Publicado por primera vez en mayo de 2013
Un buen porcentaje de la que denominamos “población en edad escolar” no frecuentaba ningún tipo de escuela. El analfabetismo era condición de muchísimos españoles. Dice Sancho: “yo no sé leer ni “escrebir” (Capítulo X, 1ª parte). Cuando en Sierra Morena
don Quijote hace penitencia y manda a Sancho llevar una carta a Dulcinea, dice don
Quijote: “a lo que yo me sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer” (Capítulo
XXV, 1ª parte).
Casi era algo extraordinario, sobre todo en el medio rural, que hubiera
personas con conocimientos de lectura y escritura. Llamaba la atención lo
contrario. Por eso en el transcurso del encuentro de don Quijote y Sancho con
los cabreros, y como muestra del agasajo que querían hacerles, dice uno de los
cabreros: “queremos darle solaz y
contento con hacer que cante un compañero nuestro que no tardará mucho en estar
aquí; el cual es un zagal muy entendido
y muy enamorado, y que, sobre todo, sabe leer y escrebir” (Capítulo XI,
1ª parte).
Eran habituales las lecturas en común. Hablando
de libros de caballerías en la venta, dice el ventero: “cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos
segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno destos libros
en las manos, y rodeámonos dél más de treinta y estámosle escuchando con tanto
gusto, que nos quita mil canas” (Capítulo XXXII, 1ª parte). En efecto, capaces de leer
eran pocos; entre los que sabían hacerlo se encontraban el clero, la nobleza,
abogados, escribanos, médicos- intelectuales, en una palabra-, funcionarios ...
y no muchas categorías sociales más.
En los siglos XVI y XVII en la escuela que llamamos primaria se enseñaba a leer, a
escribir y las más elementales operaciones de aritmética, además de, por
supuesto, la doctrina cristiana; en el caso de las niñas, actividad destacada
era la enseñanza de labores propias de su sexo. Dado que la instrucción no
figuraba entre las previsiones de gasto del Estado, las escuelas o eran privadas o eran subvencionadas por los
municipios, extremo este último que no evitaba que los alumnos tuvieran que
pagar, salvo en casos de notoria pobreza, gasto que, aun siendo pequeño, hacía que
buen número de familias desistieran de llevar a sus hijos a clase. A veces,
también en colaboración con los ayuntamientos, las comunidades religiosas
ofrecían sus servicios en este sentido.
Restos de las reliquias de las Once mil vírgenes |
Dentro de ese contexto, la enseñanza en Campo de Criptana se movía dentro de parámetros de clara
deficiencia. De principios del siglo XVII es una petición que la autoridad
municipal elevó al Rey a través del Consejo de las Órdenes Militares en el
sentido de que se le concediese licencia para contratar a un maestro, al que se
le pagaría 3.000 maravedís al año procedentes de los fondos de sus bienes de
Propios; se exponía que la villa tenía más de 1.500 vecinos (unidades familiares)
–cifra tal vez algo exagerada para reforzar la petición- y que aquí no había
ningún maestro que enseñara, con el cuidado que convenía, a leer, escribir y
contar. El 23 de septiembre de
1603, desde Valladolid –donde estuvo la Corte entre 1601 y 1606-
Felipe III dio su visto bueno a la solicitud formulada.
Viendo el tema con la suficiente perspectiva, puede decirse que la
precariedad de los recursos educativos no mejoró mucho con el paso del tiempo. Cierto es que en Campo de Criptana, como en El Quijote, también había algún que otro
bachiller, y asimismo
licenciados, como se llamaba también a parte de los eclesiásticos. Dice Sancho:
“anoche llegó el hijo de Bartolomé
Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller” (Capítulo
II, 2ª parte). En nuestro pueblo en el último cuarto del siglo XVI vivían,
entre otros, el bachiller Granero, y ya en el siglo XVII el licenciado
Villanueva, que era médico, y el licenciado Juan Baíllo Carrasco, que sería
alcalde ordinario en 1619. En 1605 vivían, por citar sólo a algunos, los
bachilleres Tardío, Sánchez Quintanilla y el licenciado Agustín Tardío.
Eran ésos títulos que hacían preciso el paso por la Universidad, para
lo que requisito imprescindible era el conocimiento de la lengua latina, cuyo
aprendizaje, así como el de otras materias preparatorias para estudios
superiores, se obtenía en las conocidas como Escuelas de Gramática, ubicadas en poblaciones de cierta
importancia. Estaban a cargo del “dómine”, que solía ser un cura o bien un
estudiante que no había llegado a obtener éxito en sus estudios y se ganaba de
esa manera la vida. Estas Escuelas, también llamadas de Latinidad, fueron aumentando su número en el siglo XVII pues
eran el medio, en caso de aprovechamiento, para llegar al sacerdocio. A lo
largo de la Edad Moderna en Campo de Criptana hubo épocas en que existió alguna
que otra Escuela de este tipo, y por lo dicho no parece descabellado afirmar
que este tipo de estudios los hubo aquí en torno a 1600.
Exvotos en la ermita de la Virgen de Criptana |
En aquellos tiempos en nuestro país, como en otros, cultura y religión
iban de la mano. Hay un pasaje de la
segunda parte de la novela, cuando de noche caballero y escudero entran en El
Toboso, una de cuyas frases se utiliza con cierta frecuencia, muchas veces
fuera de contexto. Don Quijote y Sancho acceden a El Toboso una noche sólo
alumbrados por la luna en busca del palacio de Dulcinea y “ (…) habiendo andado como docientos pasos,
dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que
el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo: - Con la iglesia hemos dado, Sancho (…)”
(Capítulo IX, 2ª parte).
En cualquier localidad la Iglesia Católica era omnipresente, hasta
físicamente, con la presencia de los templos. Pero dejando aparte la repetida
frase, de lo que no cabe ninguna duda es que cualquier forma de cultura, así
como hasta los más mínimos detalles del acontecer diario, estaban entonces penetrados,
de forma más que absorbente, por las
creencias y el sentimiento religiosos.
Eran tiempos en los que la religión se vivía con intensidad, tanta que
hasta más de una vez estaba en el trasfondo de los conflictos bélicos. Eran,
por otra parte, tiempos de reformas.
Lutero en la segunda década del
siglo XVI había protagonizado un cisma en la Iglesia con su Reforma
protestante. La Iglesia Católica,
consciente de la necesidad de un cambio interno, también se embarcó en su
propia Reforma, la Contrarreforma la llamaron los protestantes. Para ello
celebró un Concilio, el de Trento,
que se alargó durante años, entre 1545 y 1563. Cuando acabó era rey de España
Felipe II, que, sintiéndose católico hasta la médula, se erigió en el defensor
a ultranza del catolicismo: los acuerdos de aquel Concilio se convirtieron en
leyes de obligado cumplimiento en los territorios de su monarquía.
San Sebastián |
De la presencia de la religión en la vida cotidiana en Campo de Criptana pueden aducirse no pocos
ejemplos. Uno de ellos es la importancia atribuida a las reliquias de santos y santas,
concretada en la llegada a nuestra villa de las reliquias erróneamente llamadas
de las once mil vírgenes, en realidad, y al parecer, de Santa Úrsula y compañeras mártires. A
finales de 1615 tuvo lugar aquí
todo un acontecimiento: dos cráneos y un relicario, compuesto por distintos
tipos de huesos, fueron llevados en procesión solemne por las calles
principales, por las que discurría habitualmente la procesión del Corpus
Christi, para acabar siendo depositadas en la iglesia parroquial. Las reliquias
habían sido donadas por el arzobispo de Colonia al criptanense Juan Ramírez, capitán en los ejércitos
de Flandes, y éste las envió a su pueblo a través de un paisano suyo, el alférez Sebastián Sánchez Quirós. Lo que queda
del relicario está depositado hoy en la iglesia del desaparecido Convento de carmelitas
descalzos, en una hornacina abierta en uno de sus muros.
San Gregorio Nacianceno |
No eran las únicas reliquias objeto de veneración. Las Relaciones de
Felipe II (1575) se refieren a un fragmento del Lignum Crucis
guardado en una cruz de oro también en el templo parroquial, que “tienese
en grande veneracion y devocion en esta villa porque se tiene por muy cierto de
que viene tempestad de piedra que jamas sacando la Cruz apedrea en este termino”.
Estaba muy extendida también en aquella época la creencia en milagros, algunos atribuidos a la
Virgen de Criptana. El agradecimiento por parte de los fieles por los favores
prestados se manifestaba en la donación de exvotos que quedaban
expuestos en la propia ermita: “ha habido muchas muletas, bragueros de niños
quebrados en ella”, dicen las Relaciones.
También estaba extendida la creencia en la labor protectora de los santos y santas sobre distintos aspectos
de la vida diaria. Es el caso de San
Sebastián, considerado abogado y protector frente a las epidemias de
peste, tradicionalmente venerado - por la misma razón lo era San Cristóbal -,
con una misa y sermón en el día de su fiesta en su ermita, en torno a la cual
también se llevaba a cabo una procesión; en 1612 el Ayuntamiento decretaría el
establecimiento de la vigilia anual de San Sebastián: el día anterior a la
fiesta no se podría comer carne ni las carnicerías podrían abrir sus puertas.
Otro santo protector, éste del cultivo de la vid, era San Gregorio Nacianceno: “Esta
votado San Gregorio Nacianceno que es a nueve de mayo por el gusano de las
viñas con una procesión y misa” afirman las Relaciones.
FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS
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