viernes, 17 de abril de 2015

CERVANTES Y EL QUIJOTE EN EL CALLEJERO DE CAMPO DE CRIPTANA (XXVII)

DOROTEA

El encuentro con Cardenio
(G. Doré)
En el capítulo XXVII de la primera parte el cura y el barbero, llegados a Sierra Morena – por delante habían enviado a Sancho Panza -, se habían encontrado con Cardenio cuando iban disfrazados con el fin de encontrar a Don Quijote y hacerlo volver a su aldea.

En el capítulo siguiente oyen una voz que suponen ser de una joven que estuviera lavándose los pies en un arroyo: “  ¡ Ay Dios !  ¿ si será posible que he ya hallado lugar que pueda servir de escondida sepultura á la carga pesada deste cuerpo que tan contra mi voluntad sostengo ?  Sí será, si la soledad que prometen estas tierras no me miente. ¡ Ay   desdichada !  ¡ y cuán más agradable compañía harán estos riscos y malezas á mi intención, pues me darán lugar para que con quejas comunique mi desgracia al cielo, que nó la de ningun hombre humano, pues no hay ninguno en la tierra de quien se pueda esperar consejo en las dudas, alivio en las quejas, ni remedio en los males !  “.  

Dorotea se lava los pies
(G. Doré) 
En realidad, era la voz de Dorotea, que, tal como vieron, iba disfrazada de mozo labrador:   “ El mozo se quitó la montera, y sacudiendo la cabeza á una y á otra parte, se comenzaron á descoger y desparcir unos cabellos que pudieran los del sol tenerles envidia: con esto conocieron que el que parecia labrador era mujer, y delicada, y áun la más hermosa que hasta entonces los ojos de los dos habian visto, y áun los de Cardenio, si no hubieran mirado y conocido á Luscinda, que después afirmó que sola la belleza de Luscinda podia contender con aquella. Los luengos y rubios cabellos no sólo le cubrieron las espaldas, mas toda en torno la escondieron debajo de ellos, que si no eran los piés, ninguna otra cosa de su cuerpo se parecia: tales y tantos eran. En esto les sirvió de pèine unas manos, que si los piés en el agua habian parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban pedazos de apretada nieve “.

Después de haberse visto todos, Dorotea les cuenta su vida. Su padre, Clenardo, vasallo de un duque andaluz Grande de España, era muy rico. El duque tenía dos hijos, de los cuales era la fuente de los males de Dorotea el menor, precisamente  Fernando, el que, a pesar de haberle dado palabra de ser su marido, había logrado casarse con Luscinda, la amada de Cardenio y causa del infortunio de éste: “ me comenzaron á hacer fuerza y á inclinarme á lo que fué, sin yo pensarlo, mi perdicion, los juramentos de don Fernando, los testigos que ponia, las lágrimas que derramaba, y finalmente su disposición y gentileza, que acompañada con tantas muestras de verdadero amor, pudieran rendir á otro tan libre y recatado corazon como el mio. Llamé a mi criada, para que en la tierra acompañase á los testigos del cielo: tornó don Fernando á reiterar y confirmar sus juramentos; añadió á los primeros nuevos santos por testigos; echóse mil futuras maldiciones, si no cumpliese lo que me prometia; volvió á humedecer sus ojos y á acrecentar sus suspiros; apretóme más entre sus brazos, de los cuales jamas me habia dejado; y con esto, y con volverse á salir del aposento mi doncella, yo dejé de serlo, y él acabó de ser traidor y fementido (...). Díjele al partir á Don Fernando que por el mesmo camino de aquella podia verme otras noches, pues ya era suya,  hasta que cuando él quisiese aquel hecho se publicase; pero no vino otra alguna, sino fué la siguiente “.
D. Fernando jura casarse con Dorotea
(G. Doré)

En efecto, el hijo menor del duque faltó a sus promesas y pocos días después se corrió la noticia de que Don Fernando  se había casado con una doncella muy hermosa llamada Luscinda. Por este motivo Dorotea decidió vestirse de zagal y escapar a la montaña, si bien antes había ido en busca de Don Fernando y se había enterado de los problemas de él con Luscinda y de que se había pregonado que se recompensaría a quien lo hallare.

A la montaña le acompañó un criado, que quiso abusar por la fuerza de ella al ver que no correspondía a los amores que él le declaraba, razón por la que lo tiró por un derrumbadero  y no sabía si había muerto o no. Meses llevaba ya por aquellos lugares y había estado como zagal al servicio de un ganadero, que descubrió que era mujer y quiso hacer lo que el criado, por lo que Dorotea hubo de salir huyendo: “ y como no siempre la fortuna con los trabajos da los remedios, no hallé derrumbadero ni barranco de donde despeñar y despenar al amo como le hallé para el criado; y así tuve por menor inconveniente dejalle y esconderme de nuevo entre estas asperezas, que probar con él mis fuerzas ó mis disculpas. Digo, pues, que me torné á emboscar, y á buscar donde sin impedimento alguno pudiese, con suspiros y lágrimas, rogar al cielo se duela de mi desventura, y me dé industria y favor para salir della, ó para dejar la vida entre estas soledades, sin que quede memoria desta triste, que tan sin culpa suya habrá dado materia para que de ella se hable y murmure en la suya y en las ajenas tierras “  (Capítulo XXVIII, 1ª parte).

Dorotea da con su criado bellaco por
un derrumbadero
(G. Doré)

Después Dorotea pide que le aconsejen dónde puede seguir su vida sin que la encuentren los que la buscan. Se produce entonces el reconocimiento entre Dorotea y Cardenio: “  ¿ tú eres la hermosa Dorotea, la hija única del rico Clenardo ? Admirada quedó Dorotea cuando oyó el nombre de su padre, y de ver cuán de poco era el que le nombraba  [con anterioridad en la obra había quedado reflejado el mal aspecto exterior de Cardenio] , y así le dijo:  ¿ Y quién sois vos, hermano, que así sabeis el nombre de mi padre ?  porque yo hasta ahora, si mal no me acuerdo, en todo el discurso del cuento  de mi desdicha no lo he nombrado. Soy, respondió Cardenio, aquel sin ventura que, según vos, señora, habeis dicho, Luscinda dijo que era su esposa: soy el desdichado Cardenio, á quien el mal término de aquel que á vos os ha puesto en el que estais, me ha traido á que me veais cual me veis, roto, desnudo, falto de todo humano consuelo, y lo que es peor de todo, falto de juicio, pues no le tengo sino cuando al cielo se le antoja dármele por algun breve espacio “ (Capítulo XXIX, 1ª parte).

Entonces Dorotea y Cardenio se ponen de acuerdo para volver cada uno con su pareja. Dorotea se ofrece a hacer de doncella menesterosa en lugar del barbero para hacer volver a Don Quijote a su aldea. El cura dice que se hará llamar la princesa Micomicona y que dirá a Don Quijote que va en su busca para que deshaga un agravio que le ha inferido un mal gigante. Todos hacen creer a Don Quijote que se dirigen al reino de Micomicón, lo que forzosamente les hará pasar por su aldea. Después Dorotea cuenta a todos su inventada historia como princesa Micomicona. Su padre era el rey Tinacrio el Sabidor y su madre la reina Jaramilla. Según había pronosticado su padre, el gigante Pandofilando de la Fosca Vista quería apoderarse del reino casándose con ella cuando fuese huérfana. Y su padre era el que a ella le había indicado que en España encontraría un caballero andante que la libraría del gigante (Capítulos XXIX y XXX, 1ª parte).

Solución del conflicto amoroso en la venta
(G. Doré)
Estando todos en la venta, allí llegaron varios caballeros cubiertos con antifaz (uno de ellos era don Fernando) y una dama con el rostro cubierto, que resultó ser Luscinda, la amada de Cardenio. Se produce un final feliz del problema planteado entre las dos parejas. La discreta Dorotea tuvo en ello una intervención decisiva ante Don Fernando: 
“ Si ya no es, señor mio, que los rayos deste sol que en tus brazos eclipsado tienes te quitan y ofuscan los de tus ojos, ya habrás echado de ver que la que á tus piés está arrodillada es la sin ventura, hasta que tú quieras, y la desdichada Dorotea. Yo soy aquella labradora humilde, á quien tú, por tu bondad ó por tu gusto, quisiste levantar á la alteza de poder llamarse tuya: soy la que, encerrada en los límites de la honestidad, vivió vida contenta hasta que á las voces de tus importunidades, y al parecer justos y amorosos sentimientos, abrió las puertas de su recato y te entregó las llaves de su libertad: dádiva de tí tan mal agradecida, cual lo muestra bien claro haber sido forzoso hallarme en el lugar donde me hallas, y verte yo á tí de la manera que te veo. Pero con todo esto, no querria que cayese en tu imaginación pensar que he venido aquí con pasos de mi deshonra, habiéndome traido sólo los del dolor y sentimiento de verme de tí olvidada. Tú quisiste que yo fuese tuya, y quisístelo de manera, que aunque ahora quieras que no lo sea, no será posible que tú dejes de ser mio. Mira, señor mio, que puede ser recompensa á la hermosura y nobleza por quien me dejas la incomparable voluntad que te tengo; tú no puedes ser de la hermosa Luscinda, porque eres mio, ni ella puede ser tuya, porque es de Cardenio; y más fácil te será, si en ello miras, reducir tu voluntad á querer á quien te adora, que nó encaminar la que te aborrece á que bien te quiera. Tú solicitaste mi descuido, tú rogaste á mi entereza, tú no ignoraste mi calidad, tú sabes bien de la manera que me entregué a toda tu voluntad; no te queda lugar ni acogida de llamarte á engaño; y si esto es así, como lo es, y tú eres tan cristiano como caballero,  ¿ por qué por tantos rodeos dilatas de hacerme venturosa en los fines, como me heciste en los principios ?  Y si no me quieres por la que soy, que soy tu verdadera y legítima esposa, quiéreme á lo ménos y admíteme por tu esclava; que como yo esté en tu poder, me tendré por dichosa y bien afortunada. No permitas, con dejarme y desampararme, que se hagan y junten corrillos en mi deshonra: no dés tan mala vejez á mis padres, pues no lo merecen los leales servicios que como buenos vasallos á los tuyos siempre han hecho; y si te parece que has de aniquilar tu sangre por mezclarla con la mia, considera que pocas ó ninguna nobleza hay en el mundo que no haya corrido por este camino, y que la que se toma de las mujeres no es la que hace al caso en las ilustres descendencias: cuanto más, que la verdadera nobleza consiste en la virtud, y si esta á tí te falta, negándome lo que tan justamente me debes, yo quedaré con más ventajas de noble que las que tú tienes. En fin, señor, lo que últimamente te digo es, que, quieras ó no quieras, yo soy tu esposa; testigos son tus palabras, que no han ni deben ser mentirosas, si ya es que te precias de aquello porque me desprecias: testigo será la firma que hiciste, y testigo el cielo á quien tú llamaste por testigo de lo que me prometias; y cuando todo esto falte, tu misma conciencia no ha de faltar de dar voces, callando, en mitad de tus alegrías, volviendo por esta verdad que te he dicho, y turbando tus mejores gustos y contentos “.

Calle Dorotea
El corazón de don Fernando se ablandó: 
“ Levantaos, señora mia, que no es justo que esté arrodillada á mis piés la que yo tengo en mi alma; y si hasta aquí no he dado muestras de lo que digo, quizá ha sido por órden del cielo, para que viendo yo en vos la fe con que me amais, os sepa estimar en lo que mereceis: lo que os ruego es que no me reprendais mi mal término y mi mucho descuido, pues la misma ocasión y fuerza que me movió para acetaros por mia, esa misma me impelió para procurar no ser vuestro: y que esto sea verdad, volved y mirad los ojos de la ya contenta Luscinda, y en ellos hallareis disculpa de todos mis yerros; y pues ella halló y alcanzó lo que deseaba, y yo he hallado en vos lo que me cumple,  viva ella contenta y segura luengos y felices años con su Cardenio, que yo de rodillas rogaré al cielo que me los deje vivir con mi Dorotea; y diciendo esto, la tornó á abrazar y á juntar su rostro con el suyo, con tan tierno sentimiento, que le fué necesario tener gran cuenta con que las lágrimas no acabasen de dar indubitables señas de su amor y arrepentimiento “  (Capítulo XXXVI, 1ª parte).     
 
                                  FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS


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