Publicado por primera vez en marzo de 2013
La Guerra de Independencia tuvo, indudablemente, su vertiente
religiosa para muchos españoles en el sentido de defensa del más puro
catolicismo frente a la que consideraban “impía” y revolucionaria Francia. Me
centraré en dos aspectos concretos de esa relación entre guerra y religión: una
muestra de los numerosos actos litúrgicos organizados en relación con la
evolución de los hechos bélicos y políticos, y una incursión en las
consecuencias materiales sufridas por las instituciones eclesiásticas con
motivo de la invasión protagonizada por los ejércitos napoleónicos.
En el primer caso merece la pena citar:
§ La función solemne que, atendiendo a orden dada por el Consejo de
Castilla, se celebró el jueves 29 de septiembre de 1808 para “ ...
desagravio del Altísimo por las execrables profanaciones cometidas por las
tropas francesas ...” . Los gastos, que ascendieron a 80 reales y 13
maravedís, se pagaron de los fondos de Bienes Propios de la villa.
§ Los nueve días de rogativas que tuvieron lugar a partir del día 13 del
mismo mes y año para implorar la pronta restauración en el trono de Fernando
VII, el acierto de las medidas adoptadas por la Junta Suprema, y el éxito de
los ejércitos españoles. Rogativas se repitieron también a fines de noviembre
de 1808.
§ El 9 de septiembre de ese primer año de la guerra se llevó a cabo la
proclamación de Fernando VII – preso en Francia – como rey de España, al calor
de la recuperación española tras la victoria en Bailén en el mes de julio. En
tal ocasión asistieron a una misa en la iglesia parroquial las autoridades y
gentes de toda clase, después de que hubiese hecho la proclamación oficial
desde el balcón de la Casa Consistorial D. Luis Treviño, teniente coronel de
Infantería y capitán de Artillería retirado.
Conde de Floridablanca, primer presidente de la Junta Suprema Central |
§ El regreso de Fernando VII a España en 1814, una vez firmada la paz,
fue ocasión para celebrar rogativas los días 28, 29 y 30 de marzo. El 31 de ese
mes se supo que el rey había llegado a Gerona el día 24, por lo que el
Ayuntamiento decretó que hubiese un repique general de campanas y que a las
tres de la tarde se cantara un solemne “Te Deum” en acción de gracias, al que
habían de asistir la corporación municipal en pleno y los eclesiásticos, así
como que al toque de ánimas los vecinos hiciesen a las puertas de sus casas “
hogueras ó luminarias “, lo que habría de repetirse el 4 de abril y las dos
noches siguientes, incluso en la puerta del Ayuntamiento, en tanto que a las 9
de la mañana de ese día se habría de cantar una misa y otro “Te Deum”,
celebraciones que se repitieron el día en que el rey llegó a Madrid, el 15 de
mayo.
Por otra parte, a lo largo y ancho de España una de las manifestaciones
nefastas de la guerra fue el expolio de obras artísticas y objetos valiosos de
las iglesias. Como medida de prevención, la Junta Suprema Central ordenó a fines
de 1809 que las alhajas de los templos le fueran remitidas para evitar su
apropiación por los franceses. Antes de acabar el año, exactamente el 15 de
diciembre, ya se había hecho la remesa, excepción hecha de los vasos sagrados
indispensables para celebrar el culto. Para entonces los soldados napoleónicos
ya habían robado objetos de las ermitas del Cristo de Villajos y de la Virgen
de Criptana.
La iglesia parroquial era el templo
que disponía de mayor cantidad de materiales objeto de la orden superior. Se
reservó seis cálices, dos copones, una caja para consagrar, dos incensarios con
su naveta y una custodia de bronce y plata. El resto que formaba parte de su
propiedad fue enviado el 15 de diciembre de 1809 a la Junta, concretamente a La
Carolina. El lote se componía de dos lámparas - una de ellas grande, y la otra
mediana y antigua -, tres cruces - una grande, otra mediana y la tercera de mano
– y unos cetros.
Del convento
de Carmelitas Descalzos eran una corona de la Virgen del
Carmen (su peso, 5 marcos [*] y 1 onza) y cuatro zapatillos de los Niños de la
Virgen y de San José (1 marco, 2 onzas y 3 ochavos). Se quedó con los vasos
sagrados.
La ermita del Cristo de Villajos en otros tiempos |
A la ermita
del Cristo de Villajos - de la que el 20 de noviembre
anterior los soldados napoleónicos habían robado un cáliz, una patena y algunas
piezas de menor calidad - pertenecían una lámpara grande (28 marcos), una cruz para
el altar mayor (9 marcos), seis candeleros grandes macizos (52 marcos) y un
juego de sacras con sus guarniciones también de plata (7 marcos y 4 onzas ). Se
reservó un cáliz y una patena de plata.
A la ermita de
la Virgen de Criptana tras
su saqueo por los franceses le había quedado una lámpara (15 marcos y 4 onzas), dos candeleros (8 marcos y 2 onzas) y
un plato y dos vinajeras (2 marcos). Se quedó con un cáliz y una patena.
La ermita de la Virgen de
la Soledad envió una lámpara (15 marcos y 4 onzas ) y guardó un
cáliz.
Vista antigua del interior de la ermita del Cristo |
(2 marcos y 3 onzas).
No participaron en la remesa las demás ermitas. Las de San
Sebastián, Virgen de la Paz
y Cristo de la Columna ( Veracruz)
sólo poseían un cáliz cada una; la de Santa
Ana, un cáliz y una patena, y la Venerable
Orden Tercera de San Francisco, cuya capilla estaba en esta última, sólo
tenía un copón, un cáliz y una patena. La ermita de la Concepción, nada de nada.
En total, el peso de la plata que se trataba de preservar ascendía a
unos 63 kilogramos. En el futuro se plantearía el retorno de tales objetos
preciosos.
Los gastos del envío, que debieron ser sufragados por los propietarios
de los objetos remitidos, alcanzaron la cantidad de 996 reales, de los que se
recuperaron 53 por la venta posterior del cajón en que se hizo la remesa.
[*] El marco equivalía a media libra; su peso era 230 gramos. La onza
era la octava parte del marco, 28,75 gramos. El ochavo era la octava parte de
la onza, 3,6 gramos aproximadamente.
FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS
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