En el contexto de la España del inicio de los
años treinta del siglo XX, caracterizada por el atraso cultural de buena parte
de su población, los dirigentes de la Segunda República
(1931-1936) entendían que el maestro de escuela debería ser uno de los
elementos más activos e influyentes de transformación modernizadora de la
sociedad, la materialización de la escuela laica y democrática a que aspiraba
aquel régimen político. Se dice por muchos historiadores que el colectivo más reprimido por el
franquismo fue el de los maestros, aquellos maestros republicanos que, según
algunos, constituyeron una de las mejores generaciones de docentes españoles. El Nuevo Estado franquista, pese a
este calificativo, quería conservar el viejo orden y ese tipo de docente le
estorbaba.
En efecto, la
represión de las ideas contrarias al régimen fue sistemática bajo la dictadura
franquista y abarcó todos los ámbitos, uno de los cuales fue el educativo,
especialmente sobre los profesionales de la enseñanza primaria. El maestro
siempre se ha considerado una persona respetable, influyente, un ejemplo a
seguir por parte de la población por sus ideas y su actitud ante la vida. El
poder constituido en toda España al finalizar la guerra civil en abril de 1939,
y desde 1936 en las zonas sublevadas, pretendía controlar la ideología de la
población desde la base, por lo que la figura del maestro era determinante a la
hora de conformar la mentalidad de la “nueva España”; se trataba, en
definitiva, de contar con profesorado fiel a la ideología del régimen.
En el prólogo a una obra colectiva
publicada en 2003 (*) Josep Fontana asevera que “la guerra civil española no concluyó el primero de abril de 1939” . Argumenta esa idea indicando que el objetivo final
del movimiento militar liderado por Franco era eliminar del cuerpo social de
España a todos aquellos elementos que promovían reformas progresistas y
democratizadoras en el ámbito del régimen de la Segunda República ,
objetivo que “con una amplia participación de los sectores reaccionarios
de la propia sociedad española, implicaba algo así como convertir la guerra
civil en sistema político permanente”.
Sigue Fontana en su prólogo: “También para las ideas hubo un sistema carcelario. La voluntad de depuración
ideológica puede ayudarnos a entender la ferocidad con que la represión cayó,
desde el primer momento, sobre los protagonistas de una de las mejores
realizaciones de la
República : los maestros que habían dado un nuevo impulso a la
enseñanza pública, que figuran entre los primeros en sufrir castigo. Al castigo
habían de seguirle, además una depuración sistemática y el establecimiento de
métodos de control permanentes (…) La
depuración afectó a una cuarta parte del total del magisterio público, pero
estuvo acompañada de medidas tales como la clausura de 54 institutos de enseñanza
media, y de un cambio radical en la forma de entender la función misma de la
escuela, que queda reflejado en el discurso que José María Pemán pronunció a
comienzos de mayo de 1937 en presencia del “caudillo” Franco, en que defendía
una enseñanza simplista y adoctrinadora, de imposición de los valores “de
arriba abajo, misionalmente”, ejemplificada en esta afirmación: “El catecismo,
o el refranero, que hablan por afirmaciones, son más creídos que los profesores
de Filosofía, que hablan por argumentos” ”. La cita es larga, pero merecía
la pena.
(*) C. MOLINERO, M. SALA Y J.
SOBREQUÉS, editores: Una inmensa prisión.
Los campos de concentración y las prisiones durante la guerra civil y el
franquismo. Ed. Crítica, Barcelona, 2003, págs. XI-XVI.
FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS