Publicado por primera vez en diciembre de 2012
Conocer nuestra historia más
cercana, la de Campo de Criptana, es posible gracias a la diversidad de fuentes
que nos aproximan a ella. Empezando por las escritas, sabida es la importancia
que el Archivo Histórico criptanense tiene por su riqueza documental, que
abarca desde los tiempos medievales hasta
la época contemporánea. No son pocos ya
los estudios publicados basados en gran
parte en sus contenidos, de la misma forma que
ha servido y sirve como medio de
obtención de información para numerosos investigadores que consultan sus
legajos. De ahí que por todos sea reconocida la tarea realizada a lo largo de
los años y el impulso que desde las instituciones se viene dando desde hace
unas décadas hasta poder verlo en la situación en que ahora se encuentra.
Nuestro pueblo cuenta también,
afortunadamente, con otros tipos de fuentes para el conocimiento del pasado, si
bien me circunscribo en esta ocasión a las monumentales, cuyo panorama podría
ser aún más amplio si ciertos acontecimientos de nuestro pasado no hubiesen
sido una realidad, no hubiesen sucedido; me refiero, claro está, a la
destrucción de que fue objeto parte de nuestro patrimonio arquitectónico, y
artístico en general, en torno a agosto de 1936.
Sin embargo, no sólo las guerras
provocan desaparición o deterioro de las fuentes históricas de carácter
monumental. Hay otras formas más sutiles de influir negativamente en ellas, tan
sutiles que muchas veces y para muchas personas pasan inadvertidas. En ese
sentido, hay que tener en cuenta que cuando hablamos de edificios de interés
histórico no basta con hacer todo lo posible por mantenerlos en pie, tal como en
Campo de Criptana se viene haciendo, por poner sólo unos ejemplos, con los
molinos de viento y el Pósito.
Pero hay que ir más allá, pues
hasta la propia legislación lo contempla; así, un edificio de interés, aunque
no estuviera declarado Bien de Interés Cultural, debe ser objeto de protección
visual, y en su entorno no se puede construir o realizar cualquier intervención
o acto que ponga en entredicho esa protección, y es que el goce estético que en
cualquier persona puede producir la contemplación de una muestra material de
nuestro pasado no debería verse afectado por todo aquello que impida el
cumplimiento de lo que en realidad es un derecho ciudadano – ese goce citado,
pues la sensibilidad también cuenta - y
que después de todo afea al propio monumento.
Todo lo cual viene a cuento de lo
que viene pasando cotidianamente en nuestro pueblo. No debe permitirse que
cuando ascendemos por la Cuesta de los Molinos lo primero que veamos sean
automóviles, la imagen de nuestros molinos debe ser diáfana, sin obstáculos,
los vehículos deben situarse en otro lugar, que lo hay con ese fin, pero que
para nada o para poco sirve al parecer.
¡Y qué decir del Pósito! ¿No
estaría mejor rodeado en todo su perímetro de bolardos adecuados que impidieran
que los vehículos ocuparan algunas de sus aceras? ¿No estaría mejor sin sufrir
ese “atentado” que supuso la instalación de contenedores de basura en una de
sus fachadas laterales? [Esto último es válido también para algunos de nuestros monumentos de carácter religioso]
¡En fin! ¡Vivir para ver! Y, si es
posible, para mostrar a todos nuestra historia como ésta se merece.
FRANCISCO ESCRIBANO
SÁNCHEZ-ALARCOS
Triste. En Valencia hubo un proyecto del último alcalde del franquismo de convertir todo el viejo cauce del río Turia en un gigantesco aparcamiento. Menos mal que no se hizo y que el primer ayuntamiento democrático decidió convertirlo en un jardín.
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