lunes, 4 de agosto de 2014

Tiempos difíciles entre España y Francia. La Guerra de Independencia (1808-18014) (II)

Publicado por primera vez en marzo de 2013


La Guerra de Independencia tuvo, indudablemente, su vertiente religiosa para muchos españoles en el sentido de defensa del más puro catolicismo frente a la que consideraban “impía” y revolucionaria Francia. Me centraré en dos aspectos concretos de esa relación entre guerra y religión: una muestra de los numerosos actos litúrgicos organizados en relación con la evolución de los hechos bélicos y políticos, y una incursión en las consecuencias materiales sufridas por las instituciones eclesiásticas con motivo de la invasión protagonizada por los ejércitos napoleónicos.

En el primer caso merece la pena citar:

§  La función solemne que, atendiendo a orden dada por el Consejo de Castilla, se celebró el jueves 29 de septiembre de 1808 para “ ... desagravio del Altísimo por las execrables profanaciones cometidas por las tropas francesas ...” . Los gastos, que ascendieron a 80 reales y 13 maravedís, se pagaron de los fondos de Bienes Propios de la villa.

§  Los nueve días de rogativas que tuvieron lugar a partir del día 13 del mismo mes y año para implorar la pronta restauración en el trono de Fernando VII, el acierto de las medidas adoptadas por la Junta Suprema, y el éxito de los ejércitos españoles. Rogativas se repitieron también a fines de noviembre de 1808.

§  El 9 de septiembre de ese primer año de la guerra se llevó a cabo la proclamación de Fernando VII – preso en Francia – como rey de España, al calor de la recuperación española tras la victoria en Bailén en el mes de julio. En tal ocasión asistieron a una misa en la iglesia parroquial las autoridades y gentes de toda clase, después de que hubiese hecho la proclamación oficial desde el balcón de la Casa Consistorial D. Luis Treviño, teniente coronel de Infantería y capitán de Artillería retirado.

Conde de Floridablanca, primer
presidente de la Junta Suprema Central
§  El regreso de Fernando VII a España en 1814, una vez firmada la paz, fue ocasión para celebrar rogativas los días 28, 29 y 30 de marzo. El 31 de ese mes se supo que el rey había llegado a Gerona el día 24, por lo que el Ayuntamiento decretó que hubiese un repique general de campanas y que a las tres de la tarde se cantara un solemne “Te Deum” en acción de gracias, al que habían de asistir la corporación municipal en pleno y los eclesiásticos, así como que al toque de ánimas los vecinos hiciesen a las puertas de sus casas “ hogueras ó luminarias “, lo que habría de repetirse el 4 de abril y las dos noches siguientes, incluso en la puerta del Ayuntamiento, en tanto que a las 9 de la mañana de ese día se habría de cantar una misa y otro “Te Deum”, celebraciones que se repitieron el día en que el rey llegó a Madrid, el 15 de mayo.

Por otra parte, a lo largo y ancho de España una de las manifestaciones nefastas de la guerra fue el expolio de obras artísticas y objetos valiosos de las iglesias. Como medida de prevención, la Junta Suprema Central ordenó a fines de 1809 que las alhajas de los templos le fueran remitidas para evitar su apropiación por los franceses. Antes de acabar el año, exactamente el 15 de diciembre, ya se había hecho la remesa, excepción hecha de los vasos sagrados indispensables para celebrar el culto. Para entonces los soldados napoleónicos ya habían robado objetos de las ermitas del Cristo de Villajos y de la Virgen de Criptana.
Arzobispo Juan Acisclo de Vera, presidente
de la Junta Suprema Central
en diciembre de 1809
La iglesia parroquial era el templo que disponía de mayor cantidad de materiales objeto de la orden superior. Se reservó seis cálices, dos copones, una caja para consagrar, dos incensarios con su naveta y una custodia de bronce y plata. El resto que formaba parte de su propiedad fue enviado el 15 de diciembre de 1809 a la Junta, concretamente a La Carolina. El lote se componía de dos lámparas - una de ellas grande, y la otra mediana y antigua -, tres cruces - una grande, otra mediana y la tercera de mano – y unos cetros.

Del convento de Carmelitas Descalzos eran una corona de la Virgen del Carmen (su peso, 5 marcos [*] y 1 onza) y cuatro zapatillos de los Niños de la Virgen y de San José (1 marco, 2 onzas y 3 ochavos). Se quedó con los vasos sagrados.
La ermita del Cristo de Villajos en otros tiempos

A la ermita del Cristo de Villajos - de la que el 20 de noviembre anterior los soldados napoleónicos habían robado un cáliz, una patena y algunas piezas de menor calidad - pertenecían una lámpara grande (28 marcos), una cruz para el altar mayor (9 marcos), seis candeleros grandes macizos (52 marcos) y un juego de sacras con sus guarniciones también de plata (7 marcos y 4 onzas ). Se reservó un cáliz y una patena de plata.


A la ermita de la Virgen de Criptana tras su saqueo por los franceses le había quedado una lámpara (15 marcos y 4 onzas), dos candeleros (8 marcos y 2 onzas) y un plato y dos vinajeras (2 marcos). Se quedó con un cáliz y una patena.
La ermita de la Virgen de la Soledad envió una lámpara (15 marcos y 4 onzas ) y guardó un cáliz.
Vista antigua del interior
de la ermita del Cristo
  La Hermandad de Nuestra Señora del Rosario puso a buen recaudo una lámpara (21 marcos y 1 onza) y una corona
  (2 marcos y 3 onzas).

No participaron en la remesa las demás ermitas. Las de San Sebastián, Virgen de la Paz y Cristo de la Columna ( Veracruz) sólo poseían un cáliz cada una; la de Santa Ana, un cáliz y una patena, y la Venerable Orden Tercera de San Francisco, cuya capilla estaba en esta última, sólo tenía un copón, un cáliz y una patena. La ermita de la Concepción, nada de nada.

En total, el peso de la plata que se trataba de preservar ascendía a unos 63 kilogramos. En el futuro se plantearía el retorno de tales objetos preciosos.

Los gastos del envío, que debieron ser sufragados por los propietarios de los objetos remitidos, alcanzaron la cantidad de 996 reales, de los que se recuperaron 53 por la venta posterior del cajón en que se hizo la remesa.

[*] El marco equivalía a media libra; su peso era 230 gramos. La onza era la octava parte del marco, 28,75 gramos. El ochavo era la octava parte de la onza, 3,6 gramos aproximadamente.


FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS

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