LA
VENTA
Tras la primera salida de Don Quijote,
cuenta Cervantes que “ anduvo todo aquel dia, y al
anochecer su rocin y él se hallaron cansados y muertos de hambre; (...)
mirando á todas partes, por ver si descubriria algun castillo ó alguna majada
de pastores donde recogerse, y adonde pudiese remediar su mucha hambre y
necesidad, vió, no léjos del camino por donde iba, una venta, que fué como si
viera una estrella que á los portales, si nó á los alcázares, de su redención
le encaminaba “ .
Junto a la puerta de la venta había “
dos mujeres mozas, destas que llaman del partido,
las cuales iban á Sevilla con unos arrieros que en la venta aquella noche
acertaron á hacer jornada “. Don Quijote imaginó que aquello era un castillo, “
con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente
levadiza y honda cava “. Las dos mozas “
le parecieron dos hermosas doncellas ó dos graciosas damas que delante de la
puerta del castillo se estaban solazando “.
Allí cenó Don Quijote, pero echó de
menos “ no verse armado caballero, por parecerle
que no se podria poner legítimamente en aventura alguna sin recebir la órden de
caballería “ (Capítulo II, 1ª parte).
Calle La Venta |
En la venta fue, pues, armado
caballero. Primero veló las armas por la noche en el patio, lo que ya dio lugar
a un grave incidente, pues habiendo dejado las armas Don Quijote sobre la pila
del pozo, dos arrieros que fueron a dar agua a sus recuas de mulas, las
apartaron, lo que motivó que el hidalgo los dejara malheridos, y entonces los “compañeros
de los heridos, que tales los vieron, comenzaron desde léjos á llover piedras
sobre Don Quijote, el cual lo mejor que podia se reparaba con su adarga, y no
se osaba apartar de la pila por no desamparar las armas. El ventero daba voces
que le dejasen, porque ya les habia dicho como era loco, y que por loco se
libraria, aunque los matase á todos.
Tambien Don
Quijote las daba mayores, llamándolos de alevosos y traidores, y que el señor
del castillo era un follon y mal nacido caballero, pues de tal manera consentia
que se tratasen los andantes caballeros; y que si él hubiera recebido la órden
de caballería, que él le diera á entender su alevosía: pero de vosotros, soez y
baja canalla, no hago caso alguno. Tirad, llegad, venid, y ofendedme en cuanto
pudiéredes, que vosotros vereis el pago que llevais de vuestra sandez y
demasía. Decia esto con tanto brío y denuedo, que infundió un terrible temor en
los que le acometian: y así por esto como por las persuasiones del ventero, le
dejaron de tirar y él dejó retirar á los heridos, y tornó á la vela de sus
armas con la misma quietud y sosiego que
primero “.
El ventero, al ver cómo se
desarrollaban los hechos, decidió acabar cuanto antes y “armarlo caballero”: “
trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba á los arrieros, y
con un cabo de vela que le traia un muchacho, y con las dos ya dichas
doncellas, se vino adonde Don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas,
y leyendo en su manual, como que decia alguna devota oración, en mitad de la
leyenda alzó la mano, y dióle sobre el cuello un buen golpe, y tras él con su
mesma espada un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes, como que
rezaba, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fué
menester poca para no reventar de risa á cada punto de las ceremonias; pero las
proezas que ya habian visto del novel caballero les tenian la risa á raya “ (Capítulo III, 1ª parte).
Una nueva venta aparece en la obra, en
el capítulo XV, después de la aventura con los yangüeses. En ella servía
Maritornes, “una moza asturiana, ancha de cara, llena de
cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta, y del otro no muy sana: verdad es que
la gallardía del cuerpo suplia las demas faltas: no tenia siete palmos de los
piés á la cabeza, y las espaldas, que algun tanto le cargaban, la hacian mirar
al suelo más de lo que ella quisiera “. En esta venta, que Don Quijote
también confunde con un castillo, fueron curados caballero y escudero de los
golpes recibidos en el encuentro con los yangüeses y allí también fueron
vapuleados como resultado de la confusión derivada de la cita que habían
concertado Maritornes y un arriero de Arévalo (Capítulo XVI, 1ª parte).
Allí es donde Don Quijote elabora el
bálsamo de Fierabrás, que habría de reponerles de todos los golpes sufridos por
uno y otro: “ levántate, Sancho, si puedes, y llama al
alcaide desta fortaleza, y procura que se me dé un poco de aceite, vino, sal y
romero para hacer el salutífero bálsamo (...). El ventero
le proveyó de cuanto quiso, y Sancho se lo llevó á Don Quijote (...)
él tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto, mezclándolos todos y
cociéndolos un buen espacio, hasta que le pareció que estaban en su punto.
Pidió luego alguna redoma para echallo, y como no la hubo en la venta, se
resolvió de ponello en una alcuza ó aceitera de hoja de lata, de quien el
ventero le hizo grata donación; y luego dijo sobre la alcuza más de ochenta
paternostres, y otras tantas avemarías, salves y credos, y á cada palabra
acompañaba una cruz, á modo de bendición “.
Caballero y escudero lo tomaron y a
ambos les sentó fatal. Primero bebió Don Quijote: “ apenas lo
acabó de beber, cuando comenzó á vomitar, de manera que no le quedó cosa en el
estómago; y con las ansias y agitación del vómito le dió un sudor copiosísimo “
, si
bien luego pareció arreglársele el cuerpo.
“ Sancho
Panza, que tambien tuvo á milagro la mejoría de su amo, le rogó que le diese á
él lo que quedaba en la olla, que no era poca cantidad. Concedióselo Don
Quijote, y él, tomándola á dos manos, con buena fe y mejor talante se la echó á
pechos, y envasó bien poco ménos que su amo. Es, pues, el caso, que el estómago
del pobre Sancho no debia de ser tan delicado como el de su amo; y así, primero
que vomitase, le dieron tantas ansias y bascas, con tantos trasudores y
desmayos, que él pensó bien y verdaderamente que era llegada su última hora; y
viéndose tan afligido y congojado, maldecia el bálsamo y al ladron que se lo
habia dado “.
Don Quijote le dice que eso es para
caballeros y no para gente como él: “ En esto
hizo su operación el brebaje, y comenzó el pobre escudero á desaguarse por
entrambas canales, con tanta priesa, que la estera de enea, sobre quien se
habia vuelto á echar, ni la manta de angeo con que se cubria, fueron más de
provecho: sudaba y trasudaba, con tales parasismos y accidentes, que no
solamente él, sino todos pensaron que se le acababa la vida: duróle esta
borrasca y mala andanza casi dos horas, al cabo de las cuales no quedó como su
amo, sino tan molido y quebrantado, que no se podia tener “.
Don Quijote decide salir de la venta
para deshacer entuertos por el mundo y entonces se produce otro episodio
curioso en relación con el pago de la deuda contraída en la venta. Como el
caballero dijera al ventero si tenía algún agravio que alguien le hubiera
hecho, éste dice: “ Señor caballero, yo no tengo necesidad de
que vuestra merced me vengue ningun agravio, porque yo sé tomar la venganza que
me parece cuando se me hacen: sólo he menester que vuestra merced me pague el
gasto que esta noche ha hecho en la venta, así de la paja y cebada de sus dos
bestias, como de la cena y camas “ .
Es entonces cuando Don Quijote cae en
la cuenta de que aquello no era castillo, sino venta, por lo que no debe pagar
nada: “ ¿ Luego venta es esta ? (...)
Engañado he vivido hasta aquí, respondió Don Quijote, que en verdad que pensé
que era castillo, y nó malo; pero pues es así que no es castillo sino venta, lo
que se podrá hacer por agora es que perdoneis por la paga, que yo no puedo
contravenir á la órden de los caballeros andantes, de los cuales sé cierto (sin
que hasta ahora haya leido cosa en contrario) que jamas pagaron posada ni otra
cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de fuero y de derecho
cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo
que padecen, buscando las aventuras de noche y de dia, en invierno y en verano,
á pié y á caballo, con sed y con hambre, con calor y con frio, sujetos á todas
las inclemencias del cielo y á todos los incomodos de la tierra “.
Y ante la insistencia del ventero en
querer cobrar, Don Quijote se marchó de la venta: “
Vos sois un sandio y mal hostelero, respondió Don Quijote; y poniendo piernas á
Rocinante, y terciando su lanzon, se salió de la venta, sin que nadie le
detuviese; y él, sin mirar si le seguia su escudero, se alongó un buen trecho “
.
Es entonces cuando se produce el manteo
de Sancho Panza tras negarse éste a pagar como buen escudero de un caballero
andante: “ Quiso la mala suerte del desdichado Sancho
que entre la gente que estaba en la venta se hallasen cuatro perailes de
Segovia, tres agujeros del Potro de Córdoba, y dos vecinos de la Heria de
Sevilla, gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona, los cuales,
casi como instigados y movidos de un mesmo espíritu, se llegaron á Sancho, y
apeándole del asno, uno dellos entró por la manta de la cama del huésped, y
echándole en ella, alzaron los ojos y vieron que el techo era algo más bajo de
lo que habian menester para su obra, y determinaron salirse al corral, que
tenia por límite el cielo; y allí, puesto Sancho en mitad de la manta,
comenzaron á levantarle en alto, y á holgarse con él, como con perro por
carnestolendas “. Sancho, bastante molido después del manteo, pudo salir de la venta,
pero el ventero se quedó con sus alforjas a cambio de lo que se le debía, de lo
cual Sancho no se dio cuenta tal como iba (Capítulo XVII, 1ª parte).
Esta segunda venta vuelve a salir en la
obra dos veces. Una de ellas cuando al dirigirse Sancho a El Toboso por mandato
de Don Quijote con una carta para Dulcinea, llega hasta ella. Tiene hambre pero
duda qué hacer: “ en saliendo al camino real se puso en
busca del del Toboso, y otro dia llegó á la venta donde le habia sucedido la
desgracia de la manta; y no la hubo bien visto, cuando le pareció que otra vez
andaba en los aires, y no quiso entrar dentro, aunque llegó á hora que lo
pudiera y debiera hacer, por ser la del comer, y llevar en deseo de gustar algo
caliente, que habia grandes dias que todo era fiambre. Esta necesidad le forzó
á que llegase junto á la venta todavía dudoso si entraria ó nó “
. Por
suerte para él, mientras se decidía, salieron de la venta el cura y el barbero,
que le sacó comida (Capítulo XXVI, 1ª parte ).
Cuando todos vuelven desde Sierra
Morena al pueblo de Don Quijote, de nuevo pasan por esa venta, en la que se
suceden una serie de hechos, empezando por la lectura que hace el cura de la
novela “El curioso impertinente”, lectura interrumpida hacia su final por las
voces de Sancho Panza: “ Acudid, señores, presto, y
socorred á mi señor, que anda envuelto en la más reñida y trabada batalla que
mis ojos han visto: vive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de
la señora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza cercen á cercen, como
si fuera un nabo “. Se oía a Don Quijote decir: “ tente,
ladron, malandrin, follon, que aquí te tengo y no te ha de valer tu cimitarra “. Sancho intervino para
indicar: “
No tienen que pararse á escuchar, sino entren á despartir la pelea, ó á ayudar
á mi amo; aunque ya no será menester, porque sin duda alguna el gigante está ya
muerto, y dando cuenta á Dios de su pasada y mala vida, que yo ví correr la
sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caida á un lado, que es tamaña como
un gran cuero de vino “.
En efecto, se trata de la aventura de
los pellejos de vino, confundidos por Don Quijote con un gigante. La reacción
del ventero es comprensible: “ Que me maten (...)
si Don Quijote ó don diablo no ha dado alguna cuchillada en alguno de los
cueros de vino tinto que á su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe
de ser lo que le parece sangre a este buen hombre “.
El aspecto que presentaba Don Quijote
era desternillante: “ Estaba en camisa, la cual no
era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás
tenia seis dedos ménos: las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y
no nada limpias: tenia en la cabeza un bonetillo colorado grasiento, que era
del ventero; en el brazo izquierdo tenia revuelta la manta de la cama con quien
tenia ojeriza Sancho, y él se sabia bien el porqué, y en la derecha
desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas á todas partes, diciendo
palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algun gigante: y es lo
bueno, que no tenia los ojos abiertos, porque estaba durmiendo, y soñando que
estaba en batalla con el gigante; que fué tan intensa la imaginación de la
aventura que iba á fenecer, que le hizo soñar que ya habia legado al reino de Micomicon,
y que ya estaba en la pelea con su enemigo; y habia dado tantas cuchilladas en
los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba
lleno de vino; lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo, que arremetió
con don Quijote, y á puño cerrado le comenzó á dar tantos golpes, que si
Cardenio y el cura no se le quitaran, él acabara la guerra del gigante: y con
todo aquello no despertaba el pobre caballero, hasta que el barbero trujo un
gran caldero de agua fria del pozo, y se le echó por todo el cuerpo de golpe,
con lo cual despertó Don Quijote, mas nó con tanto acuerdo que echase de ver de
la manera que estaba “ (Capítulo XXXV, 1ª
parte). Todos reían menos, como es natural, el ventero y la ventera, que
querían cobrar el importe de los desperfectos causados. Una vez vuelto a dormir
Don Quijote, su amigo el cura fue el encargado de aquietar los ánimos de éstos
y prometió reparar los gastos.
Hasta el Capítulo XLVII no se produce
la salida de la venta, por lo que transcurre el tiempo necesario para que
tengan lugar una buena serie de hechos. Uno es el encuentro y reconciliación
entre Dorotea y Don Fernando, así como el volver a estar juntos Cardenio y
Luscinda. Se cuenta también la historia de la mora que se va a bautizar, Lela Zoraida.
Don Quijote lanza su discurso de las armas y las letras. Se relata la historia
del mozo de mulas, en realidad disfraz adoptado por un caballero enamorado de
una de las damas que había llegado a la venta y a la que iba siguiendo. Allí se
produce la burla a don Quijote protagonizada por la hija del ventero y
Maritornes. Hasta la venta llega el barbero a quien Don Quijote había
arrebatado su bacía asegurando que era el Yelmo de Mambrino.
A ella llegan también unos cuadrilleros
de la Santa Hermandad que, entre los encargos de detención de delincuentes que
llevaban, tenían el de apresar a Don Quijote por haber liberado a los galeotes.
Ante tal situación Don Quijote no se arredró: “ Venid acá,
gente soez y mal nacida, ¿ saltear de caminos llamais al dar libertad á los
encadenados, soltar los presos, acorrer á los miserables, alzar los caidos,
remediar los menesterosos ? ¡ Ah gente
infame. digna por vuestro bajo y vil entendimiento que el cielo no os comunique
el valor que se encierra en la caballería andante, ni os dé á entender el
pecado é ignorancia en que estais, en no reverenciar la sombra, cuanto más la
asistencia de cualquier caballero andante ! Venid acá, ladrones en cuadrilla,
que nó cuadrilleros, salteadores de caminos con licencia de la Santa Hermandad,
decidme ¿ quién fué el ignorante que firmó mandamiento de prision contra un tal
caballero como yo soy ? ¿ quién fué el
que ignoró que son exentos de todo judicial fuero los caballeros andantes, y
que su ley es su espada, sus fueros sus bríos, sus premáticas su voluntad
? ¿ quién fué el mentecato, vuelvo á
decir, que no sabe que no hay ejecutoria de hidalgo con tantas preeminencias ni
exenciones como la que adquiere un caballero andante el dia que se arma caballero
y se entrega al duro ejercicio de la caballería
? ¿ Qué caballero andante pagó pecho,
alcabala, chapin de la reina, moneda forera, portazgo ni barca ? ¿ qué sastre le llevó hechura de vestido que
le hiciese ? ¿ qué castellano le acogió
en su castillo que le hiciese pagar el escote ?
¿ qué rey no le asentó á su mesa ?
¿ qué doncella no se le aficionó y se le entregó rendida á todo su
talante y voluntad ? Y finalmente ¿ qué
caballero andante ha habido, hay ni habrá en el mundo que no tenga bríos para
dar él solo cuatrocientos palos á cuatrocientos cuadrilleros que se le pongan delante
? “ (Capítulo
XLV, 1ª parte). La aventura no acabó mal
gracias a que los cuadrilleros terminaron por convencerse de la verdad de las
locuras de Don Quijote.
En el capítulo XLVI urden el cura y
demás personas y caballeros que hay en la venta un plan para hacer volver a Don
Quijote a su pueblo: meterlo en una jaula hecha de palos y trasladarlo así
sobre una carreta de bueyes, haciéndole creer que todo es producto de
encantamiento. Previamente a la salida de la venta, las disputas pendientes
quedan solucionadas: la del barbero de la bacía con Sancho por el aparejo del
asno, que concluye con el intercambio de las albardas, y la del “Yelmo de
Mambrino”; y lo que debe Don Quijote al ventero es pagado por uno de los
caballeros, Don Fernando. La comitiva acompañante de don Quijote estaba formada
por unos cuadrilleros de la Santa Hermandad, Sancho Panza, el cura y el
barbero.
En el Capítulo XXIV de la segunda parte
aparece una tercera venta, situada cerca de una ermita, después de haber estado
Don Quijote en la cueva de Montesinos. Al final de dicho capítulo Sancho se
muestra satisfecho por el hecho de que Don Quijote “
la juzgó por verdadera venta, y nó por castillo, como solia “.
En el Capítulo XXV se presenta en la
venta Maese Pedro con su retablo. Maese Pedro era un titiritero que iba de un
lado para otro con un retablo de marionetas en el que contaba la historia de
Melisendra y Gaiferos, y que tenía un mono que adivinaba las respuestas, mejor
casi todas, a las preguntas que la gente le hacía; dos reales cobraba por cada
respuesta: el amo respondía por el mono, que supuestamente susurraba al oído de
su amo la contestación. El titiritero era en realidad, según se refiere en el
Capítulo XXVII, Ginés de Pasamonte, que se hacía pasar por otra persona para no
verse obligado a rendir cuentas ante la justicia.
En el Capítulo XXVI Don Quijote y
Sancho abandonan la venta, después de haber ocurrido el desaguisado, que pagó
religiosamente, causado por don Quijote en el teatrillo o retablo de marionetas
al confundir la aventura narrada por los titiriteros con la realidad. Dicha
aventura era el rescate de manos sarracenas de Melisendra por su marido
Gaiferos, y la persecución iniciada por los moros zaragozanos sobre ellos. Don
Quijote cree ayudarles atacando las figuras de los moros, lo que produce la
destrucción del retablo.
En el capítulo LIX nos encontramos con
una nueva venta, la cuarta. A ella llegan Don Quijote y Sancho cuando, después
de haber abandonado el palacio de los duques, van hacia Zaragoza. En ella se
encuentran con dos caballeros que tienen la apócrifa segunda parte de El
Quijote. Abandonan la venta al final de este capítulo, pero antes Don Quijote
decide no pasar por Zaragoza para demostrar que el autor apócrifo mentía, y por
sugerencia de uno de los caballeros decide ir hacia Barcelona, donde también se
celebrarán unas justas caballerescas.
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