PASTORA MARCELA
En
el encuentro con los cabreros, uno de ellos, Pedro, va contando a Don Quijote
quién era Marcela. Su madre había muerto al darle la vida. Su padre era
Guillermo “el Rico”. Una vez muertos sus progenitores, había quedado al cuidado
de un sacerdote tío suyo.
Marcela
era muy guapa y muchos jóvenes se habían enamorado de ella y la habían pedido
en matrimonio a su tío, pero ella decía que por entonces no quería casarse. Un
buen día decidió irse al campo, vestida de pastor, con zagalas del lugar para
cuidar su propio ganado. Por ello, muchos se habían echado al campo como
pastores, pero ella había mantenido su honestidad pese a la vida que había
escogido. Los que andaban enamorados de ella se desesperaban y andaban
lamentándose. Uno de ellos fue Grisóstomo, un hijodalgo rico, famoso pastor
estudiante, que, enamorado de ella, había muerto.
Marcela, pastora (G. Doré) |
Pedro
el cabrero narraba esto al caballero manchego: “ puesto que no huye ni se esquiva de la
compañía y conversación de los pastores, y los trata cortés y amigablemente, en
llegando á descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y
santa como la del matrimonio, los arroja de sí como con un trabuco. Y con esta
manera de condicion hace más daño en esta tierra, que si por ella entrara la pestilencia;
porque su afabilidad y hermosura atrae los corazones de los que la tratan á
servirla y á amarla, pero su desden y desengaño los conduce á términos de
desesperarse; y así no saben qué decirle, sino llamarla á voces cruel y
desagradecida, con otros títulos á este semejantes, que bien la calidad de su
condicion manifiestan: y si aquí estuviésedes, señor, algun dia, veríades
resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que
la siguen. No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de
altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito
el nombre de Marcela, y encima de alguna una corona grabada en el mesmo árbol,
como si más claramente dijera su amante, que Marcela la lleva y la merece de
toda la hermosura humana. Aquí sospira un pastor, allí se queja otro, acullá se
oyen amorosas canciones, acá desesperadas endechas. Cual hay que pasa todas las
horas de la noche sentado al pié de alguna encina ó peñasco, y allí, sin plegar
los llorosos ojos, embebecido y transportado en sus pensamientos, le halló el
sol á la mañana; y cual hay que, sin dar vado ni tregua á sus suspiros, en
mitad del ardor de la más enfadosa siesta del verano, tendido sobre la ardiente
arena, envia sus quejas al piadoso cielo: y deste y de aquel, y de aquellos y
de estos, libre y desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela “ (Capítulo XII, 1ª
parte).
En
el entierro de Grisóstomo un amigo de éste, Ambrosio, se refiere a él y a
Marcela. Caracteriza a Grisóstomo como “ único en el ingenio, solo en la cortesía, extremo
en la gentileza, fénix en la amistad, magnífico sin tasa, grave sin presunción,
alegre sin bajeza, y, finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin
segundo en todo lo que fué ser desdichado. Quiso bien, fué aborrecido; adoró,
fué desdeñado; rogó á una fiera, importunó á un mármol, corrió tras el viento,
dió voces á la soledad, sirvió á la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser
despojo de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, á la cual dió fin
una pastora á quien él procuraba eternizar, para que viviera en la memoria de
las gentes “ (Capítulo XIII, 1ª parte).
El entierro de Grisóstomo |
Como
se ve, al tiempo que ensalza a Grisóstomo denigra a Marcela. La caracterización
negativa de Marcela se manifiesta también en la “Canción de Grisóstomo”, que él
mismo compuso antes de su muerte. Vivaldo, un caballero que asiste al entierro,
lee públicamente esos versos y tras la lectura manifiesta que no concuerda lo
que en ellos se dice de Marcela (por ejemplo, que se dedicaba a dar celos al
enamorado de ella) con lo que él tenía oido de la pastora, es decir, que era
una mujer recatada y bondadosa. Entonces el amigo de Grisóstomo confirma la
buena fama de que gozaba Marcela y señala que lo que Grisóstomo exponía en los
versos era producto de su propia imaginación: “ Para que, señor, os satisfagais de su
duda, es bien que sepais que cuando este desdichado escribió esta canción
estaba ausente de Marcela, de quien se habia ausentado por su voluntad, por ver
si usaba con él la ausencia de sus ordinarios fueros; y como al enamorado
ausente no hay cosa que no le fatigue ni temor que no le dé alcance, así le
fatigaban á Grisóstomo los zelos imaginados y las sospechas temidas, como si
fueran verdaderas; y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona
de la bondad de Marcela; la cual, fuera de ser cruel y un poco arrogante y un
mucho desdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna “ (Capítulo XIV, 1ª
parte).
Después de la lectura de los versos hizo acto de presencia Marcela encima de la peña en que se iba a enterrar a Grisóstomo y ante los presentes en el lugar se defiende: “ No vengo (...) sino á volver por mí misma, y á dar á entender cuán fuera de razon van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así ruego á todos los que aquí estais me esteis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad á los discretos, Hízome el cielo, segun vosotros decis, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos á otra cosa, á que me ameis os mueve mi hermosura; y por el amor que me mostrais, decis y áun quereis que esté yo obligada á amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razon de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso á amar á quien le ama; y más que podria acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir: quiérote por hermosa, hasme de amar aunque sea feo. Pero puesto caso que corran igualmente las hermosuras, nó por eso han de correr iguales los deseos, que no todas las hermosuras enamoran, que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, seria un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habian de parar; porque siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habian de ser los deseos; y segun yo he oido decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y nó forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿ por qué quereis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decis que me quereis bien ? Sino, decidme: ¿ si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades ? Cuanto más que habeis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que tal cual es el cielo me la dió de gracia, sin yo pedilla ni escogella; y así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprendida por ser hermosa, que la hermosura, en la mujer honesta, es como el fuego apartado, ó como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta á quien á ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y alma más adornan y hermosean, ¿ por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder á la intención de aquel que, por solo su gusto, con todas sus fuerzas é industrias procura que la pierda ? Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos: con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado, y espada puesta léjos. Á los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna á Grisóstomo, ni á otro alguno el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que ántes le mató su porfía que mi crueldad: y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada á corresponder á ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mia era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura: y si él con todo este desengaño quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿ qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino ? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: mirad ahora si será razon que de su pena se me dé á mí la culpa. Quéjese el engañado, desespérese aquel á quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel á quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. El cielo áun hasta ahora no ha querido que yo ame por destino; y el pensar que tengo de amar por elección, es excusado. Este general desengaño sirva á cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de zeloso ni desdichado, porque quien á nadie quiere á ninguno debe dar zelos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, no los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si á Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿ por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato ? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿ por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres ? Yo, como sabeis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condicion, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco á nadie; no engaño á este, ni solicito aquel, ni buelo con uno, ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene; tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es á contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma á su morada primera “ (Capítulo XIV, 1ª parte).
Calle Pastora Marcela |
Marcela
volvió a la espesura del monte. Don Quijote, haciendo honor a su condición, se
pronuncia en defensa de ella: “ pareciéndole que allí venia bien usar de su caballería, socorriendo á
las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas é
inteligibles voces dijo: Ninguna persona de cualquiera estado y condicion que
sea se atreva á seguir á la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa
indignación mia. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca ó
ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de
condescender con los deseos de ninguno de sus amantes; á cuya causa es justo
que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los
buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta
intención vive “ (Capítulo XIV, 1ª parte).
Después Marcela fue dejada en paz y Don Quijote la buscó para ofrecerle sus
servicios como caballero andante, pero no la encontró.
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