lunes, 4 de agosto de 2014

Tiempos difíciles entre España y Francia: la Guerra de Independencia (1808-1814) (y III)

Publicado por primera vez en marzo de 2013





Tropas francesas en la ruta a Andalucía
En el Campo de Criptana de principios del siglo XIX las actividades agropecuarias constituían la principal fuente de riqueza, y esto pese al bajo nivel técnico de la agricultura. Se seguía con el antiquísimo arado y con la azada como únicas herramientas específicas. La mula era el elemento de tracción para las labores, y el burro si se trataba de campesinos menos pudientes. Los abonos empleados se reducían al estiércol animal común y al cascajo procedente de derribos. El regadío, concentrado en unas pocas huertas, era escaso. De las tierras del término, la mayoría se dedicaba al cultivo de los cereales, seguidos de lejos por la vid y el olivo.

La propiedad estaba desigualmente repartida y una elevada proporción del terreno cultivable estaba sustraída a los circuitos del mercado, es decir, amortizada, dado que pertenecía a mayorazgos, capellanías y comunidades religiosas: en total, más de 11.000 fanegas de las poco más de 27.000 que ordinariamente se ponían en cultivo, dado que el resto, hasta unas 41.500 fanegas, estaban en barbecho o servían para pastos.

Escudo de los Castilla
La actividad artesanal era diversificada y no especializada, con bajo volumen de producción por lo general. El nivel técnico se caracterizaba por su atraso. En consonancia con todo ello la actividad comercial tenía poco relieve. Las personas dedicadas a esta profesión eran sólo el 15% de todas las que integraban el sector terciario de la población activa del pueblo.

Era la de nuestra una villa con una sociedad propia del Antiguo Régimen, estamental, con dos sectores destacados por sus privilegios y su riqueza: en primer lugar, la nobleza;  en segundo lugar, el clero, con más de 30 eclesiásticos seculares y con unos 20 frailes del Convento de Carmelitas Descalzos. Por último, la inmensa mayoría de los criptanenses, el estado general o llano, cuyas rentas y situaciones eran muy diversas y dentro del cual se encontraba un elevado contingente de jornaleros y criados al servicio de los estratos dominantes; de este grupo saldría la mayoría de aquéllos que protagonizaron el motín del verano de 1808, originado en buena parte por las difíciles condiciones de vida de esos estratos sociales a las que nadie ponía remedio.

Escudo de los Baíllo
La economía y la sociedad de Campo de Criptana, como las del conjunto del territorio español, sufrieron con intensidad los efectos derivados de varios años de guerra. La obligación de suministrar víveres y una variada gama de artículos a los ejércitos, fueran de un bando o de otro, ocupó buena parte del tiempo de las autoridades municipales y era fuente de no pocas preocupaciones para nuestros antepasados. La exposición que sigue es una muestra de las numerosas peticiones – mejor, exigencias, - que tuvieron que atender.

Con fecha 16 de mayo de 1808 las autoridades francesas establecidas en España transmitían a Campo de Criptana la orden de transportar hasta Villarta de San Juan, con destino a la tropa que desde Toledo y Aranjuez se dirigía a Cádiz, y dentro de un plazo rigurosamente delimitado – el 25 de mayo a las 12 del mediodía como máximo – un convoy compuesto de alimentos, ropa de cama, vehículos de transporte, etc., etc.

Es fácil imaginar el nerviosismo en medio del cual se trataría de adoptar las medidas precisas para dar cumplimiento a la orden recibida y evitar de esa manera las represalias del enemigo. En total, 162 personas del estado llano – es decir, los no privilegiados – que estaban en disposición de proveer lo necesario hubieron de cumplir el encargo, bien que sólo hasta donde fue posible. He aquí la relación de algunos de los principales suministros hechos: 100 carneros, 100 fanegas de cebada, 500 arrobas de paja, 500 de vino, 30 de aceite, 80 de arroz, 36 de garbanzos, 10 de judías – las únicas que había en el pueblo -, 30 de tocino, 1.000 panes, y sábanas, almohadas, colchas y colchones de lana en cantidad necesaria para vestir 130 camas.

La recogida de todo lo que se pudo reunir en esa ocasión concluyó a las 12 de la noche del 24 de mayo, y a las 4 de la mañana del día 25  salió todo en dirección a Villarta. Hay que añadir que en medio de aquellas difíciles circunstancias los mecanismos sociales de la época no dejaban de funcionar: fueron exceptuados de contribuir al suministro 24 eclesiásticos, 26 nobles – algunos de ellos evocados en las ilustraciones que acompañan a estas líneas - y 8 funcionarios, todos ellos por el hecho de ser lo que eran.

Escudo de los Quirós
Y un apunte final. Pese a lo expuesto que resultaba falsear la realidad cuando de obedecer las órdenes del invasor se trataba, en un informe enviado a Villlarta el mismo día 24 la corporación municipal señalaba, para tratar de justificar la diferencia entre la cuantía del pedido y lo que se enviaba en cuanto a ropa de cama, que el pueblo tenía 1.000 vecinos – es decir, cabezas de familia o, si se prefiere, unidades fiscales -, si bien se sabe por otros documentos que su número giraba en torno a los 1.300; por el contrario, bastante podría haber de cierto en lo que se añadía a continuación: tres cuartas partes de los vecinos no estaban acostumbrados a dormir en colchón de lana ni a cubrirse con sábanas de lienzo, pues lo normal era utilizar jergones  de esparto o albardín y cubrirse con una “mala manta” . Cierta y desgraciadamente ésta parece ser por entonces la realidad de muchos hogares criptanenses.



FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS

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