DOROTEA
El encuentro con Cardenio (G. Doré) |
En
el capítulo XXVII de la primera parte el cura y el barbero, llegados a Sierra
Morena – por delante habían enviado a Sancho Panza -, se habían encontrado con
Cardenio cuando iban disfrazados con el fin de encontrar a Don Quijote y
hacerlo volver a su aldea.
En
el capítulo siguiente oyen una voz que suponen ser de una joven que estuviera
lavándose los pies en un arroyo: “ ¡ Ay Dios
! ¿ si será posible que he ya hallado
lugar que pueda servir de escondida sepultura á la carga pesada deste cuerpo
que tan contra mi voluntad sostengo ? Sí
será, si la soledad que prometen estas tierras no me miente. ¡ Ay desdichada !
¡ y cuán más agradable compañía harán estos riscos y malezas á mi
intención, pues me darán lugar para que con quejas comunique mi desgracia al
cielo, que nó la de ningun hombre humano, pues no hay ninguno en la tierra de
quien se pueda esperar consejo en las dudas, alivio en las quejas, ni remedio
en los males ! “.
Dorotea se lava los pies (G. Doré) |
En
realidad, era la voz de Dorotea, que, tal como vieron, iba disfrazada de mozo
labrador: “ El mozo se quitó la montera, y
sacudiendo la cabeza á una y á otra parte, se comenzaron á descoger y desparcir
unos cabellos que pudieran los del sol tenerles envidia: con esto conocieron
que el que parecia labrador era mujer, y delicada, y áun la más hermosa que
hasta entonces los ojos de los dos habian visto, y áun los de Cardenio, si no
hubieran mirado y conocido á Luscinda, que después afirmó que sola la belleza
de Luscinda podia contender con aquella. Los luengos y rubios cabellos no sólo
le cubrieron las espaldas, mas toda en torno la escondieron debajo de ellos,
que si no eran los piés, ninguna otra cosa de su cuerpo se parecia: tales y
tantos eran. En esto les sirvió de pèine unas manos, que si los piés en el agua
habian parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban pedazos
de apretada nieve “.
Después
de haberse visto todos, Dorotea les cuenta su vida. Su padre, Clenardo, vasallo
de un duque andaluz Grande de España, era muy rico. El duque tenía dos hijos,
de los cuales era la fuente de los males de Dorotea el menor, precisamente Fernando, el que, a pesar de
haberle dado palabra de ser su marido, había logrado casarse con Luscinda, la
amada de Cardenio y causa del infortunio de éste: “ me comenzaron á hacer fuerza y
á inclinarme á lo que fué, sin yo pensarlo, mi perdicion, los juramentos de don
Fernando, los testigos que ponia, las lágrimas que derramaba, y finalmente su
disposición y gentileza, que acompañada con tantas muestras de verdadero amor,
pudieran rendir á otro tan libre y recatado corazon como el mio. Llamé a mi
criada, para que en la tierra acompañase á los testigos del cielo: tornó don
Fernando á reiterar y confirmar sus juramentos; añadió á los primeros nuevos
santos por testigos; echóse mil futuras maldiciones, si no cumpliese lo que me
prometia; volvió á humedecer sus ojos y á acrecentar sus suspiros; apretóme más
entre sus brazos, de los cuales jamas me habia dejado; y con esto, y con
volverse á salir del aposento mi doncella, yo dejé de serlo, y él acabó de ser
traidor y fementido (...). Díjele al partir á Don Fernando
que por el mesmo camino de aquella podia verme otras noches, pues ya era
suya, hasta que cuando él quisiese aquel
hecho se publicase; pero no vino otra alguna, sino fué la siguiente “.
D. Fernando jura casarse con Dorotea (G. Doré) |
En
efecto, el hijo menor del duque faltó a sus promesas y pocos días después se
corrió la noticia de que Don Fernando se
había casado con una doncella muy hermosa llamada Luscinda. Por este motivo
Dorotea decidió vestirse de zagal y escapar a la montaña, si bien antes había
ido en busca de Don Fernando y se había enterado de los problemas de él con
Luscinda y de que se había pregonado que se recompensaría a quien lo hallare.
A
la montaña le acompañó un criado, que quiso abusar por la fuerza de ella al ver
que no correspondía a los amores que él le declaraba, razón por la que lo tiró
por un derrumbadero y no sabía si había
muerto o no. Meses llevaba ya por aquellos lugares y había estado como zagal al
servicio de un ganadero, que descubrió que era mujer y quiso hacer lo que el
criado, por lo que Dorotea hubo de salir huyendo: “ y como no siempre la fortuna
con los trabajos da los remedios, no hallé derrumbadero ni barranco de donde
despeñar y despenar al amo como le hallé para el criado; y así tuve por menor
inconveniente dejalle y esconderme de nuevo entre estas asperezas, que probar
con él mis fuerzas ó mis disculpas. Digo, pues, que me torné á emboscar, y á
buscar donde sin impedimento alguno pudiese, con suspiros y lágrimas, rogar al
cielo se duela de mi desventura, y me dé industria y favor para salir della, ó
para dejar la vida entre estas soledades, sin que quede memoria desta triste,
que tan sin culpa suya habrá dado materia para que de ella se hable y murmure
en la suya y en las ajenas tierras “ (Capítulo XXVIII, 1ª parte).
Dorotea da con su criado bellaco por un derrumbadero (G. Doré) |
Después
Dorotea pide que le aconsejen dónde puede seguir su vida sin que la encuentren
los que la buscan. Se produce entonces el reconocimiento entre Dorotea y
Cardenio: “ ¿ tú eres la hermosa Dorotea, la hija única
del rico Clenardo ? Admirada quedó Dorotea cuando oyó el nombre de su padre, y
de ver cuán de poco era el que le nombraba [con anterioridad en la obra había quedado
reflejado el mal aspecto exterior de Cardenio] , y así le dijo: ¿ Y quién sois vos, hermano, que así sabeis
el nombre de mi padre ? porque yo hasta
ahora, si mal no me acuerdo, en todo el discurso del cuento de mi desdicha no lo he nombrado. Soy,
respondió Cardenio, aquel sin ventura que, según vos, señora, habeis dicho,
Luscinda dijo que era su esposa: soy el desdichado Cardenio, á quien el mal
término de aquel que á vos os ha puesto en el que estais, me ha traido á que me
veais cual me veis, roto, desnudo, falto de todo humano consuelo, y lo que es
peor de todo, falto de juicio, pues no le tengo sino cuando al cielo se le
antoja dármele por algun breve espacio “ (Capítulo XXIX, 1ª parte).
Entonces
Dorotea y Cardenio se ponen de acuerdo para volver cada uno con su pareja.
Dorotea se ofrece a hacer de doncella menesterosa en lugar del barbero para
hacer volver a Don Quijote a su aldea. El cura dice que se hará llamar la
princesa Micomicona y que dirá a Don Quijote que va en su busca para que
deshaga un agravio que le ha inferido un mal gigante. Todos hacen creer a Don
Quijote que se dirigen al reino de Micomicón, lo que forzosamente les hará
pasar por su aldea. Después Dorotea cuenta a todos su inventada historia como
princesa Micomicona. Su padre era el rey Tinacrio el Sabidor y su madre la
reina Jaramilla. Según había pronosticado su padre, el gigante Pandofilando de
la Fosca Vista quería apoderarse del reino casándose con ella cuando fuese
huérfana. Y su padre era el que a ella le había indicado que en España
encontraría un caballero andante que la libraría del gigante (Capítulos XXIX y
XXX, 1ª parte).
Solución del conflicto amoroso en la venta (G. Doré) |
Estando
todos en la venta, allí llegaron varios caballeros cubiertos con antifaz (uno
de ellos era don Fernando) y una dama con el rostro cubierto, que resultó ser
Luscinda, la amada de Cardenio. Se produce un final feliz del problema
planteado entre las dos parejas. La discreta Dorotea tuvo en ello una
intervención decisiva ante Don Fernando:
“ Si ya no es, señor mio, que los rayos deste sol
que en tus brazos eclipsado tienes te quitan y ofuscan los de tus ojos, ya
habrás echado de ver que la que á tus piés está arrodillada es la sin ventura,
hasta que tú quieras, y la desdichada Dorotea. Yo soy aquella labradora
humilde, á quien tú, por tu bondad ó por tu gusto, quisiste levantar á la
alteza de poder llamarse tuya: soy la que, encerrada en los límites de la
honestidad, vivió vida contenta hasta que á las voces de tus importunidades, y
al parecer justos y amorosos sentimientos, abrió las puertas de su recato y te
entregó las llaves de su libertad: dádiva de tí tan mal agradecida, cual lo
muestra bien claro haber sido forzoso hallarme en el lugar donde me hallas, y
verte yo á tí de la manera que te veo. Pero con todo esto, no querria que
cayese en tu imaginación pensar que he venido aquí con pasos de mi deshonra,
habiéndome traido sólo los del dolor y sentimiento de verme de tí olvidada. Tú
quisiste que yo fuese tuya, y quisístelo de manera, que aunque ahora quieras
que no lo sea, no será posible que tú dejes de ser mio. Mira, señor mio, que
puede ser recompensa á la hermosura y nobleza por quien me dejas la
incomparable voluntad que te tengo; tú no puedes ser de la hermosa Luscinda,
porque eres mio, ni ella puede ser tuya, porque es de Cardenio; y más fácil te
será, si en ello miras, reducir tu voluntad á querer á quien te adora, que nó
encaminar la que te aborrece á que bien te quiera. Tú solicitaste mi descuido,
tú rogaste á mi entereza, tú no ignoraste mi calidad, tú sabes bien de la
manera que me entregué a toda tu voluntad; no te queda lugar ni acogida de
llamarte á engaño; y si esto es así, como lo es, y tú eres tan cristiano como
caballero, ¿ por qué por tantos
rodeos dilatas de hacerme venturosa en los fines, como me heciste en los
principios ? Y si no me quieres por la
que soy, que soy tu verdadera y legítima esposa, quiéreme á lo ménos y admíteme
por tu esclava; que como yo esté en tu poder, me tendré por dichosa y bien
afortunada. No permitas, con dejarme y desampararme, que se hagan y junten
corrillos en mi deshonra: no dés tan mala vejez á mis padres, pues no lo merecen
los leales servicios que como buenos vasallos á los tuyos siempre han hecho; y
si te parece que has de aniquilar tu sangre por mezclarla con la mia, considera
que pocas ó ninguna nobleza hay en el mundo que no haya corrido por este
camino, y que la que se toma de las mujeres no es la que hace al caso en las
ilustres descendencias: cuanto más, que la verdadera nobleza consiste en la
virtud, y si esta á tí te falta, negándome lo que tan justamente me debes, yo
quedaré con más ventajas de noble que las que tú tienes. En fin, señor, lo que
últimamente te digo es, que, quieras ó no quieras, yo soy tu esposa; testigos
son tus palabras, que no han ni deben ser mentirosas, si ya es que te precias
de aquello porque me desprecias: testigo será la firma que hiciste, y testigo
el cielo á quien tú llamaste por testigo de lo que me prometias; y cuando todo
esto falte, tu misma conciencia no ha de faltar de dar voces, callando, en
mitad de tus alegrías, volviendo por esta verdad que te he dicho, y turbando
tus mejores gustos y contentos “.
Calle Dorotea |
El
corazón de don Fernando se ablandó:
“ Levantaos, señora mia, que no es justo que esté
arrodillada á mis piés la que yo tengo en mi alma; y si hasta aquí no he dado
muestras de lo que digo, quizá ha sido por órden del cielo, para que viendo yo
en vos la fe con que me amais, os sepa estimar en lo que mereceis: lo que os
ruego es que no me reprendais mi mal término y mi mucho descuido, pues la misma
ocasión y fuerza que me movió para acetaros por mia, esa misma me impelió para
procurar no ser vuestro: y que esto sea verdad, volved y mirad los ojos de la
ya contenta Luscinda, y en ellos hallareis disculpa de todos mis yerros; y pues
ella halló y alcanzó lo que deseaba, y yo he hallado en vos lo que me cumple, viva ella contenta y segura luengos y felices
años con su Cardenio, que yo de rodillas rogaré al cielo que me los deje vivir
con mi Dorotea; y diciendo esto, la tornó á abrazar y á juntar su rostro con el
suyo, con tan tierno sentimiento, que le fué necesario tener gran cuenta con que
las lágrimas no acabasen de dar indubitables señas de su amor y arrepentimiento
“ (Capítulo XXXVI, 1ª parte).
FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS
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