Publicado por primera vez en abril de 2013
[El 22 de febrero de 2013 tenían lugar en El Pósito de nuestra
villa las II Jornadas de Historia Local,
en las que participé con la ponencia titulada CAMPO DE CRIPTANA EN EL TIEMPO DE
EL QUIJOTE, cuyo contenido expondré en este blog dividido en varios
capítulos].
Felipe II |
Hablar del tiempo de El Quijote supone adentrarse en la
España de los reyes Felipe II y Felipe III, en parte de esa época de la cultura
española conocida como el Siglo de Oro.
Conviene dejar claro desde el principio que la obra cervantina que tiene como protagonista a Don Alonso Quijano es una fuente de primera mano para el
conocimiento de aquellos tiempos. Leer El Quijote tiene muchas
compensaciones – razón por la que recomiendo su
lectura -, y de ellas una es aprender historia, conocer la historia de
España cuando ésta era una primera potencia mundial, si bien ya en el horizonte
se atisbaban nubarrones que presagiaban cambios, y no precisamente a mejor.
Felipe III |
En aquella célebre novela Miguel de Cervantes alude a la Historia y al
papel del historiador: “... el poeta
puede contar ó cantar las cosas, nó como fueron, sino como debían ser, y el
historiador las ha de escribir, nó como debían ser, sino como fueron, sin
añadir ni quitar á la verdad cosa alguna ...” (Capítulo III, 2ª parte). Y sobre los historiadores
señala que deben ser “puntuales,
verdaderos y nonada apasionados” [y] “ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición” [deben
hacerles] “torcer del camino de la
verdad, cuya madre es la historia” (Capítulo IX, 1ª parte). Pues bien,
para no llevarle la contraria a nuestro autor trataré, entre otros motivos, de
que mi exposición en torno a un núcleo del interior de la Castilla de entonces,
Campo de Criptana, se atenga a la objetividad que él mismo reclama.
Portada de la primera parte de "El Quijote" (1605) |
Hay que empezar por señalar que en El Quijote encontramos de todo, por
ejemplo la sociedad de la época, y ya en el arranque de la obra: “En un lugar de la Mancha, de
cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los
de lanza en astillero (…)”; era aquél que, por la
lectura de libros de caballería, “olvidó casi de todo punto el ejercicio de
la caza y aun la administración de su hacienda (…) [y] “vendió muchas hanegas [fanegas]
de tierra de sembradura”
para comprarlos (Capítulo I, 1ª parte).
Era aquélla una sociedad
vertebrada bajo el signo de la desigualdad. Como heredera directa del
sistema feudal que pervivía desde siglos anteriores, se trataba de una sociedad
estamental, en la que no había
igualdad ante la ley sino particularismo legal. Era estamental, esto es,
formada por estamentos. Un
estamento era un conjunto de personas semejantes entre sí en cuanto a derechos
y obligaciones pero diferentes en unos y otras a las de otros estamentos. Los
dos estamentos privilegiados eran la nobleza
y el clero.
Don Alonso Quijano en la venta |
La primera se dividía en alta y baja, o, dicho de otra forma, en
titulada y no titulada, grupo este último en el que se incluían los hidalgos,
entre los que había pobres, pero entre los que muchos se caracterizaban por las
riquezas que poseían. En la novela dice el personaje Cardenio de él mismo: “Mi linaje, noble; mis padres, ricos”
(Capítulo XXIV, 1ª parte). Por su parte, Grisóstomo, muerto de amor por
Marcela, era “un hijodalgo rico (…),
el cual había sido estudiante muchos
años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su lugar con opinión de
muy sabio y muy leído”; había
heredado de su padre “mucha cantidad
de hacienda, ansí en muebles como en raíces, y en no pequeña cantidad de ganado”
(Capítulo XII, 1ª parte). Como va dicho, Alonso Quijano era un hidalgo.
En el clero también se distinguía entre alto y bajo clero por la
relevancia del cargo ocupado, con todo lo que tal circunstancia acarreaba.
Igualmente lo tenemos presente a lo largo y ancho de la novela. Paisano de Don Quijote era el “licenciado
Pero Pérez – que así se llamaba el cura-” (Capítulo V, 1ª parte); era “hombre docto, graduado en Cigüenza” [Sigüenza]
(Capítulo I, 1ª parte).
En ambos estamentos, dominantes en aquella sociedad en todos los
sentidos, existían diferencias internas por su posición económica, pero en
conjunto a ellos pertenecía una porción considerable de la propiedad en sus
diferentes variantes, agraria o urbana. Uno y otro
estamento tenían privilegios, entre otros la exención de la casi totalidad de
los impuestos, sistema legal y penal especial
y, en el caso de los eclesiásticos, sistema fiscal propio, del que el
diezmo era lo más representativo. A cambio, y según el esquema ideológico
tradicional, tenían obligaciones: la nobleza, la de ser el brazo armado de la
sociedad; el clero, la de velar espiritualmente por todos.
Casa de los Baíllo en la Plaza Mayor |
En Campo de Criptana había nobles, los de entonces no
titulados, es decir, hidalgos, en
número de veinte en 1575. Su número fue en aumento: más de treinta eran
ya en las primeras décadas del siglo XVII. Conocemos nombres y apellidos de
ellos, tales como, entre otros, Alonso Granero, Rodrigo Ordóñez, Alonso de
Castañeda, Alonso García de la Beldad, Esteban Suárez, Juan Ruiz de Alarcón,
Francisco de Herriega, Alonso de Villaseñor, Juan de Castañeda, Juan de
Marcilla, Alonso Luján, Gaspar de Herriega, al que se le dedicó una calle
(parte de la actual Monescillo), Juan Baíllo Carrasco, Gregorio García de la
Beldad; corriendo el tiempo, un Baíllo de la Beldad sería el primer Conde de
Cabezuelas.
Aquellos hidalgos criptanenses estaban integrados en una
hermandad religiosa, la Cofradía de Gracia, cuyo uniforme era azul y rojo.
Hacia 1575 no había mayorazgos en nuestro pueblo, pues el primero existente es
algo posterior a esa fecha y fue fundado por Cristóbal García de la Beldad,
doctor en Leyes, relacionado con la Inquisición y tío del primer conde de
Cabezuelas.
FRANCISCO
ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS
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