jueves, 9 de abril de 2015

CERVANTES Y EL QUIJOTE EN EL CALLEJERO DE CAMPO DE CRIPTANA (XXIII)

YELMO DE MAMBRINO

Mambrino era un personaje de una novela caballeresca italiana del siglo XV: un rey moro cuyo yelmo o casco hacía invulnerable a quien lo poseía. Desde el principio de la novela Don Quijote ya dispone de una celada; cuando decide hacerse caballero andante, “ lo primero que hizo fué limpiar unas armas que habian sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orin y llenas de moho, luengos siglos habia que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vió que tenian una gran falta, y era que no tenian celada de encaje, sino morrion simple; mas á esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que encajada con el morrión hacian una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte y podia estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que habia hecho en una semana: y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la habia hecho pedazos; y por asegurarse deste peligro, la tornó á hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera que él quedó satisfecho de su fortaleza; y sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje “ (Capítulo I, 1ª parte).

Cuando se enfrenta al vizcaíno, éste de un golpe con su espada “ le acertó en el hombro izquierdo (...) llevándole de camino gran parte de la celada con la mitad de la oreja, que todo ello con espantosa ruina vino al suelo “ (Capítulo IX, 1ª parte).

Don Quijote casi enloquece al comprobar el desaguisado de su celada: “ cuando Don Quijote llegó á ver rota su celada, pensó perder el juicio; y puesta la mano en la espada y alzando los ojos  al cielo, dijo: Yo hago juramento al Criador de todas las cosas, y á los santos cuatro evangelios, donde más largamente están escritos, de hacer la vida que hizo el grande marques de Mantua cuando juró de vengar la muerte de su sobrino Valdovinos, que fué de no comer pan á manteles, ni con su mujer folgar, y otras cosas, que aunque dellas no me acuerdo las doy aquí por expresadas, hasta tomar entera venganza del que tal desaguisado me fizo “. Sancho le convence para que no actúe así y Don Quijote rectifica: “ Has hablado y apuntado muy bien (...) y así anulo el juramento en cuanto lo que toca á tomar dél nueva venganza; pero hágole y confírmole de nuevo de hacer la vida que he dicho, hasta tanto que quite por fuerza otra celada tal y tan buena como esta á algun caballero; y no pienses, Sancho, que así á humo de pajas hago esto, que bien tengo á quien imitar en ello, que esto mesmo pasó al pié de la letra sobre el yelmo de Mambrino, que tan caro le costó á Sacripante “. Sancho no confía en esa posibilidad: “ si acaso en muchos dias no topamos hombre armado con celada, ¿ qué hemos de hacer ?  ¿ hase de cumplir el juramento, á despecho de tantos inconvenientes é incomodidades, como será el dormir vestido, y el no dormir en poblado, y otras mil penitencias que contenia el juramento de aquel loco viejo del marques de Mantua, que vuestra merced quiere revalidar ahora ? Mire vuestra merced bien que por todos estos caminos no andan hombres armados, sino arrieros y carreteros, que no solo no traen celadas, pero quizá no las han oido nombrar en todos los dias de su vida “ (Capítulo X, 1ª parte). Don Quijote, sin embargo, tiene la esperanza de que en dos horas como mucho lo encontrarán.

La ocasión se presentó cuando iban de camino tras el episodio del batán: “ De allí á poco descubrió Don Quijote un hombre á caballo, que traia en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro, y áun él apenas le hubo visto, cuando se volvió á Sancho y le dijo: Paréceme, Sancho, que no hay refran que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice: donde una puerta se cierra otra se abre: dígolo, porque si anoche nos cerró la ventura la puerta de la que buscábamos, engañándonos con los batanes, ahora nos abre de par en par otra para otra mejor y más cierta aventura, que si yo no acertare á entrar por ella, mia será la culpa, sin que la pueda dar á la poca noticia de batanes ni á la escuridad de la noche: digo eso, porque, si no me engaño, hácia nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice el juramento que sabes “. Sancho le asegura que está equivocado, pero Don Quijote sigue en sus trece: “ ¿ Cómo me puedo engañar en lo que digo, traidor escrupuloso ?  (...): dime, ¿ no ves aquel caballero que hácia nosotros viene sobre un caballo rucio rodado, que trae puesto en la cabeza un yelmo de   oro ? “. Insiste Sancho: “ Lo que yo veo y columbro (...) no es sino un hombre sobre un asno pardo como el mio, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra “. Don Quijote se reafirma: “ Pues ese es el yelmo de Mambrino (...): apártate á una parte, y déjame con él á solas, verás cuán sin hablar palabra, por ahorrar del tiempo, concluyo esta aventura, y queda por mio el yelmo que tanto he deseado “  (Capítulo XXI, 1ª parte).

Cervantes narra qué cosa era en realidad el “yelmo de Mambrino”: “ Es, pues, el caso, que el yelmo y el caballo y caballero que Don Quijote veía, era esto: que en aquel contorno habia dos lugares, el uno tan pequeño, que ni tenia botica ni barbero, y el otro que estaba junto á él sí, y así, el barbero del mayor servía al menor; en el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse, y otro de hacerse la barba, para lo cual venia el barbero, y traía una bacía de azófar; y quiso la suerte que al tiempo que venia comenzó á llover, y porque no se le manchase el sombrero, que debia de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza, y como estaba limpia, desde media legua relumbraba: venia sobre un asno pardo, como Sancho dijo, y esta fué  la ocasión que á Don Quijote le pareció caballo rucio rodado, y caballero y yelmo de oro: que todas las cosas que veia, con mucha facilidad las acomodaba á sus desvariadas caballerías y malandantes pensamientos “  (Capítulo XXI, 1ª parte).

Al ver Don Quijote cerca al hombre se dispone a embestirlo lanza en ristre. El barbero, al verlo venir hacia él, tras bajarse del asno, salió huyendo corriendo todo lo que podía y  “ dejóse la bacía en el suelo, con la cual se contentó Don Quijote, y dijo que el pagano habia andado discreto, y que habia imitado al castor, el cual, viéndose acosado de los cazadores, se taraza y corta con los dientes aquello por lo que él por distinto natural sabe que es perseguido “. Atendiendo al mandato de su amo, Sancho cogió la bacía y dijo: “ Por Dios que la bacía es buena, y que vale un real de á ocho como un maravedí “. Se la dio a Don Quijote, que “ se la puso luego en la cabeza, rodeándola á una parte y á otra, buscándole el encaje; y como no se le hallaba, dijo: Sin duda que el pagano á cuya medida se forjó primero esta famosa celada, debia de tener grandísima cabeza; y lo peor dello es que le falta la mitad “. Lógicamente, contemplando la escena, a Sancho le dio por reír. Don Quijote da una explicación al hallazgo e idea de qué le valdrá: “ ¿ Sabes qué imagino, Sancho ? que esta famosa pieza deste encantado yelmo, por algun extraño accidente, debió de venir á manos de quien no supo conocer ni estimar su valor, y sin saber lo que hacia, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la otra mitad para aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo esta que parece bacía de barbero, como tú dices; pero sea lo que fuere, que para mí que la conozco no hace al caso su trasmutacion, que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herrero, y de suerte que no le haga ventaja ni áun le llegue la que hizo y forjó el dios de las herrerías para el dios de las batallas; y en este entre tanto la traeré como pudiere, que más vale algo que no nada; cuanto más que bien será bastante para defenderme de alguna pedrada “  (Capítulo XXI, 1ª parte).

Hubo ocasión en que el “yelmo” corrió peligro. Cuando tras liberar Don Quijote a los galeotes, éstos se lían a pedradas con nuestra pareja, uno de ellos, el estudiante, le quitó la bacía al caballero y casi la destroza: “ No se pudo escudar tan bien Don Quijote que no le acertasen no sé cuántos guijarros en el cuerpo, con tanta fuerza, que dieron con él en el suelo; y apenas hubo caido, cuando fué  sobre él el estudiante, y le quitó la bacía de la cabeza, y dióle con ella tres ó cuatro golpes en las espaldas y otros tantos en la tierra, con que la hizo casi pedazos “  (Capítulo XXII, 1ª parte).

¿Bacía? ¿Yelmo? 
Vuelve a mencionarse el “yelmo” cuando don Quijote decide imitar a Amadís quedando en soledad en Sierra Morena para hacer penitencia: “ dime, Sancho, ¿ traes bien guardado el yelmo de Mambrino ? que ya ví que le alzaste del suelo cuando aquel desagradecido le quiso hacer pedazos, pero no pudo, donde se puede echar de ver la fineza de su temple“ . Sancho no puede más y replica: “ Vive Dios, señor caballero de la Triste Figura, que no puedo sufrir ni llevar en paciencia algunas cosas que vuestra merced dice, y que por ellas vengo á imaginar que todo cuanto me dice de caballerías, y de alcanzar reinos é imperios, de dar ínsulas, y de hacer otras mercedes y grandezas, como es uso de caballeros andantes, que todo debe de ser cosa de viento y mentira, y todo pastraña ó patraña, ó como lo llamáremos; porque quien oyere decir á vuestra merced que una bacía de barbero es el yelmo de Mambrino, y que no salga de este error en más de cuatro dias, ¿ qué ha de pensar sino que quien tal dice y afirma debe de tener güero el juicio ?  La bacía yo la llevo en el costal toda abollada, y llévola para aderezarla en mi casa, y hacerme la barba en ella, si Dios me diere tanta gracia que algun dia me vea con mi mujer e hijos “ . Don Quijote recurre a imaginados encantamientos para explicar lo que ocurre: “ Mira, Sancho, por el mismo que denantes juraste te juro (...) que tienes el más corto entendimiento que tiene ni tuvo escudero en el mundo: ¿ que es posible que en cuanto ha que andas conmigo no has echado de ver que todas las cosas de los caballeros andantes parecen quimeras, necedades y desatinos, y que son todas hechas al reves ? y nó porque sea ello ansí, sino porque andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores, que todas nuestras cosas mudan y truecan, y las vuelven según su gusto, y según tienen la gana de favorecernos ó destruirnos; y así, eso que á ti te parece bacía de barbero, me parece á mí  el yelmo de Mambrino; á causa que siendo él de tanta estima, todo el mundo me perseguiria por quitármele; pero como ven que no es más de un bacín de barbero, no se curan de procuralle, como se mostró bien en el que quiso rompelle, y le dejó en el suelo sin llevarle; que á fe que si le conociera, que nunca él le dejara: guárdale, amigo, que por ahora no le he menester “  (Capítulo XXV, 1ª parte).

Estando en la venta Don Quijote y Sancho vuelven a encontrarse con el barbero de la bacía, que los reconoce y exige se le devuelva ésta así como la albarda del asno que se había quedado Sancho. Los presentes intervienen en la disputa consiguiente, tratando de hacer ver al barbero que aquello no era bacía sino yelmo: “ Entre otras cosas que el barbero decia en el discurso de la pendencia, vino á decir: Señores, así esta albarda es mia como la muerte que debo á Dios, y así la conozco como si la hubiera parido, y ahí está mi asno en el establo, que no me dejará mentir; sino pruébensela, y si no le viniere pintiparada, yo quedaré por infame; y hay más, que el mismo dia que ella se me quitó, me quitaron tambien una bacía de azófar nueva, que no se habia estrenado, que era señora de un escudo. Aquí no se pudo contener Don Quijote sin responder, y poniéndose entre los dos y apartándoles, depositando la albarda en el suelo, que la tuviese de manifiesto hasta que la verdad se aclarase, dijo: Porque vean vuestras mercedes clara y manifiestamente el error en que está este buen escudero, pues llama bacía á lo que fué, es y será yelmo de Mambrino, el cual se le quité yo en buena guerra, y me hice señor dél con legítima y lícita posesion: en lo del albarda no me entremeto, que lo que en ello sabré decir es que mi escudero Sancho me pidió licencia para quitar los jaeces del caballo deste vencido cobarde, y con ellos adornar el suyo; yo se la dí, y él los tomó; y de haberse convertido de jaez en albarda, no sabré dar otra razon sino es la ordinaria; que como esas transformaciones se ven en los sucesos de la caballería: para confirmación de lo cual, corre, Sancho hijo, y saca aquí el yelmo que este buen hombre dice ser bacía. Pardiez, señor, dijo Sancho, si no tenemos otra prueba de nuestra intención que la que vuestra merced dice, tan bacía es el yelmo de malino como el jaez deste buen hombre albarda. Haz lo que te mando, replicó Don Quijote, que nó todas las cosas deste castillo han de ser guiadas por encantamento. Sancho fué á do estaba la bacía y la trujo, y así como Don Quijote la vió, la tomó en las manos y dijo: Miren vuestras mercedes con qué cara podrá decir este escudero que esta es bacía, y nó el yelmo que yo he dicho: y juro, por la órden de caballería que profeso, que este yelmo fué el mismo que yo le quité, sin haber añadido en él ni quitado cosa alguna “(Capítulo XLIV, 1ª parte).

Calle Yelmo de Mambrino
Entre los que se encontraban en la venta estaba maese Nicolás, el barbero amigo de Don Quijote: “ Nuestro barbero, que á todo estaba presente, como tenia tan bien conocido el humor de Don Quijote, quiso esforzar su desatino, y llevar adelante la burla para que todos riesen, y dijo, hablando con el otro barbero: Señor barbero, ó quien sois, sabed que yo tambien soy de vuestro oficio, y tengo más ha de veinte años carta de exámen, y conozco muy bien de todos los instrumentos de la barbería sin que le falte uno; y ni más ni ménos fuí un tiempo en mi mocedad soldado, y sé tambien qué es yelmo, y qué es morrión y celada de encaje, y otras cosas tocantes á la milicia, digo á los géneros de armas de los soldados; y digo, salvo mejor parecer, remitiéndome siempre al mejor entendimiento, que esta pieza que está aquí delante, y que este buen señor tiene en las manos, no sólo no es bacía de barbero, pero está tan léjos de serlo, como está léjos lo blanco de lo negro, y la verdad de la mentira: tambien digo que éste, aunque es yelmo, no es yelmo entero “ . Como los demás presentes, entre ellos el cura, insistieran en lo anterior, el barbero se convence: “ ¡ Válame Dios ! dijo á esta sazon el barbero burlado, ¿ que es posible que tanta gente honrada diga que esta no es bacía sino yelmo ?  cosa parece esta que puede poner en admiración á toda una universidad, por discreta que sea. Basta; si es que esta bacía es yelmo, tambien debe de ser esta albarda jaez de caballo, como este señor ha dicho “  (Capítulo XLV, 1ª parte).

Al cabo, los cuadrilleros de la Santa Hermandad que estaban en la venta y el cura terciaron para resolver el conflicto planteado: “ Finalmente, ellos, como miembros de justicia, mediaron la causa, y fueron árbitros della, de tal modo que ambas partes quedaron, si nó del todo contentas, á lo ménos en algo satisfechas, porque se trocaron las albardas, y nó las cinchas y jáquimas; y en lo que tocaba á lo del yelmo de Mambrino, el cura á socapa, y sin que Don Quijote lo entendiese, le dió por la bacía ocho reales, y el barbero le hizo una cédula del recibo, y de no llamarse á engaño por entonces ni por siempre jamas amén “  (Capítulo XLVI, 1ª parte).


             FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS

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