martes, 5 de agosto de 2014

Campo de Criptana en el tiempo de "El Quijote" (III)

Publicado por primera vez en abril de 2013

"... tierra abundosa de pan ..."
Desde el punto de vista de la actividad económica, Campo de Criptana estaba encorsetada en moldes agropecuarios, era la suya una economía abrumadoramente agraria, para la que contaba con un soporte físico no desdeñable: tierra sana y “abundosa de pan”, siempre que tuviera la humedad suficiente, claro es, nos cuentan las Relaciones de Felipe II; humedad, por cierto, no siempre presente: muchas veces, en periodos más o menos prolongados, el aspecto del Záncara no era el de un auténtico río.

El Záncara las más de las veces

El Záncara en su papel de río
Cereales

Junto a los cereales (trigo, cebada, centeno) la tierra cultivada se dedicaba a la vid y al olivo, bien que estos dos últimos ocupaban una pequeña parte del terrazgo en comparación con aquéllos, aunque el vino era un producto más que apreciado, de aquí las numerosas alusiones a él en la célebre novela, a veces puestas en boca de Sancho Panza:  “¿No será bueno (…) que tenga yo un instinto tan grande y tan natural en esto de conocer vinos, que, en dándome a oler cualquiera, acierto la patria, el linaje,  el sabor y la dura y las vueltas que ha de dar, con todas las circunstancias al vino atañederas? ”  (Capítulo XIII, 2ª parte).


Vid

Olivos
El ganado ovino era otra fuente de riqueza nada despreciable. La desfavorable climatología no era la única pesadilla del campesino, carácter que llegaba a constituir la presencia de plagas de langosta, un fenómeno hasta cierto punto frecuente y bien atestiguado documentalmente; téngase presente que una de esas plagas de langosta tuvo una influencia decisiva en la institución por el Concejo criptanense de la fiesta de la Virgen de Criptana a partir de 1548.

La riqueza ovina
Si hablamos de otros apartados del sector primario, Campo de Criptana no contaba con riqueza forestal pese a tener algunos montes y dehesas; hasta el Campo de Montiel y los montes de Peñarroya se iba en ocasiones en busca de madera, que para la construcción se conseguía en la Serranía de Cuenca.

Los sectores secundario y terciario de la economía, al lado del anterior, tenían mucha menor entidad y ocupaban a una parte muy pequeña de la población activa. Entre las actividades artesanales, aparte de las que surtían de lo más necesario y cotidiano, dos parecen destacar por entonces en nuestra villa: la molienda del grano y la artesanía textil.

Pues sí ..., eran molinos
Para la primera de ellas se contaba con los molinos de viento, cuya presencia en El Quijote es harto conocida, incluso por quienes no han leído ni un capítulo de la novela:  “En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo”, y decía Don Quijote: La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, a lo que respondió el fiel escudero: Mire vuestra merced (…) que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento”  (Capítulo VIII, 1ª parte).
      
Bien es cierto que se aseguraba en 1575 que se acudía a moler a los ríos Guadiana y Cigüela, a dos, tres y nueve leguas de distancia, y hasta los ríos Tajo y Júcar, a catorce leguas de esta villa; pero no es menos cierto que para esa misma fecha sabemos, pese a no conocer su número exacto, que, dicen las Relaciones de Felipe II, “hay en esta sierra de Criptana junto a la villa muchos molinos de viento donde también muelen los vecinos de la villa”. Por tanto, contaban ya por entonces con una base consolidada en nuestro pueblo, como confirman documentos de la primera mitad del siglo XVI.

Burleta, Sardinero e Infanto, testimonios de otras épocas
Es asimismo real que en torno a 1600, por lo que se extrae de documentos de nuestro Archivo Histórico Municipal, pese a la relativa escasez de éstos todavía en ese tiempo, que los molinos de viento tenían un notable interés económico en nuestro pueblo y había una activa demanda de compra o arrendamiento de molinos; en definitiva, eran una forma de capital apreciado y deseado. Gracias a esa documentación conocemos molineros o dueños de molinos de la época de El Quijote, tales como Francisco López Herrero, Francisco Rodríguez, Alonso Suárez o Alonso García, entre otros; igualmente nos permite saber que un lugar de procedencia de las piedras de molino era Horcajo de Santiago o que las dimensiones de una piedra eran alrededor de 145 centímetros de diámetro y unos 28 de gruesa, así como que por entonces un molino ya en uso valía unos 3.000 reales, equivalente al salario de varios años de trabajo de un jornalero del campo de los de entonces.

Aludía antes al textil: paños dieciochenos se hacen aquí mejores que en otras partes 
decían los criptanenses coetáneos de Miguel de Cervantes; eran esos paños, no 
obstante, de menor calidad que el velarte y el vellorí que, como sabrán los lectores de
su obra, vestía Don Alonso Quijano.

Hay que suponer la existencia también de artesanos que atendían las necesidades más elementales de la población: albañiles, herreros, carpinteros, etc., pero en pequeña cantidad, lo mismo que cabe decir de los comerciantes, si se compara con la población activa ocupada en el sector primario.

Los comerciantes, unos establecidos fijos en el pueblo, otros trajinantes, tratantes o buhoneros que daban salida sobre todo a los excedentes agrarios cuando los había o a productos como los textiles dentro de un radio de acción geográfico más bien pequeño, si se exceptúa la actividad tendente al abastecimiento de Madrid, sobre todo en materia de cereales, del que Campo  de Criptana participaba si era necesario y disponía de reservas.



FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS

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