, y otras cosas, que
aunque dellas no me acuerdo las doy aquí por expresadas, hasta tomar entera
venganza del que tal desaguisado me fizo “.
Sancho le convence para que no actúe así y Don Quijote rectifica: “ Has hablado y apuntado muy bien
(...) y así anulo el juramento en cuanto lo que
toca á tomar dél nueva venganza; pero hágole y confírmole de nuevo de hacer la
vida que he dicho, hasta tanto que quite por fuerza otra celada tal y tan buena
como esta á algun caballero; y no pienses, Sancho, que así á humo de pajas hago
esto, que bien tengo á quien imitar en ello, que esto mesmo pasó al pié de la
letra sobre el yelmo de Mambrino, que tan caro le costó á Sacripante “. Sancho no confía en esa posibilidad: “ si acaso en muchos dias no
topamos hombre armado con celada, ¿ qué hemos de hacer ? ¿ hase de cumplir el juramento, á despecho de
tantos inconvenientes é incomodidades, como será el dormir vestido, y el no
dormir en poblado, y otras mil penitencias que contenia el juramento de aquel
loco viejo del marques de Mantua, que vuestra merced quiere revalidar ahora ?
Mire vuestra merced bien que por todos estos caminos no andan hombres armados,
sino arrieros y carreteros, que no solo no traen celadas, pero quizá no las han
oido nombrar en todos los dias de su vida “ (Capítulo X, 1ª parte). Don Quijote, sin
embargo, tiene la esperanza de que en dos horas como mucho lo encontrarán.
La
ocasión se presentó cuando iban de camino tras el episodio del batán: “ De allí á poco descubrió Don
Quijote un hombre á caballo, que traia en la cabeza una cosa que relumbraba
como si fuera de oro, y áun él apenas le hubo visto, cuando se volvió á Sancho
y le dijo: Paréceme, Sancho, que no hay refran que no sea verdadero, porque
todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias
todas, especialmente aquel que dice: donde una puerta se cierra otra se abre:
dígolo, porque si anoche nos cerró la ventura la puerta de la que buscábamos,
engañándonos con los batanes, ahora nos abre de par en par otra para otra mejor
y más cierta aventura, que si yo no acertare á entrar por ella, mia será la
culpa, sin que la pueda dar á la poca noticia de batanes ni á la escuridad de
la noche: digo eso, porque, si no me engaño, hácia nosotros viene uno que trae
en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice el juramento que
sabes “. Sancho le asegura que
está equivocado, pero Don Quijote sigue en sus trece: “ ¿ Cómo me puedo engañar en lo
que digo, traidor escrupuloso ? (...): dime, ¿ no ves aquel caballero que hácia nosotros viene sobre un
caballo rucio rodado, que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro ? “. Insiste
Sancho: “
Lo que yo veo y columbro (...) no es sino un hombre sobre un
asno pardo como el mio, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra “. Don Quijote se reafirma: “ Pues ese es el yelmo de Mambrino (...): apártate á una parte, y déjame con él á solas, verás cuán sin hablar
palabra, por ahorrar del tiempo, concluyo esta aventura, y queda por mio el
yelmo que tanto he deseado “ (Capítulo XXI, 1ª parte).
Cervantes
narra qué cosa era en realidad el “yelmo de Mambrino”: “ Es, pues, el caso, que el yelmo
y el caballo y caballero que Don Quijote veía, era esto: que en aquel contorno
habia dos lugares, el uno tan pequeño, que ni tenia botica ni barbero, y el
otro que estaba junto á él sí, y así, el barbero del mayor servía al menor; en
el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse, y otro de hacerse la barba,
para lo cual venia el barbero, y traía una bacía de azófar; y quiso la suerte
que al tiempo que venia comenzó á llover, y porque no se le manchase el
sombrero, que debia de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza, y como
estaba limpia, desde media legua relumbraba: venia sobre un asno pardo, como
Sancho dijo, y esta fué la ocasión que á
Don Quijote le pareció caballo rucio rodado, y caballero y yelmo de oro: que
todas las cosas que veia, con mucha facilidad las acomodaba á sus desvariadas
caballerías y malandantes pensamientos “ (Capítulo XXI, 1ª parte).
Al
ver Don Quijote cerca al hombre se dispone a embestirlo lanza en ristre. El
barbero, al verlo venir hacia él, tras bajarse del asno, salió huyendo
corriendo todo lo que podía y “ dejóse la bacía en el suelo, con la cual se
contentó Don Quijote, y dijo que el pagano habia andado discreto, y que habia
imitado al castor, el cual, viéndose acosado de los cazadores, se taraza y
corta con los dientes aquello por lo que él por distinto natural sabe que es
perseguido “. Atendiendo al mandato de
su amo, Sancho cogió la bacía y dijo: “ Por Dios que la bacía es buena, y que vale un
real de á ocho como un maravedí “.
Se la dio a Don Quijote, que “ se la puso luego en la cabeza, rodeándola á una parte y á otra,
buscándole el encaje; y como no se le hallaba, dijo: Sin duda que el pagano á cuya
medida se forjó primero esta famosa celada, debia de tener grandísima cabeza; y
lo peor dello es que le falta la mitad “.
Lógicamente, contemplando la escena, a Sancho le dio por reír. Don Quijote da
una explicación al hallazgo e idea de qué le valdrá: “ ¿ Sabes qué imagino, Sancho ?
que esta famosa pieza deste encantado yelmo, por algun extraño accidente, debió
de venir á manos de quien no supo conocer ni estimar su valor, y sin saber lo
que hacia, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la otra mitad para
aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo esta que parece bacía de
barbero, como tú dices; pero sea lo que fuere, que para mí que la conozco no
hace al caso su trasmutacion, que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya
herrero, y de suerte que no le haga ventaja ni áun le llegue la que hizo y
forjó el dios de las herrerías para el dios de las batallas; y en este entre
tanto la traeré como pudiere, que más vale algo que no nada; cuanto más que
bien será bastante para defenderme de alguna pedrada “ (Capítulo XXI, 1ª
parte).
Hubo
ocasión en que el “yelmo” corrió peligro. Cuando tras liberar Don Quijote a los
galeotes, éstos se lían a pedradas con nuestra pareja, uno de ellos, el
estudiante, le quitó la bacía al caballero y casi la destroza: “ No se pudo escudar tan bien Don
Quijote que no le acertasen no sé cuántos guijarros en el cuerpo, con tanta
fuerza, que dieron con él en el suelo; y apenas hubo caido, cuando fué sobre él el estudiante, y le
quitó la bacía de la cabeza, y dióle con ella tres ó cuatro golpes en las
espaldas y otros tantos en la tierra, con que la hizo casi pedazos “ (Capítulo XXII, 1ª
parte).
¿Bacía? ¿Yelmo? |
Vuelve
a mencionarse el “yelmo” cuando don Quijote decide imitar a Amadís quedando en
soledad en Sierra Morena para hacer penitencia: “ dime, Sancho, ¿ traes bien guardado el
yelmo de Mambrino ? que ya ví que le alzaste del suelo cuando aquel
desagradecido le quiso hacer pedazos, pero no pudo, donde se puede echar de ver
la fineza de su temple“ . Sancho no puede
más y replica: “
Vive Dios, señor caballero de la Triste Figura, que no puedo sufrir ni llevar
en paciencia algunas cosas que vuestra merced dice, y que por ellas vengo á
imaginar que todo cuanto me dice de caballerías, y de alcanzar reinos é
imperios, de dar ínsulas, y de hacer otras mercedes y grandezas, como es uso de
caballeros andantes, que todo debe de ser cosa de viento y mentira, y todo
pastraña ó patraña, ó como lo llamáremos; porque quien oyere decir á vuestra
merced que una bacía de barbero es el yelmo de Mambrino, y que no salga de este
error en más de cuatro dias, ¿ qué ha de pensar sino que quien tal dice y
afirma debe de tener güero el juicio ?
La bacía yo la llevo en el costal toda abollada, y llévola para aderezarla
en mi casa, y hacerme la barba en ella, si Dios me diere tanta gracia que algun
dia me vea con mi mujer e hijos “ .
Don Quijote recurre a imaginados encantamientos para explicar lo que ocurre: “ Mira, Sancho, por el mismo que
denantes juraste te juro (...) que tienes el más corto
entendimiento que tiene ni tuvo escudero en el mundo: ¿ que es posible que en
cuanto ha que andas conmigo no has echado de ver que todas las cosas de los
caballeros andantes parecen quimeras, necedades y desatinos, y que son todas
hechas al reves ? y nó porque sea ello ansí, sino porque andan entre nosotros
siempre una caterva de encantadores, que todas nuestras cosas mudan y truecan,
y las vuelven según su gusto, y según tienen la gana de favorecernos ó
destruirnos; y así, eso que á ti te parece bacía de barbero, me parece á
mí el yelmo de Mambrino; á causa que
siendo él de tanta estima, todo el mundo me perseguiria por quitármele; pero
como ven que no es más de un bacín de barbero, no se curan de procuralle, como
se mostró bien en el que quiso rompelle, y le dejó en el suelo sin llevarle;
que á fe que si le conociera, que nunca él le dejara: guárdale, amigo, que por
ahora no le he menester “ (Capítulo XXV, 1ª parte).
Estando
en la venta Don Quijote y Sancho vuelven a encontrarse con el barbero de la
bacía, que los reconoce y exige se le devuelva ésta así como la albarda del
asno que se había quedado Sancho. Los presentes intervienen en la disputa
consiguiente, tratando de hacer ver al barbero que aquello no era bacía sino
yelmo: “
Entre otras cosas que el barbero decia en el discurso de la pendencia, vino á
decir: Señores, así esta albarda es mia como la muerte que debo á Dios, y así
la conozco como si la hubiera parido, y ahí está mi asno en el establo, que no
me dejará mentir; sino pruébensela, y si no le viniere pintiparada, yo quedaré
por infame; y hay más, que el mismo dia que ella se me quitó, me quitaron
tambien una bacía de azófar nueva, que no se habia estrenado, que era señora de
un escudo. Aquí no se pudo contener Don Quijote sin responder, y poniéndose
entre los dos y apartándoles, depositando la albarda en el suelo, que la
tuviese de manifiesto hasta que la verdad se aclarase, dijo: Porque vean
vuestras mercedes clara y manifiestamente el error en que está este buen
escudero, pues llama bacía á lo que fué, es y será yelmo de Mambrino, el cual
se le quité yo en buena guerra, y me hice señor dél con legítima y lícita
posesion: en lo del albarda no me entremeto, que lo que en ello sabré decir es
que mi escudero Sancho me pidió licencia para quitar los jaeces del caballo
deste vencido cobarde, y con ellos adornar el suyo; yo se la dí, y él los tomó;
y de haberse convertido de jaez en albarda, no sabré dar otra razon sino es la
ordinaria; que como esas transformaciones se ven en los sucesos de la
caballería: para confirmación de lo cual, corre, Sancho hijo, y saca aquí el
yelmo que este buen hombre dice ser bacía. Pardiez, señor, dijo Sancho, si no
tenemos otra prueba de nuestra intención que la que vuestra merced dice, tan
bacía es el yelmo de malino como el jaez deste buen hombre albarda. Haz lo que
te mando, replicó Don Quijote, que nó todas las cosas deste castillo han de ser
guiadas por encantamento. Sancho fué á do estaba la bacía y la trujo, y así
como Don Quijote la vió, la tomó en las manos y dijo: Miren vuestras mercedes
con qué cara podrá decir este escudero que esta es bacía, y nó el yelmo que yo
he dicho: y juro, por la órden de caballería que profeso, que este yelmo fué el
mismo que yo le quité, sin haber añadido en él ni quitado cosa alguna “(Capítulo XLIV, 1ª parte).
Calle Yelmo de Mambrino |
Entre
los que se encontraban en la venta estaba maese Nicolás, el barbero amigo de
Don Quijote:
“ Nuestro barbero, que á todo estaba presente, como tenia tan bien conocido el
humor de Don Quijote, quiso esforzar su desatino, y llevar adelante la burla
para que todos riesen, y dijo, hablando con el otro barbero: Señor barbero, ó
quien sois, sabed que yo tambien soy de vuestro oficio, y tengo más ha de
veinte años carta de exámen, y conozco muy bien de todos los instrumentos de la
barbería sin que le falte uno; y ni más ni ménos fuí un tiempo en mi mocedad
soldado, y sé tambien qué es yelmo, y qué es morrión y celada de encaje, y
otras cosas tocantes á la milicia, digo á los géneros de armas de los soldados;
y digo, salvo mejor parecer, remitiéndome siempre al mejor entendimiento, que
esta pieza que está aquí delante, y que este buen señor tiene en las manos, no
sólo no es bacía de barbero, pero está tan léjos de serlo, como está léjos lo
blanco de lo negro, y la verdad de la mentira: tambien digo que éste, aunque es
yelmo, no es yelmo entero “ . Como los demás
presentes, entre ellos el cura, insistieran en lo anterior, el barbero se
convence: “
¡ Válame Dios ! dijo á esta sazon el barbero burlado, ¿ que es posible que
tanta gente honrada diga que esta no es bacía sino yelmo ? cosa parece esta que puede poner en
admiración á toda una universidad, por discreta que sea. Basta; si es que esta
bacía es yelmo, tambien debe de ser esta albarda jaez de caballo, como este
señor ha dicho “ (Capítulo XLV, 1ª parte).
Al
cabo, los cuadrilleros de la Santa Hermandad que estaban en la venta y el cura
terciaron para resolver el conflicto planteado: “ Finalmente, ellos, como miembros de
justicia, mediaron la causa, y fueron árbitros della, de tal modo que ambas
partes quedaron, si nó del todo contentas, á lo ménos en algo satisfechas,
porque se trocaron las albardas, y nó las cinchas y jáquimas; y en lo que
tocaba á lo del yelmo de Mambrino, el cura á socapa, y sin que Don Quijote lo
entendiese, le dió por la bacía ocho reales, y el barbero le hizo una cédula
del recibo, y de no llamarse á engaño por entonces ni por siempre jamas amén “ (Capítulo XLVI, 1ª parte).
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